02/02/2020

El lenguaje inclusivo y mi hija de tres años

Mi hija no es feminista de la igualdad ni de la diferencia, ni teórica queer, ni feminista autónoma, pero usa lenguaje inclusivo y lo hace por una sola razón: porque le sirve. A nadie le servía, hasta hace poco, decir “consejo de ministras”. Pero eso ha cambiado. Por Patricia Reguero para El Salto

i hija dice los amigos y las amigas, los compañeros y las compañeras, los dinosaurios y las dinosaurias, los búhos y las búhas. Juega con unicornias y con bomberas. Sabe interpretar cuándo “nosotras” sirve para referirnos a nuestro núcleo familiar —su padre, ella y yo— y también es consciente de que el masculino, a veces, es utilizado como genérico.

Lo que quiero decir es esto: mi hija utiliza el lenguaje inclusivo desde que el año pasado empezó a ir al cole, a los tres años, y no pasa nada. Bueno, la verdad: algo sí pasa. Pasa que ella sabe que esta forma de hablar, en determinados contextos, es la más adecuada a sus intenciones comunicativas. Pasa que reconoce perfectamente cuáles son esos contextos en lo que lo normal, lo más sencillo, lo más directo, es usar este lenguaje. Lenguaje normal de hablantes normales comunicándose.

Ella no es feminista de la igualdad ni de la diferencia, ni teórica queer, ni feminista autónoma, ni del PSOE ni de Podemos, ni feminista liberal de Ciudadanos. Ella no lo fuerza ni lo finge, ni tiene ninguna instrucción concreta en casa ni en el cole para usarlo o para no hacerlo. Pero su profe de referencia habla así. Su padre y su madre, a veces, también. Y ella absorbe. Lo utiliza, al fin y al cabo, porque le sirve. Ni más ni menos. Lo que no le sirve, lo deshecha, y así todos los días tira a la basura palabras geniales que se inventa: continquito, pegatuna, parilocus, duranza, muserea, giraboto.

A algunas nos resulta lejano usar el masculino universal en un grupo del colegio donde somos nosotras las que nos preocupamos de los disfraces y de la fruta

Yo, en cambio, hago un uso más consciente del lenguaje inclusivo. Porque no me siento cómoda usando el masculino como genérico en la puerta del colegio, donde ayer hacíamos corrillo seis madres, tres abuelas, un padre. Me resulta lejano y extraño usar el masculino universal en un grupo de WhatsApp de madres y padres donde somos nosotras las que nos preocupamos de los disfraces, de la ropa de cambio o de la fruta, aunque hasta hace poco las AMPA se llamaran sorprendentemente APA.

Es extraño y lejano también hablar de “los profes” cuando ellos son minoría en el equipo educativo. El masculino para indicar la generalidad, simplemente, es forzado en contextos que a algunas nos son cotidianos.

Me da igual que a algunos hablantes no les guste el lenguaje inclusivo: lo que me preocupa es en qué contexto eso ocurre

Me da igual que a algunos hablantes no les guste el lenguaje inclusivo: lo que me preocupa es en qué contexto eso ocurre, en qué lugares nadie echa de menos nombrar a las mujeres. Nadie que se desenvuelva en un mundo en el que lo masculino es la norma necesita reinventar sus formas de expresarse. ¿Quién necesita decir “las académicas” en la RAE o desdoblar los artículos para nombrar a “las consejeras”, “las diputadas” o “las portavozas” cuando estas son la anécdota, la excepción? Nadie necesitaba, hasta hace poco, decir “consejo de ministras”.

Pero eso ha cambiado. Lo sabe mi hija, que es muy lista. Sin llegar a su nivel de plasticidad, espero de quienes se ríen de las nuevas formas de expresarnos una milésima parte de la inteligencia de mi hija.

Ojalá las personas adultas sepamos aprender de los niños y niñas como ella.



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