26/11/2020

Un grito de protesta

Hinchas de diferentes clubes sostienen una misma bandera despidiendo a Maradona. Foto Laura Dalto

Mientras la policía reprimía a miles de personas que se acercaron a despedir a Diego Maradona, volvió a sonar un canto que alguna vez fue recordado como «el himno de la disconformidad». Tras la represión volvió sonar un grito de protesta: «Maradoo, Maradooo…». Una historia que no es la historia de un jugador de fútbol, con sus contradicciones. Una historia que es nuestra: la de un pueblo sufrido y un grito de rebeldía que seguirá sonando pese a todo. Por Ramiro Giganti (ANRed).


Falleció Maradona. La noticia dejó heladas a millones de personas en todo el mundo. Las redes explotan de homenajes y testimonios conmovedores de personas con vidas sufridas que encontraron en Maradona una de las pocas personas que le dio alguna alegría. El presidente anuncia que va a poner a disposición la Casa Rosada. Desde la noche se inició una vigilia en distintos puntos: Plaza de Mayo, Obelisco y Paternal. También hubo una concentración en Fiorito.

Al día siguiente, en contradicción con los 3 días de duelo, se anunció que el velatorio solo duraría ocho horas: empezaron las protestas y empezó la represión.

«Queremos a Diego porque le tapó la boca a todos los chetos» dice una mujer cerca de la valla. «‘¿Vamos a poder despedir a la única persona que nos dio algo?», se pregunta otro. «Soy de River y vengo a despedir al máximo exponente del arte del futbol», dijo un muchacho con la camiseta del cuadro de Nuñez. «Es una vergüenza que den solo 8 horas para que podamos despedir a Maradona sabiendo lo que convoca», comentó otro, con un barbijo de San Lorenzo. «No se quien dio la orden: hemos velado a Perón, a Evita… a Néstor lo velamos 4 días, a los presidentes le dedicamos muchos días… a Maradona lo tendríamos que velar un año», agregó otro. «Esto tendría que ser una fiesta, no una represión», dijo un muchacho con la camiseta de Argentina en el obelisco»8 horas para velar al Diego… es una vergüenza» ,concluyó. «Recuerdo a Diego dándome una alegría viéndolo con mi viejo que ya no está», decía un chico con la camiseta de Nueva Chicago, y agregaba: «mirá, yo soy de Chicago, él es de Boca, el otro de River y el Diego nos une a todos». «El quilombo no lo hizo la gente, lo hizo la policía», agregó una señora. Antes o después de esas entrevistas se veían imágenes de la policía reprimiendo y personas corriendo, en un momento se unieron y empezaron a cantar: «Maradooo, Maradoo, Maradoo…»

Algunas horas después, en el barrio de Almagro, en la esquina de Diaz Vélez y Pringles, había un muchacho sentado  con el carrito a un costado, era cartonero. Estaba escuchando el relato de Víctor Hugo, con una mano agarrándose la cabeza mirando hacia abajo, probablemente llorando… era un corte en su jornada de trabajo. Historias como esta debe haber millones, no solo en el Obelisco, o en Fiorito, o en la Casa Rosada: en todos los barrios, en montones de esquinas. Habrá quienes no entiendan ese dolor. Que no entiendan como un jugador de fútbol puede ser la única o una de las pocas alegrías de un ser humano. Y por eso es difícil explicar porque ante cualquier injustica pueda, para algunos, tener sentido el canto de «Maradoo, Maradoo, Maradoo», y que además de unir estas almas, sirva para empoderarlas.

Vigila durante la noche del 25 de noviembre. Foto: Germán Romeo Pena

En el año 1993, la selección Argentina perdió 5 a 0 con Colombia, y estuvo al borde de quedarse sin la clasificación al mundial de 1994. Ante el papelón futbolístico, las tribunas furiosas con el plantel y con la AFA, empezaron a cantar: «Maradooo, Maradoooo». Diego no era parte del equipo en ese momento. Ante la tormenta, el «coco» Basile, en ese entonces director técnico de la selección, volvió a convocar a Maradona para jugar el repechaje de las eliminatorias contra Australia. La historia es conocida: Diego asistió con un centro a Abel Balbo, que hizo el primer gol. El partido de ida terminó 1 a 1 y en la vuelta Argentina ganó 1 a 0 con gol de Batistuta y clasificó al mundial. Ese mundial será tristemente recordado por ser el último que jugó Maradona y en el que «le cortaron las piernas», si bien dejó el recuerdo de aquel golazo contra Grecia.

Ante el desorden, y las criticas a Basile por ser supuestamente «poco riguroso», se cambió la conducción y se buscó una salida política distinta: «la mano dura». Y así fue nombrado Daniel Passarella, una suerte de Bolsonaro del fútbol, quien luego haría historia por ser el presidente que logró un desastre imposible: que River se vaya a la B. Volviendo a la selección de Passarella, hubo mucho revuelo cuando le exigía a los jugadores que se corten el pelo, mientras en paralelo la muerte del soldado Carrasco terminaba con el servicio militar obligatorio. Cada vez que la selección de Passarella jugaba mal un partido, un canto sonaba en el estadio: «Maradooo, Maradooo, Maradooo…». Diego no estaba en el banco, no iba a entrar a salvar ese partido, pero era un grito simbólico, un canto de rebeldía. «Este es el himno de la disconformidad» dijo durante algún partido el relator Marcelo Araujo.

El grito siguió presente los años posteriores. La AFA, de la mano de Julio Grondona tiró un «manotazo de ahogado» al nombrarlo director técnico de cara al mundial de Sudáfrica en 2010. El resultado no fue el esperado, pero ante el cambio de conducción luego de ese mundial, el cantito volvió a sonar en algún momento difícil de la selección.

También sonó en la bombonera, en tiempos donde la gestión de Macri no tenía los resultados esperados. El exitoso ciclo de Bianchi pudo silenciar por un rato ese canto de protesta contra el «cartonero Baez» ,como Maradona había llamado a Macri. El canto volvió a sonar luego durante el fracaso de la gestión de Daniel Angelici.

Hoy el país, como gran parte del mundo, afronta una crisis sin precedentes. Mientras se suspendió el pago del IFE4, los salarios de quienes no perdieron sus trabajos se siguen devaluando y el gobierno opta por pagarle al FMI, el grito de «Maradoo Maradoo» vuelve a sonar mientras la policía reprime. Personas que tal vez no pudieron despedir a un ser querido por la pandemia en esta extraña fase de aperturas, fueron a despedir a alguien que probablemente haya generado algún recuerdo con esos seres queridos. También, seguramente, hubo personas que quedaron sin trabajo en la pandemia y buscaron algo que amenice mínimamente un año tremendo. Mientras un grupo de empresarios, el pasado fin de semana, se pudo abrazar sin barbijos en el velorio de un banquero, el pueblo, con sus sufrimientos y contradicciones, es reprimido nuevamente. Como lo fueron las enfermeras de la Ciudad de Buenos Aires hace algunas semanas, como los trabajadores de Penta o Cresta Roja, las familias de Guernica, Escobar, Las Catonas o Fiske Menuco. Como los y las docentes insultadas por una funcionaria porteña, o quienes se están manifestando en Chubut en defensa del agua y sufrieron los abusos por parte de las autoridades.

Las mismas fuerzas represivas que hace dos años no fueron capaces de garantizar que la final de la Copa Libertadores entre River y Boca (dos equipos argentinos) se defina en Buenos Aires, hoy reprimen con crueldad… y en las calles, como tantas veces en las tribunas, suena ese himno: el «himno de la disconformidad». Un grito de protesta.

Vigilia el 25 de noviembre. Foto: Germán Romeo Pena

Maradona ya no está, al menos físicamente, entre nosotros y nosotras. No puede entrar a salvarnos metiendo un golazo o una asistencia. De hecho hace décadas que dejó de ser un futbolista profesional. Sin embargo hay algo que sigue: seguimos nosotras y nosotros. Seguimos quienes hicimos esto de Maradona, para bien o para mal. Seguimos quienes soportamos el ajuste, la represión, y la pandemia, con esa mezcla de bronca y tristeza por ver como se van muchos recuerdos, que no necesariamente tienen que ver con el juicio de valor sobre lo que fue Maradona fuera de una cancha, sus comportamientos y contradicciones. Habrá quienes lo endiosen y le perdonen todo, quienes lo critiquen, por su momento menemista, o por sus muestras de machismo. Habrá quienes se aferren a su afinidad por Cuba o su pronunciamiento en la Cumbre de los Pueblos o contra la FIFA, quienes solo se queden con «el jugador de fútbol». Pero hay algo que es mucho mas que eso, y que sigue en nosotros, que por ahí vemos un video de Maradona con la pelota para buscar algo que nos saque una sonrisa después de un día triste, que con nostalgia recordamos con quienes vimos el mundial del 86 o del 90, y desde ese recuerdo revivan seres queridos que ya no están.

Pero también estamos para exigir lo que nos pertenece, para no dejar que ni la FIFA, ni la AFA, ni los gobiernos ni el FMI, ni las patronales nos quiten lo que es nuestro como lo hacen siempre. Como volvieron a hacerlo hoy, reprimiendo hasta la nostalgia: «Maradooo, Maradooo, Maradooo»



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