10/04/2020

El autoritarismo, o la otra pandemia

Las medidas tomadas por la mayoría de los gobiernos para afrontar la pandemia están generando debates sobre si vulneran los derechos, toda vez que se imponen restricciones a la libertad de movimientos y se utilizan las fuerzas armadas para supervisar su cumplimiento. Algunas voces rechazan la comparación con las sociedades orientales, instaladas ahora como referentes de eficiencia. Por Raúl Zibechi*.


El 17 de febrero, cuando la pandemia golpeaba con fuerza a China y había aún pocos casos en el resto del mundo, The New York Times titulaba: “China recurre a un control social al estilo de Mao para frenar el coronavirus”. El diario se empeñaba en contrastar las democracias occidentales con el régimen dictatorial de Beijing: “El gobierno chino ha llenado las ciudades y las aldeas de batallones de vecinos entrometidos, voluntarios uniformados y representantes del Partido Comunista para llevar a cabo una de las campañas de control social más grandes de la historia” (The New York Times, 17 de febrero de 2020).

Un mes y siete días después, cuando la OMS anuncia que Estados Unidos “empieza a convertirse en foco de una pandemia que se acelera”, el tono de superioridad parece estar dando paso a una mayor cautela y al reconocimiento de que los países asiáticos han superado mejor la emergencia que los europeos y la propia superpotencia.

De hecho, cuando el presidente Donald Trump anunció el despliegue de fuerza armada en New York, California y Washington “para ayudar a los gobiernos regionales a enfrentar la crisis” y se definió a sí mismo como “un líder de tiempo de guerra”, los medios estadounidenses no lo condenaron con la misma energía que mostraron ante el régimen chino.

Democracia y nación

Los medios rusos informan que Moscú ha enviado un grupo de especialistas para ayudar a Italia a combatir el coronavirus, formado por unos cien médicos y biólogos del Ministerio de Defensa de Rusia.

“Tomó menos de 24 horas desde la conversación entre el presidente ruso y el primer ministro italiano hasta la salida del primer avión con carga a Roma. En solo una noche, estos militares se reunieron en la región de Moscú provenientes de toda la parte europea de Rusia”, destacó el historiador militar Dmitri Boltenkov (Sputnik, 23 de marzo de 2020).

En un sentido similar se movilizó la ayuda de Cuba y de China a los países europeos. China es “el único país capaz de suministrar mascarillas a Europa en tal cantidad”, dijo el ministro del interior checo, Jan Hamacek. Los chinos “son los únicos que pueden ayudarnos”, ha afirmado el presidente serbio, Aleksandar Vucic, que ha calificado al jefe de Estado de este país, Xi Jinping, de “hermano” (El País, 21 de marzo de 2020). El prestigio de China crece con los envíos masivos de material protector que escasea en el mundo.

Aunque no son los únicos países que ayudan a los afectados por la pandemia, los tres cuentan con regímenes que Occidente considera como “autoritarios” o simples dictaduras. Esta tensión está presente en numerosos análisis, con las más diversas conclusiones.

El escritor brasileño Diogo Schelp, considera que las principales amenazas que revela la pandemia son la “propaganda engañosa” de gobiernos y medios, la asfixiante “vigilancia tecnológica”, la “restricción de la libertad de movimientos” y la “tentación autoritaria”, cuyos extremos estarían representados por Jair Bolsonaro y Benjamin Netanyahu (UOL, 23 de marzo de 2020).

El español José María Lasalle, profesor de Derecho y exsecretario de Cultura Agenda Digital, apunta: “Que China se muestre más eficiente es una mala noticia para la libertad” (La Vanguardia, 18 de marzo de 2020). En su opinión, la actual crisis “puede acostumbrarnos a vivir en un marco de excepcionalidad normalizada que nos haga admitir que para afrontar los riesgos de la globalización son razonables pautas autoritarias que no admitan discusión”.

Autor del libro Ciberleviatán, cuyo título lo dice casi todo, Lasalle sostiene que el problema de la sociedad actual nace de que “hemos asumido que la salud pública es la prioridad y que, por tanto, la seguridad debe prevalecer sobre una libertad que ha perdido su dimensión pública para confinarse en un ámbito privado”. En gran medida, porque “vivimos en una sociedad de clases medias debilitadas en sus resistencias emocionales frente a la adversidad”.

En síntesis, la decisión de sacrificar la libertad por la seguridad, combinada con la recurrencia a la asistencia social, dibujan un panorama desolador para las libertades democráticas. Interesante, además, porque no coloca la deriva autoritaria en las alturas sino en el seno de la sociedad, que practica la cultura nada difusa del individualismo. Concluye asegurando que el “tsunami de datos” que estamos liberando durante el confinamiento, enriquece a las corporaciones tecnológicas.

Por su parte, Stephen Walt, profesor de asuntos internacionales de Harvard, sostiene que “COVID-19 va a crear un mundo que es menos abierto, menos próspero y menos libre. No tiene que ser así, pero la combinación de un virus mortal, una planificación inadecuada, y el liderazgo incompetente ha colocado a la humanidad en un camino nuevo y preocupante” (Foreign Policy, 20 de marzo de 2020).

Eficacia y pueblo

El analista de Asia Today residente en Seúl, Andrew Salmon, sostiene que Corea “ofrece un historial ejemplar de control de la pandemia sin pisotear las libertades más básicas y el comercio” (Asia Times, 18 de marzo de 2020). Opone las medidas de Europa y Estados Unidos, que considera “francamente autoritarias”, a las de Corea del Sur donde la irrupción del coronavirus fue, casi, imparable.

El país consiguió lo que define como “control democrático de desastres”, haciendo muchas pruebas (unas 20 mil diarias al comienzo de la epidemia), lo que les permitió detectar infectados y apostar al auto-control. Esto fue posible, en gran medida, por una cultura oriental muy particular que lleva a los ciudadanos a aceptar las recomendaciones sin rechistar.

Aunque el daño económico existe, Corea del Sur (pero también Japón) están transitando la pandemia sin cerrar la economía, con negocios abiertos y sin recurrir a la policía para devolver a los viandantes a sus casas.

Este punto lo desarrolla el filósofo coreano residente en Berlín, Byung-Chul Han, autor de numerosos best-seller de gran circulación entre las clases medias. Sostiene que Asia está influenciada por el confucianismo, que sus poblaciones valoran la autoridad y el orden.

“Las personas son menos renuentes y más obedientes que en Europa. También confían más en el Estado. Y no solo en China, sino también en Corea o en Japón la vida cotidiana está organizada mucho más estrictamente que en Europa. Sobre todo, para enfrentarse al virus los asiáticos apuestan fuertemente por la vigilancia digital” (El País, 22 de marzo de 2020).

Agrega que en Asia no existe conciencia crítica ante la vigilancia digital y que no se menciona la protección de datos, incluso en democracias como Japón y Corea. En China, “no hay ningún momento dela vida cotidiana que no esté sometido a observación. Se controla cada clic, cada compra, cada contacto, cada actividad en las redes sociales. A quien cruza con el semáforo en rojo, a quien tiene trato con críticos del régimen o a quien pone comentarios críticos en las redes sociales le quitan puntos”, señala Han.

La ironía es que esta vigilancia orwelliana, que define como un “Estado policial digital”, “resulta más eficaz para combatir el virus que los absurdos cierres de fronteras que en estos momentos se están efectuando en Europa”.

Si la pandemia acelera la transición hacia la hegemonía global de Asia y China, como apuntan hasta los intelectuales consultados por Foreign Policy, y como se deduce de la mayoría de los análisis independientes, podemos estar ante una elección ineluctable entre seguridad y salud, o democracia. Sin embargo, no deberíamos reducirla a una opción entre los valores y las culturas de Occidente y de Oriente.

Sin embargo, para quienes se ufanan de la superioridad de las democracias liberales occidentales, el sociólogo Immanuel Wallerstein nos recuerda que democracia y liberalismo no van a la par, sino que son opuestos: “El liberalismo se inventó para contrarrestar las aspiraciones democráticas. El problema que dio origen al liberalismo fue el de contener a las clases peligrosas”, ofreciéndoles un acceso limitado al poder político y cierto bienestar económico, “en grados que no amenazaran el proceso de acumulación incesante de capital”.

* Artículo publicado originalmente en la Revista Trazos de NuestrAmérica (Contacto: trazos@nuestramerica.cl)


Biodata

Raúl Zibechi es un escritor y pensador-activista uruguayo, dedicado al trabajo con movimientos sociales en América Latina. Doctor Honoris Causa a su trayectoria por la Universidad Mayor de San Andrés, LaPaz, Bolivia (2017).



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