25/06/2020

La piña vengadora

Alguien pegó esa piña en la fatídica tarde del 26 de junio del 2002 en el Hospital Fiorito de Avellaneda. Aquel rayo de justicia salió en vivo por todos los canales y se repitió una y otra vez. El zurdazo entró y salió tan rápido de la escena que nadie pudo reconocer al autor. La gente había corrido a encender sus televisores para mirar las imágenes que se sucedían del “enfrentamiento” y vió como el comisario Fanchiotti recibía un golpe en su ojo izquierdo. Aquel golpe anónimo y suicida era otro episodio de “la violencia piquetera”. Mientras, en las pantallas, ardía un colectivo atravesado en plena avenida Yrigoyen: “lo habrían quemado un grupo de encapuchados con escopetas”, decían y se tejía la trama de las muertes por enfrentamientos. Luego la sociedad entendió que aquel puñetazo era la furia contenida de quienes habían padecido la cacería humana de esa mañana. Por Federico Hauscarriaga (ANRed).


Dentro del hospital, el jefe de la departamental, Osvaldo Vega, le ordena a Franchotti hablar con los medios: ya saben que hay dos muertos y un tendal de heridos por sus balas de plomo, algunos graves. Al salir, un tumulto de periodistas se abalanza para escuchar el parte del jefe del operativo. Seguro de si mismo, comienza a explicar “la violencia piquetera”. En su oreja derecha lleva una venda producto de la “agresión de una mujer”, una piquetera del MTL que logró golpearlo apenas se inició la balacera en la avenida Mitre y que, durante el juicio, usará como excusa para explicar el asesinato de Darío y Maxi. Rodeado de periodistas, Fanchiotti habla alto porque los gritos de “hijo de puta” y “asesino” no dejan escuchar. Está ubicado al borde de la escalinata que sirve como grada ante las cámaras. Entre el apretado cordón periodístico, un manifestante abre un hueco y trata de divisar al comisario, lo mide, entre las cámaras, los micrófonos y su baja estatura. Decide atacar por el único lugar posible. En las imágenes captadas, luego observadas cuadro por cuadro, apenas aparece el refusilo de su rostro con furia enfocada y luego el instante en el que resuelve el fugaz sopapo que impacta limpio en el ojo del uniformado para luego huir de la escena. Aquel golpe de nokeador mexicano “volado” por izquierda sobrepasa la guardia y obliga al comisario a retirarse bajando las escaleras.

Así relata aquella tarde Hugo, el autor de la piña vengadora: “Nosotros salimos por Yrigoyen retrocediendo, respondiendo a la represión policial. Recibíamos tiros por todos lados que nos pegaban en la espalda, en la cabeza. Mientras, respondíamos con piedras con lo que podíamos. Con un grupo de cuatro o cinco nos quedamos en el puesto de diario que está en la vereda de la estación. Y vemos que pasa un grupo de compañeros, entre ellos Santillán, y atrás la policía. Nosotros decidimos quedarnos ahí. Y vemos cuando el hijo de puta de Acosta dispara, sentimos más estruendos. Luego una camioneta y cargan a Santillán. Nosotros no sabíamos que estaba muerto. Después de eso decidimos ir al Hospital (Fiorito).

Cuando llegó al hospital, Alicia, que después quedó en silla de ruedas, me dice que hay como 10 muertos y muchos heridos. Algunos compañeros nuestros muy graves. Y en eso sale Franchiotti de adentro del hospital y empieza a decir a los medios de comunicación que nos enfrentamos entre piqueteros y me agarró una impotencia que no podía manejar. El hijo de puta está mintiendo, diciendo que nos habíamos matado entre nosotros. Entonces busco algo con que golpearlo, no había nada en el hospital con qué darle y no encontré nada más que mi puño y busqué el ángulo porque por adelante no podía: estaban las escaleras y no iba a llegar nunca. Entonces fui por un costado y le di las dos piñas muy rápido”.

– Hay una cámara que toma tu cara que apenas se ve en cámara lenta

-¿Y cómo salí? Porque estaba sacado.

-Sabés que mi viejo, que no milita en política, festejó aquella piña luego de ver las fotos de Kosteki y Santillan asesinados.

-Sí, mucha gente con sentido social se habrá visto reflejada con lo que hice.

Luego de la trompada contra el comisario en un hospital atiborrado de policías, Hugo no tuvo una huida sencilla. Inmediatamente el jefe de la departamental, Osvaldo Vega, lo cazó del brazo para intentar arrastrarlo al interior del hospital y fue impedido por un compañero que reaccionó en el mismo momento y pudo sostener a Hugo del otro brazo. Tironeado por ambos extremos, entre empujones y griterío, la conferencia de prensa había desaparecido. Allí es cuando entra en defensa de Hugo, Hernán Guarian:

“Lo vi venir al compañero, sabía que algo le iba a hacer a Franchiotti, había mucha bronca”, cuenta Hernán, quien fue el primer señalado como autor de la piña. Militante del Polo Obrero, vivía cerca del puente y había estado en la primera línea cuando se desató la represión. Ante la desbandada llegó a su casa y decidió agarrar la bicicleta e ir al Hospital Fiorito porque estaban diciendo que había muertos y heridos. “Al llegar me encuentro con mis compañeros y me enteró que Leonardo (también militante del Polo) había recibido un disparo en un pulmón que lo tuvo entre la vida y la muerte por 40 días”. En esa espera rodeada de policías, sale a la puerta Fanchotti. Hernán se suma al abucheo cuando ve a su compañero enfilando para asestar el golpe. “Yo veo que un policía lo agarra, entonces me acercó para rescatarlo y ahí me trenzó a golpes con el que resulta ser Osvaldo Vega, el jefe de la departamental de Lomas. Él me amenaza con sacar el arma y lo golpeó. Ahí zafamos los dos pero me habían marcado, porque media hora después mientras denunciábamos las detenciones y que estaban borrando pruebas antes los medios, a mí me secuestran. Me taclean, me agarran muchos policías y luego me sacan por un puerta clausurada a un patrullero. Adentro del patrullero, en el piso, me pisan la cabeza y me dan patadas. Entre ellos empiezan a hablar si convenía que me peguen un tiro y tirarme al Riachuelo. Yo pensé que era el final. En la comisaria me tienen en un cuarto interno, aislado de los 160 detenidos y cada tanto me pegaban. Cuando dieron la primer lista de detenidos yo no figuraba y comenzaron a preguntar por mi paradero. Incluso en la movilización que se hizo esa noche en Plaza de Mayo se pedía por mi aparición.”

Hernán fue enjuiciado con una catarata de acusaciones, entre ellas, tentativa de homicidio. Y es el primer condenado en el 2003 a 18 meses de prisión en suspenso. “Duhalde pensó que frenaba la protesta social pero se agudiza la situación y tiene que adelantar las elecciones. Por eso nosotros apelamos y ellos dejaron correr, no tenían sustento para mandarme preso y dejaron correr el tiempo hasta que mi causa se cayó». Una vez libre, las amenazas seguían: “la policía merodeaba la puerta de mi casa, hacían presencia. Yo los primeros días me guardé pero después empecé a salir. Ellos venían, anotaban la patente del auto de mi viejo y esas cosas. Una vez me detuvieron cerca de la estación y me revisaron. Tuve miedo, pensé que me iban a plantar algo para meterme preso. Desde ahí empece a discutir para irme del país. Es así que tiempo después me fui a Brasil por muchos años».

Como siguió la historia

Aquel día entre la trifulca, Hugo pudo escapar del hospital pero no de la prisión. Mientras regresaban con otros compañeros fueron detenidos frente a la cancha del Racing Club y trasladados a los golpes a la “cuarta de Avellaneda” en donde Hugo permaneció aislado y torturado. Pero siempre tuvo la duda si los policías lo habían identificado con el autor de la piña. “No sé si alguna vez me reconocieron”.

“Me metieron en una pieza aparte. Había muchos compañeros detenidos pero a Hernán y a mí nos tenían aparte. Nos pegaron garrotazos y nos tenían así. Después llegaron las Madres de Plaza de Mayo y Luis Zamora para pedir que nos liberen y ahí nos fuimos”.

De perfil bajo, dicen sus compañeros, Hugo por aquel entonces tenía 26 años. Militaba, como hasta el día de hoy, en el Polo y en el Partido Obrero. “Yo sigo en la Tendencia”, se refiere a la fracción reciente en el último Congreso del partido. Recuerda que al llegar a la casa todo era confusión y que después nunca volvió a contar esa historia: primero por seguridad y luego “porque ya no había nada que decir”.

La organización política en que participaba Hugo decidió proteger su vida y la de su familia ante una posible represalia. Recordemos que inmediatamente comenzaron a desaparecer pruebas y luego siguió el apriete y amenazas a testigos desde la “cuarta de Avellaneda” o vaya saber donde. Hubo hasta un incendio intencionado del hall de la estación. Hugo, como en la dictadura, pasó a la clandestinidad y a vivir en diferentes casas de la provincia durante casi dos años. Su esposa y sus dos hijas se repartieron en casas de familiares o amigos. “Tiempo después me reconoció un policía vecino pero creo que nunca me denunció. Me dijo: ´che…vos fuiste el que le pegó al comisario´”.

Hugo vió desde la vereda el cobarde acto de fusilar por la espalda a Dario Santillán mientras auxiliaba a Maximiliano Kosteki, herido de muerte. Siempre tuvo la claridad que esa piña iba con la bronca acompañada de todas las injusticias. Y que la justicia estaba más allá que aquellos policías asesinos que solo apretaron el gatillo: “El reclamo de justicia no se va a termina nunca porque los asesinos reales siguen gobernando. Nosotros seguiremos en el puente reclamando lo que venimos pidiendo desde hace 20 años”.

imagen tomada por Sergio Kowalewski all principal Carlos Quevedo, luego condenado a 4 años de prisión por el delito de encubrimiento agravado, sonriendo ante la agonia de Maximiliano Kosteki.



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