29/11/2020

Cómo hacer que los hombres odien la violencia machista y no a las mujeres

Los hombres son responsables de la mayoría de la violencia en el mundo, pero ni las encuestas les preguntan ni las políticas públicas se ocupan de ellos. Fuera del foco de las instituciones, algunos grupos de hombres tratan de descomponer la masculinidad de siempre para inventar una nueva. ¿Se puede avanzar hacia una sociedad más igualitaria sin invertir en ello?. Por Patricia Reguero Ríos (El Salto)


En diciembre de 2009, el Ministerio de Igualdad creado un año antes por el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero puso en marcha una línea de atención para hombres. Se trataba de un servicio telefónico y online de información y orientación en cuestiones relacionadas con los hombres y la igualdad de género, y apenas estuvo un año en funcionamiento. La línea se creó gracias al impulso de un grupo de hombres que formaban parte del equipo del ministerio que dirigía Bibiana Aído. Entre ellos estaba Miguel Lorente, delegado del Gobierno para la Violencia de Género entre 2008 y 2011, que recuerda que la iniciativa se topó con algunas “resistencias”.

“Hace años que vengo intentando fijar la mirada en el agresor”, justifica Lorente, que respalda esta idea en datos contundentes: el 95% de los homicidios del planeta son cometidos por hombres (ONU, 2013) y el 93,2% de las personas en prisión son hombres (WPL, Universidad de Londres, 2018). Es, pues, una realidad objetiva que la violencia es cosa de hombres, como este experto ha venido defendiendo tanto en su trabajo divulgativo, por ejemplo, en El rompezabezas de la masculinidad (2004), como en sus artículos en prensa y también en su trabajo académico como muestra el MOOC Masculinidad y violencia que coordina en la Universidad de Granada. El título, dice, le ha valido ya más de una mención de hombres indignados que contraargumentan que el 95% de los hombres no son violentos, en una torcida interpretación de la estadística.

Pocos datos sobre ellos 

La idea de poner el foco en quienes cometen la violencia ha ganado fuerza en los últimos años aunque, de momento, sigue teniendo poco reflejo en las políticas públicas. Este enfoque está ausente también en el Pacto de Estado contra la Violencia de Género, aprobado en 2017 y que sirve de hoja de ruta en la adopción de medidas para frenar las violencias contra las mujeres. Una ausencia que no ha pasado desapercibida en el Ministerio de Igualdad, que explica que el trabajo específico con hombres es una de las líneas de trabajo de la Estrategia Nacional contra las Violencias Machistas 2021-2023, actualmente en elaboración. Este “déficit”, que no un error —advierte Lorente, que no quiere que se saque la conclusión de que hay en sus palabras una crítica a las políticas de igualdad— se topa, en primer lugar, con el obstáculo de tener aún una fotografía incompleta.

La radiografía de cómo sufren las mujeres violencia de género es cada vez más detallada, como lo es también la del funcionamiento de los recursos que existen para combatirla. Según la última Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2019, publicada en octubre de este año, una de cada dos mujeres de 16 o más años (57,3%) residentes en España han sufrido violencia a lo largo de sus vidas por ser mujeres.

En violencia sexual, la encuesta recoge que, del total de mujeres de 16 o más años residentes en España, el 13,7% han sufrido violencia sexual a lo largo de la vida por parte de  cualquier persona —pareja actual, parejas pasadas o personas con las que no se ha mantenido una relación de pareja—. En cuanto a la violencia de género ejercida por la pareja o expareja, del total de mujeres de 16 o más años residentes en España, el 14,2% ha sufrido violencia física y/o sexual de alguna pareja, actual o pasada, en algún momento de su vida.

Miguel Lorente cree que hay que pedir responsabilidad no solo por acción, sino también por omisión: “Cuando un hombre mata o maltrata lo hace sobre su mujer, pero defendiendo lo que considera que es común a todos los hombres”

La encuesta recoge a qué porcentaje de estas mujeres han abofeteado o tirado algo que pudiese hacerles daño, y cuántas han sido empujadas o agarradas por el pelo. También conocemos el porcentaje de las que han sido golpeadas con un puño o con alguna otra cosa que pudiese hacerles daño. La encuesta pregunta a las mujeres si les han dado patadas, arrastrado o pegado una paliza, o si las han intentado asfixiar o quemar a propósito, o si han recibido amenazas de usar en su contra una pistola, cuchillo u otro objeto peligroso, datos todos ellos que refleja la encuesta realizada a 10.000 mujeres. Pero, ¿por qué no se ha preguntado a 10.000 hombres si han empujado, agarrado del pelo, dado patadas o amenazado a alguna mujer con un cuchillo?

Fijar la mirada en el agresor es, pues, un asunto pendiente. Y hay que hacerlo, “en primer lugar, porque es la manera de ser eficaces en la prevención y, además, porque estamos en un momento en el que el conocimiento y el nivel de responsabilidad de los hombres debe ser exigible por acción, y tenemos que empezar a exigir a los hombres responsabilidad por omisión”, explica Lorente. Para él, esta exigencia de “responsabilidad por omisión” es una de las claves del futuro de las políticas contra las violencias machistas: “Cuando un hombre mata o maltrata lo hace sobre su mujer, pero defendiendo lo que considera que es común a todos los hombres”. La violencia de género no es un problema individual —idea que refuerza la ultraderecha negacionista de la violencia de género—, sino colectivo.

Invertir en hombres nuevos 

En 2007 echa a andar en el País Vasco Gizonduz, una iniciativa que tiene como objetivo trabajar las masculinidades desde las instituciones, es decir, destinar dinero público al objetivo de reflexionar sobre las masculinidades. El programa nace en el seno de Emakunde, el instituto de la mujer vasco, a partir de recursos que se suman al presupuesto que tenía este organismo.

El lanzamiento del programa contó con una considerable cantidad de fondos provenientes del Departamento de Presidencia, lo que respondía al hecho de que era una iniciativa liderada por el lehendakari. Se hizo en ese primer momento un esfuerzo importante para dar a conocer la iniciativa mediante campañas muy costosas y proyectos concretos, lo que suscitó algunas críticas. “Se consideraba que, ante los escasos recursos existentes para el desarrollo de las políticas de igualdad, era desproporcionado el presupuesto destinado al programa”, recuerda Josetxu Riviere, responsable de la Secretaría Técnica de Gizonduz desde su puesta en marcha. Hoy en día, da por superadas las resistencias iniciales: “Creo que hoy se entiende que es una inversión para conseguir una sociedad más igualitaria”.

El programa es único por su alcance territorial —no existe ningún programa parecido en ninguna comunidad autónoma del resto del Estado español— y por su vocación de largo recorrido, aunque los responsables de Gizonduz recuerdan que existen otras iniciativas que sirvieron de referencia, como el programa “Hombres por la Igualdad” del Ayuntamiento de Jerez, que se puso en marcha en 1999, o el Servicio de Atención a Hombres (SAH) de Barcelona, creado en 2005.

Josetxu Riviere (Gizonduz): “A veces, podemos hacer cosas sencillas que construyen un ambiente hostil a la violencia machista”

Gizonduz se fija tres objetivos desde su creación: aumentar sensibilización y compromiso de los hombres con la igualdad, aumentar hombres formados en igualdad y masculinidades, y aumentar la implicación de los hombres en los tiempos de cuidado de la sociedad vasca. Para ello, ofrece cursos sobre igualdad y mundo laboral, corresponsabilidad y paternidades igualitarias, prevención de acoso sexual y sexista en el trabajo y, por supuesto, prevención de la violencia machista. “La violencia es uno de los exponentes más  graves de la desigualdad, y es una parte fundamental del programa”, dice Riviere.

En este aspecto, la intención de Gizonduz es facilitar una reflexión sobre el papel que pueden jugar los hombres en la desactivación de las estructuras y mecanismos que hacen posible la violencia machista, tanto a nivel individual como a nivel colectivo. “A veces, podemos hacer cosas sencillas que construyen un ambiente hostil a la violencia machista y la hacen más difícil, y hacen que las vidas de las personas sean mejores”, dice Riviere.

En sus doce años de existencia, el programa ha tenido que ir adaptándose a las circunstancias. En primer lugar, tuvo que adaptarse al hecho de que los hombres, por su propio pie, no asistían a las convocatorias. “Los primeros cursos que convocamos los teníamos que suspender porque no iba nadie”, explica Riviere. Así que tuvieron que ir a buscarlos y hoy Gizonduz está en las fábricas, en las asociaciones o en los centros de estudio. Un lugar masculinizado por excelencia y donde se ha hecho un trabajo continuado, explica es la Academia de policía y emergencias del País Vasco. También existen alianzas que Riviere considera estratégicas con la Universidad del País Vasco (UPV-EHU) y el Instituto Vasco de Administración Pública (IVAP).

¿Para qué sirve todo esto? Riviere ve lejos titulares contundentes como que la sociedad vasca sea menos machista o que las mujeres sufran allí menos violencias. Pero apunta logros que, espera, contribuyan a dar pasos en ese camino: “Creo que hemos conseguido que hoy en Euskadi hablar de hombres, masculinidades e igualdad no sea algo extraño, y que haya más consenso en señalar como urgente el trabajo dirigido a los hombres”.

Qué es ser hombre

Sobre qué hacer con las masculinidades, Riviere apunta la necesidad de legitimar “diferentes formas de sentirse masculino” que no generen discriminación ni desigualdad. Y, para eso, advierte de la necesidad de no caer en la trampa de presentar unas masculinidades que, aunque nuevas, puedan ser tan rígidas como las de siempre.

Octavio Salazar es jurista y una de las voces más destacadas en igualdad de género y nuevas masculinidades. Como Josetxu Riviere, también es reticente al concepto de “nuevas masculinidades”. “Parece que con este concepto estamos reafirmando lo masculino, y creo que lo que hay que hacer es desmontar la masculinidad”. Para ello hace falta un trabajo específico hacia “masculinidades igualitarias”, como prefiere llamarlas, que ayude a ajustar el desfase actual.

Salazar cree que existen tímidas iniciativas que apuntan a que el futuro de las políticas públicas no puede seguir dejando de lado medidas específicas dirigidas a hombres. Un ejemplo se ha dado en Andalucía, donde en 2018 se modificó la Ley de prevención y protección integral contra la violencia de género para añadir un artículo que consigna la necesidad de instaurar “programas dirigidos a hombres para la erradicación de la violencia de género”. El artículo especifica que “en ningún caso las cantidades destinadas por la Administración de la Junta de Andalucía a la elaboración, desarrollo, promoción o ejecución de dichos programas podrán suponer una minoración de las que tengan por objeto la protección integral de las víctimas”. Salazar explica que la Estrategia de Igualdad de género del Consejo de Europa 2018-2023 recoge también esta necesidad.

Porque, mientras las mujeres han hecho un trabajo de reflexión que ha generado importantes cambios, no se ha dado ni de lejos un fenómeno similar entre los hombres. Este “divorcio” se refleja muy claramente en las encuestas que valoran la percepción de la violencia de género.

Por ejemplo, el estudio “Menores y Violencia de Género” de la Universidad Complutense de Madrid, presentado en octubre de 2020, desvela que un 16,9% de las chicas encuestadas asegura haber sido insultada o ridiculizada (la forma más prevalente de violencia), pero solo un 6,3% de chicos reconocen este comportamiento. Son un 13,6% las chicas que afirman que su novio o exnovio las ha controlado a través del móvil, pero solo un 5,8% de los chicos dicen haber ejercido esta conducta contra una novia o exnovia. Otro ejemplo: el 10,9% de las chicas contestó haber tenido presiones para realizar actividades de tipo sexual no deseadas, mientras que solo un 3,1% de ellos admite haber presionado.

La Encuesta de violencia machista en Catalunya (2016) también muestra los datos de la percepción que los barceloneses y las barcelonesas tienen de las violencias machistas. Así, un 63% de los hombres frente a un 74 % de las mujeres consideraban que “controlar dónde, con quién y qué hace en cada momento” era violencia machista. “No dejar que hable con otros hombres” es violencia para un 71 % de los hombres y para un 78 % de las mujeres. “Controlar o no dejar decidir sobre el dinero propio o del hogar” lo consideraban una situación de violencia machista el 58% de los hombres y el 66 % de las mujeres respectivamente. Para todos los indicadores, la percepción aumenta con respecto a los datos anteriores, de 2010, y el aumento de personas que identifican la violencia es mayor entre los hombres, aunque, aún así, los hombres identifican las violencias machistas en menor medida que las mujeres.

Salazar dice que le resulta complicado imaginar una solución a las violencias machistas que no esté mediada por el feminismo. “Todas las violencias que sufren las mujeres son resultado de una estructura de poder que es la cultura machista, y hay que desactivar esa estructura para acabar con las violencias: la estrategia para cambiar esa cultura nos la da el feminismo”.

Carlos, David y Rafael reconocen hoy como violencias machistas muchas conductas que antes no se lo parecían, algo para lo que ha sido clave el proceso de reflexión en grupo

Para Carlos Thiebaut, Rafael García Pérez y David Santos, acercarse al feminismo fue determinante para aprender a identificar las violencias machistas. Los tres participan en un grupo de la Asociación de Hombres por la Igualdad de Género (AHIGE) una organización fundada en 2001 en Málaga, donde un grupo de hombres empezó a juntarse para reflexionar en torno a lo que significa ser hombre.

“Comentarios, situaciones en contextos de fiesta, acercamientos insistentes en una discoteca, cierto tipo de fotos por grupos de WhatsApp, comentarios… hay un sinfín de conductas que yo no reconocía como violencias machistas hasta que no empecé a leer sobre feminismo”, dice Santos en el grupo de WhatsApp en el que comparten sus puntos de vista para este reportaje. Cuando se le pide una definición de violencia machista, García Pérez responde: “Para mí, violencia de género es todo aquel acto que atenta contra la vida, salud o bienestar biopsicosocial de una mujer perpetrado por un hombre, un grupo de hombres o un pensamiento colectivo que proviene de hombres y/o es mantenido por ellos”. Cuando se le pregunta si es esa la definición que hacía antes de leer teoría feminista, responde que no. “Ni mucho menos, antes violencia de género era para mí una agresión física o sexual por un hombre a una mujer… con 20 años un insulto sexista a una mujer no lo hubiera catalogado de violencia de género y ahora sí”. Thiebaut explica cómo participar en un grupo de reflexión en torno a las masculinidades le ha ido desvelando diferentes tipos de violencia, y señala entre ellas la que supone “no dejar espacio y tiempo para que las mujeres hablen y se expresen”.

Santos tiene 30 años y es estudiante de doctorado —su tesis trata la relación entre videojuegos y masculinidad—. García Pérez tiene 39 años y es psicólogo y psicoterapeuta. Thiebaut es profesor de filosofía, ya jubilado. Tiene 71 años, dos hijas y cuatro nietos. Thiebaut quiso formar parte de AHIGE porque descubrió que existía una asociación que planteaba públicamente la crítica al patriarcado y la lucha por la igualdad. Luego descubrió los grupos, en concreto, el que se reúne en La Enredadera, en Madrid. “Los grupos fueron un gran descubrimiento porque era ir viendo desde abajo, dentro, al lado… lo que más o menos podía tener claro”, dice, y subraya los adverbios —“abajo, dentro, al lado”— como palabras clave. Porque en los grupos se encuentra con otros “en condiciones de simetría” para compartir experiencias que matizan o ponen en jaque las propias.

Este aspecto, el de compartir entre iguales, es clave en el proceso de deconstrucción  —como saben bien en Gizonduz, donde los formadores son hombres—, pero también en esa tarea que Josetxu Riviere define como “construir un ambiente hostil a la violencia machista”. Thiebaut pone un ejemplo: cree que los hombres pueden tener un papel clave en la denuncia y crítica a la prostitución. “Nadie tiene quizá con más impacto que un hombre que pone en evidencia y denuncia y critica a otro hombre que la practica”. Santos utiliza esta posición en sus grupos más cercanos y menciona como clave en su proceso el momento en el que empezó a decirles a sus amigos “deja de hacer eso”, no sin consecuencias. García Pérez, en cambio, confiesa no sentirse seguro para hacer esto.



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