01/04/2020

Maratonista ciego o Kintsugi

Hay libros maravillosos que se nos caen de las manos; hay algunos geniales que nos dejan durmiendo en la puerta y existen los que nos toman de arrebato y nos desvelan. Pero también están los que, mediante un proceso alquímico, llegan desde el porvenir, en un momento que es para siempre: y este libro es uno de ellos. Por Andrés Manrique, para ANRed.


“La lejanía de estar cerca sin tocarse
como bordes de la misma herida”

(Hugo Mujica)

Alguien baja al llano con un pájaro muerto metido en una bolsa de plástico al fondo de la mochila. No es la misma persona que subió hace años dejando a su padre a medio camino, pero tiene algo de aquel; no es el que irá a tomar mate en el geriátrico con su madre, pero también lo es. Alguien entierra el pájaro en el jardín del hotel con la anuencia de Joao, el viejo sereno portugués que coloca unas piedras sobre la tumba recién cerrada mientras recita el Kaddish que transmuta en versos de Allen Ginsberg: “Sé adónde te fuiste. Es un buen lugar.” Las piedras que Joao pone encima de la tumba son para que demonios y monstruos lo dejen descansar en paz, aclara. Para que todos los fantasmas no se queden bebiendo de sus alas.

Alguien viaja en busca de la imagen primordial que puede hallarse en tres medusas azules o en los labios de la tímida sueca que mea parada sobre el capot de un coche azul, iluminada por un farol que la recorta sumida en una tormenta de nieve.

Como si la locura lo siguiera sobre un caballo desbocado en la noche de esa yegua que va pariendo monstruos (nightmare que crece de la razón). Sintiéndose un ciego que sólo puede mirar hacia adentro, se golpea para que la pena sea el servicio divino y la locura de la pesadilla se siente a sus pies como en un sueño, “porque negar lo real nunca será suficiente para que esa realidad deje de molestarnos de una vez por todas.” Reparar la monstruosa grieta que tiende el mundo ante sí, “de modo tal que la cicatriz del objeto no sólo quede a la vista, sino que se la resalte, revalorizándola.”

Emilio García Wehbi monta en picado una secuencia de escenas breves que cortan, dialogan, irrumpen y dan forma: padre, madre, hijo, triángulo duro del que es preciso cortar uno de sus ángulos para componer la subjetividad más singular posible. Una fotógrafa amiga de años, un viejo amigo y el mundo son observados por alguien. “No nacemos, nos nacen.”, dice al comienzo. Fantasmas que empujan, que duelen, que alientan. Hay que aprender a andar a ciegas, corriendo o avanzando como se pueda entre muñecos rotos, pisando pequeños cactus que brotan a nuestros pies; moviéndose hacia adentro para frotar el sentido de la búsqueda contra la piedra; no para lavarlo, sino para tomar de esa amniótica aspereza que, efectivamente, fue y es y acaso nunca será del todo el otro.


Maratonista ciego (Bildungsrooman) | 156 páginas, ISBN: 978-987-4445-11-7 | Novela | Formato: 21×14,8 cm. | 1° Edición 2020 |

Autor: Emilio García Wehbi

Editorial: Ediciones DocumentA/Escénicas

Contratapa: Hugo Salas

Dibujos y diseño: Elisa Canello



2 comentarios

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  1. Soledad · 2020-08-23 17:25:46
    Me dan .uchas ganas de leerlo¡!¡¡
  2. Maratonista ciego o Kintsugi « Ediciones Documenta Escénicas · 2020-04-08 14:03:18
    […] Por Andrés Manrique, para ANRed. Leer la nota publicada haciendo click aquí: […]

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