30/12/2019

«¡Justicia para Eliana!»

El 27 de diciembre fue el último juico por femicidio del año en la ciudad de Mar Del Plata. La pena fue a Nicolás Mansilla, quien el 2 de abril de 2018 mató a Eliana Dominguez, joven de 23 años. La sentencia fue prisión perpetua. Pero estos procesos no empiezan ni terminan ahí. Están las familias, quienes quedan, y que día a día transforman ese dolor para seguir. Por Feroce para ANRed


Unas semanas antes del juicio, Cristina, la mamá de Eliana, nos recibió en su casa en Santa Clara del Mar. Ahí viven con su hija Candela y su compañero desde marzo de este año: después de mucho dolor, decidieron irse de Bosque Grande, barrio en el que vivían con Eliana, el mismo donde Nicolás la mató en una esquina, el mismo que con el correr de los días les generaba miedo y angustia.

Se mudaron a una casa en el interior de Santa Clara del Mar, lugar recomendado por Lizi, una integrante de la organización Mar De Lucha. Los primeros días fueron soledad y silencio entre ese pueblo de árboles y un mundo nuevo para habitar. Pero Cristina y Candela (el padre trabaja en Buenos Aires y va y viene) de a poco empezaron a hacerla propia, como al lugar también.

Casi nueve meses después, entra el sol por la ventana de esa casa. Candela (20 años) prepara un mate y tararea la música de Shakira que suena de fondo. Facundo, su novio, sonríe a su lado. Ponen unas cosas dulces en la mesa: es lo que quedó del “baby shower” que hicieron por su sobrino. El hermano de Candela y Eliana tendrá su primer hijo y nacerá en el contexto del juicio.

En eso entra Cristina, con la cara roja del calor y una sonrisa. Se sienta y nos cuenta con chispa en los ojos, sobre el evento en el que había estado la noche anterior. En un teatro de Santa Clara estuvieron leyendo sus textos Juan Solá, Luca André y nos muestra el libro “Deshilachada” de Natalia Bericat. Ahí hay un poema que les escribió a Lucía Perez y a Eliana. Nos cuenta. Acaricia las páginas. Hoy abraza haberse mudado a Santa Clara: “Este lugar adoptó a Eliana. Es como hubiera sido vecina de toda la vida. Acá plantaron un árbol que donaron de un vivero para recordar a Eliana, a la Colo, y Gisel (otras víctimas de la zona).

Cristina respira profundo. Llora: “Siempre amé el mar. Si no podía ir, me deprimía. Y les decía siempre en chiste a las chicas que cuando me muera, quería transformarme en árbol. Ahora planté un árbol por mi hija. Y vivo cerca de la playa porque no la tengo. Yo quería ser un árbol, no mi hija. ”

En Bosque Grande tenían miedo. Nunca nadie les hizo nada, pero el barrio donde creció Eliana les removía todo. Una noche, el papá de Eliana dio el paso. Juntaron las cosas, y se mudaron. Hoy, lo viven diferente: participan de las actividades, y están acompañadas a donde van. Hace poco, después de días de acampe, junto con organizaciones de la zona lograron que pongan la “Oficina de la mujer” en Santa Clara. Esa misma tarde, Cristina se iría a pintar zapatos rojos porque al día siguiente sería el día de la violencia contra la mujer. Ahora, respiran el aire de este lugar: “Si estamos colapsadas, salimos con Candela a caminar. Allá era estar preocupas todo el tiempo. Acá tenemos paz y tranquilidad” afirma Cristina a más de un año de que perdió a su hija, pero valorando lo que tienen, como Facundo, el novio de Candela, que siendo tan joven estuvo presente desde el primer momento acompañando a la joven. Hasta le tocó ser testigo. Eliana también lo quería, cuentan las chicas entre risa: cada vez que venía Facu ella era la primera en ir a comprarle la Coca Cola.

La Unión

Cristina y Candela aparecen siempre juntas. En las marchas, en los medios, en cada entrevista que se le hacen. Son las que les pusieron voz y cuerpo a la causa de Eliana, con las remeras con su cara y carteles. Los días siguientes de ese 2 de abril, era buscarse refugio. Se iban a la casa de su otro hijo (que vive a pocas cuadras de su actual casa) ponían un colchón y dormían una persona al lado de la otra. Lo mismo ahora: Si no está Facu, ellas duermen juntas, o cuando vuelve el papá de viaje, duerme al lado de Candela. Se refugian tanto como esas primeras noches en las que veían películas y tomaban mate porque ya no sabían que hacer. Ahora, a menos de un mes del juicio, se ponen para la foto. Se abrazan fuerte y miran la cámara. En sus ojos y color de pelo hay rasgos, huellas de Eliana.

El Juicio

La sentencia del juicio fue el 27 de diciembre al mediodía. El Tribunal Oral en lo Criminal nº 1 condenó a prisión perpetua a Nicolás Mansilla. Los jueces Facundo Gómez  Urso, Pablo Viñas y Jorge Peralta expresaron a cerca de “la relación desigual de poder” y de cómo Nicolás la había matado porque ella había decidido no volver con él.

El mediodía corre y la gente que venía acompañar era cada vez más. Una fila de personas esperando en la entrada de tribunales de la calle Tucuman y Brown. Entre ellas, familiares de otras víctimas, con sus remeras y carteles. Un montón de ojos puestos en esa puerta transparente que dice “Poder Judicial Buenos Aires”. Entran y salen personas de traje, otras enojadas, otras tristes. Circula en mate como ya es ritual en esta espera. Niños y niñas dibujan en hojas en el suelo. Se comparte galletas, sandwiches. Entonces llega un mensaje al celular: perpetua.

Sale, desde esa puerta transparente, una mujer con la remera de Eliana, llorando.  Una ola de gente va hacia ella. La rodea, acaricia, escucha. Y desde la puerta salen más: Marta la mamá de Lucía, Guillermo su papá, mujeres del barco El Repunte, familiares de Nancy Segura (otra víctima) amigas, y entre ellas, la familia de Eliana. El suelo se llena de caras que lloran y abrazos. Ya ni se ven esas personas que entran y salen indiferentes. Ahora es un montón de gente llorando a Eliana. Se nota lo que dice Cristina: que un montón de gente la adoraba, que en la zona dónde ella trabajaba repartiendo café, se hacía querer, “los de la óptica le regalaban anteojos, los de la librería una agenda, hasta los de la obra social la querían” que si le decías “que linda remera” ella era capaz de sacársela y dártela, que si te subías al bondi y no tenías para pagar, Eliana aparecía del fondo y te daba su tarjeta. Ahí está Eliana, entre todos esos abrazos. Y ahí están Cristina y Candela cuando se acercan los medios. Las dos se ponen ante la cámara. Se agarran fuerte de las manos. Miran, dispuestas a hablar. Las manos las tienen apoyadas en la remera donde  la joven sonríe y dice la palabra justicia.



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