24/04/2020

Una “pandemia” de coraje médico afronta la debacle del sistema sanitario de Italia

La cineasta Sofía Rocha cumple cuarentena en la ciudad de Roma. En esta nota entrevista a Francesca Anna Perri, de 65 años, experta en emergencias e integrante de la Asociación de Médicos y Dirigentes de la Salud Pública. Por Sofía Rocha para ANRed.


La época coronavítica exalta a las trabajadoras y los trabajadores sanitarios en la labor solidaria de quien arriesga su propia vida para salvar la de cualquiera, como la que cotidianamente ejerce en Roma la médica ambulanciera Francesca Anna Perri, experta en emergencias e integrante de la Asociación de Médicos y Dirigentes de la Salud Pública.

Con 65 años, Francesca forma parte de la red de emergencias que incluye la línea telefónica 118, que asiste a potenciales contagiados de Covid19 con insuficiencias respiratorias, aunque lo suyo en rutina sea ocuparse “de patologías como politraumatismos o ataques cardíacos”.

El protocolo de cuidados profesionales también se modificó, relata Francesca: «Tenemos que protegernos antes de llegar a la casa del paciente; ponernos todo el material de protección lleva bastante tiempo pero es necesario y razonable para poder desarrollar esta tarea», pese a que colocarse el vestuario sanitario correspondiente debe hacerse rápido porque «hay casos graves que deben ser inmediatamente hospitalizados».

La ambulanciera es crítica del sistema de salud italiano, que opera la línea 118 a través del sistema privado: “Empresa es sinónimo de aprovechamiento, y en la medicina no tendría que ser así, deberíamos ser parte de la estructura pública. En la sanidad no tiene que existir el lucro, la única ganancia que debe existir es la ganancia de salud para el ciudadano», enfatiza.

La rutina de la médica consiste en esperar en la ambulancia la llamada desde la Central de Emergencias. «Te dicen si el caso es código rojo (grave) o amarillo en evolución (potencialmente grave), partimos y nos mandan a donde seamos más necesarios». Pero «necesarios» es casi un eufemismo, «porque en realidad tendría que haber una ambulancia cada 50 mil habitantes, cosa que no se respeta desde hace añares. Yo, por ejemplo, cubro territorios de 300 mil habitantes, todo el Norte de Roma».

«El trabajo es muy agitado porque una tiene que ser la primera que ve a las personas dañadas o en accidentes, e inclusive recibimos agresiones verbales de esas personas en un estado de shock. Yo lo entiendo, porque la gente está preocupada por sus familiares, pero hay que tener la capacidad de dominar la situación en ese contexto no solamente en la confrontación con el paciente sino con el ambiente que te rodea, y no es fácil«, admite.

A ese trabajo “lo amo porque lo elegí”, asume en referencia a la relación compleja entre obra y vocación. «Desde chica tuve el instinto de la cruz rojita, siempre lista para socorrer a cualquier persona. Fue casi como una elección natural y no me arrepiento, me gusta y quiero dar lo mejor de mí», revela. No obstante, considera que «dado el clima político, el desmantelamiento de la salud pública y el hecho de que no se estimulen las condiciones para hacerlo mejor, el ejercicio de la medicina está librado a nuestra voluntad y la pasión por nuestro trabajo. Lamentablemente conozco a muchos colegas que no ven la hora de jubilarse porque están cansados de la burocratización y de los obstáculos que nos ponen por no conocer el tipo específico de trabajo, que no es solo curar la enfermedad en ese momento y listo, sino que es curar a la persona integralmente«.

Al interrogante global de por qué Italia sufre un número significativamente alto de muertes, Francesca pone el foco en la provincia norteña de Lombardía, donde la Federación de Médicos regional divulgó un documento de denuncia ante la lentitud de los resguardos que se deberían haber tomado y el abandono en el territorio de “muchos médicos de familia que fueron dejados solos sin una estructura” que los pudiera sostener.

De fuente directa, Francesca relata la situación conocida como «la masacre de Bergamo«, debida a fallas graves en el protocolo sanitario: «El trabajo territorial no se abordó desde un primer momento. Le decían a los infectados que llamaran a un médico familiar por teléfono, entonces los médicos asistían a sus domicilios y se terminaban infectando por no tener las medidas necesarias garantizadas”.

«Esa mala praxis dejó el saldo aproximado de 4200 médicos familiares contagiados, un centenar de los cuales fallecieron, y 26 enfermeros muertos». Para peor, en varias zonas de Lombardía, entre ellas Bergamo, la presión empresarial logró que no hubiera categoría de ‘zona roja’ para no parar la producción, obligando a los trabajadores a producir en total desprotección sanitaria.

«Espero que esta lección vuelva en forma de salud pública, porque teníamos uno de los mejores sistemas en el mundo, público, gratuito, universal y laico, que fue desmantelado y equiparado con el privado sólo porque a alguien se le ocurrió que con la salud se podía ganar dinero«, sentencia Francesca.

La médica afirma que la salud debe ser abordada como un tema integral del ser humano que se conecta con el medio ambiente, con el trabajo, con el hogar: «Yo tengo la posibilidad de ir a las casas de los pacientes y ver dónde está la miseria. La miseria humana, moral, porque no tiene que ver únicamente con el poder adquisitivo, a veces más bien es al revés». Apunta además la preocupación de quienes no pueden quedarse en casa por el simple hecho de no poseerla, y «encuentran refugio en la sala de socorro de emergencias».

Perri asume su visión política «de izquierda pero en su valor original, para la comunidad, para la colectividad». “Cualquiera que se ocupe de la política debe tener presente el discurso de la salud como derecho humano y debe estar en el centro de cualquier agenda pública y política”, opina.

Francesca dice sentirse privilegiada por tener un trabajo en relación de dependencia y de tener un sueldo con el cual vivir y hacer muchas cosas por los demás. “Y si lo puedo hacer yo, que soy trabajadora, lo podrían hacer otros que tienen enormes ganancias”, desafía.

“Yo creo en la distribución de la riqueza. La plata ayuda a vivir bien, pero una vez que morimos no la tenemos más. Se la dejamos a nuestros hijos ¿y después? Una vez que se tiene casa, auto, un mínimo de vacaciones cada año, el placer de tener amigos con quien compartir, educación, ¿para qué te sirve tanto dinero?”, plantea.

Contraria al criterio de algunos colegas o compañeros que toman la cuarentena como un atropello a las libertades individuales, Francesca afirma que el aislamiento social es un acto necesario en estos momentos para cuidar la libertad, «pero la libertad colectiva, no sólo la de alguien particular sino la de todos».

Y retoma la preocupación por la crisis sanitaria: «Yo vi el dolor y el miedo en los ojos de las personas y también en los de mis colegas. No sólo el miedo al virus sino el miedo a morir solos, porque muchas personas son conscientes de que una vez entrados en internación muy probablemente no salgan, y no vean ni siquiera a sus familiares para despedirse».

Francesca transmite esperanza al decir que “tenemos que aprender que la salud tiene que estar en primer lugar, y tiene que haber más humanidad. Espero que todos tomemos mayor conciencia del valor de la vida y de los lazos humanos».

E invitada a elegir una palabra que exprese el momento actual, se deja llevar por el humor sarcástico: “Más que una palabra, se me viene en mente una parolaccia (palabrota), pero me la guardo y digo ‘coraje'».



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