30/10/2019

La tierra será de quien la trabaje

La realidad alimentaria del país pasa por un momento crítico, basado en los altos índices de inflación, desocupación y una recesión que provocó una caída en picada que afectó a todos los niveles de consumo, incluso en los alimentos. A gran distancia de empresarios supermercadistas y funcionarios de alto rango, la UTT forjó una historia propia, autogestiva, que lleva una década de vida e intenta, más allá de esta etapa de transición entre gobiernos que han apostado al extractivismo, avanzar por el comercio justo y el acceso a la tierra. Por Santiago Somonte para ANRed.


En el Verdurazo de febrero organizado por la U.T.T. en Constitución, la policía gaseó productores y alimentos, mientras a un costado, en una metáfora que pinta los cuatro años de macrismo, una anciana con bastón en mano, se agachaba entre los uniformados en busca de una verdura perdida entre la súbita represión. Paradigmas de un país hambreado, ajustado a recetas extranjeras y males crónicos envasados en origen. La organización repudió por entonces lo sucedido y continuó su proceso expansivo-productivo. Abrió huertas y generó otros Feriazos, que produjeron mayor repercusión. Gente de todo el país reclamó por movidas similares en sus barrios y ciudades, con la necesidad lógica de comprar a precios bajos, mientras los índices de inflación subían a cada mes.

“Nos sumamos a la UTT hace dos años, con un grupo de compañeros, para explotar la comercialización. Decidimos abrir el primer espacio minorista en Luis Guillón, generando un canal de venta directa, sin intermediarios. En principio cargábamos una camioneta con treinta bultos cada dos días, y de a poco se fue armando un vínculo con el vecino de zona sur y los trabajadores de la tierra de La Plata, y tiempo después, relaciones con organizaciones de otras provincias: así trajimos cítricos de Entre Ríos, manzanas y uvas de Mendoza, y otras variedades que nos permitieron aumentar las ventas, hasta que tomamos la decisión de abrir el local de Almagro. Fue el paso de acercarnos a la ciudad, a un público más demandante que tiene más metido el tema de la agroecología, de la producción sin agroquímicos”, cuenta Facundo Etcheverry, desde el galpón de distribución ubicado en Valentín Alsina, Lanús.

Luego, repasa el crecimiento vertiginoso de la UTT, con la llegada de nuevos compañeros y compañeras desde las huertas del Gran Buenos Aires, y la presencia en la mitad de las provincias del país, en contraposición a una economía recesiva, ajuste y represión: “A partir del Verdurazo multiplicamos la presencia de la gente en los almacenes, y ese paso nos dio la posibilidad de responder a las demandas de las quintas”. Así surgió el espacio en Valentín Alsina y también, las trabas burocráticas que modificaron la logística interna. “Un día antes de la inauguración nos dijeron desde la municipalidad de Lanús que si abríamos nos clausuraban el lugar. Su argumento era que faltaba parte de la obra, pero también tenía un trasfondo político. Entonces lo usamos como depósito; distribuimos a los almacenes que tenemos en Capital y Gran Buenos Aires, y armamos los bolsones, que sostenemos de las compras comunitarias, a partir de las verduras cosechadas en la semana, que llegan desde La Plata, Olmos, Berazategui y las colonias que tenemos en Luján y Jáuregui”.

El funcionamiento de la organización es horizontalmente democrático. Lejos de mesianismos y oportunistas, las decisiones son tomadas en asambleas semestrales donde las y los productores son quienes fijan el precio, según las necesidades y precios de la región, los costos de logística, alquiler e insumos y la posibilidad de progreso; lento pero seguro. Así las familias agricultoras de la UTT, en su enorme mayoría de origen boliviano, logran modificar dos paradigmas históricos. En primer lugar, mejoran su rentabilidad económica: si bien no dejan de pagar altos costos por el alquiler de la tierra a arrendatarios privados, deciden cuánto va a valer lo que producen y a partir de allí, pueden planificar sus costos de vida y nuevas plantaciones. Por otra parte, abandonan el trabajo semi-esclavo, de larguísimas jornadas, maltratadxs, a expensas de los inescrupulosos dueños de las quintas, que les exigían llegar a una producción sin descanso alguno, habitando en ranchos precarios, entre otras penurias. El proceso incluye un agregado vital, una premisa indiscutible de la UTT: la producción agroecológica, libre de herbicidas y fungicidas, sin contaminar alimentos, ni cuerpos propios y ajenosUn paso clave para el comercio justo y la soberanía alimentaria.

En esa reconversión, transcurrieron los últimos cuatro años de Zulma Molloja, referente de base, encargada de coordinar la producción, talleres de educación y salud, entre tantas otras actividades, y Estela Miranda, referente del área de género. Ambas militan en las zonas de Lisandro Olmos y Etcheverry, barrios postergados del Gran La Plata.

Sus historia nacen en los sembradíos de las fronteras tan estrechas entre Bolivia y Jujuy, donde padres, madres y abuelos y abuelas formaron familias y trabajaron como mensualeros/as, muchas veces en condiciones infrahumanas, en las cosechas de verduras y tabaco. Convocadas hace diez años por familiares que vivían en La Plata, llegaron con parejas e hijxs en busca de tierra para trabajar y un futuro que al menos les cambiara la ecuación semi-esclava al final de cada jornada. La situación, en principio, fue casi calcada a la que vivían en su lugar natal: “Nos imponían que plantar, trabajábamos para patrones que nos maltrataban. De una producción de lechuga que valía veinte pesos y nos daban menos de diez. Nosotras hacíamos todo el proceso”, explica Molloja. Tras años de trabajar en distintas quintas, sin conocerse aún, decidieron alquilar junto a sus parejas, una hectárea de campo para iniciar una producción sin patrones. Una decisión difícil, un camino escarpado y con obstáculos como el que baja de las montañas de su noroeste natal:

“Son más cantidad de gastos, es una inversión pero lleva mucho tiempo. Tenes que preparar la tierra, pagar el tractorista, el abono, los postes, labrar la tierra, conseguir las semillas y la bomba de agua para regar, cultivar y esperar la cosecha”, relata Miranda, bajo el nylon blanco de la quinta sembrada con calén, lechuga y apio, una de las cuatro hectáreas en las que trabajan un par de familias, historias que se repiten por decenas en la periferia de la capital bonaerense. Ahí dentro, el color verde de las verduras en sus distintas etapas de siembra se impone, contundente. La temperatura generada por esa suerte de carpa gigante, aumenta a cada momento.

“Cuando entré a la organización, trabajaba mucho, día y noche hasta no poder más… Nunca fue mi idea quedarme donde estaba, quería salir. El patrón no te dejaba ir a ningún lado, nunca descansabas…”, dice Molloja, y rápidamente resalta la importancia de plantar las verduras que desea, del modo que desea y por sobre todo sin agroquímicos: “Ellos te ponían el veneno, para que fumigues, te envenenes, vos y tus hijos. Hoy en día soy libre”. El avance con la agroecología es parte del proceso que hacen los productores, afirman ambas, y recuerdan la intoxicación de un compañero que sangró, sufrió convulsiones y se desmayó tras aplicar insecticidas por orden de su patrón. Salvo su vida en un hospital de la zona. “Si esa verdura llegaba a una persona, directamente la mataba. Y de quien iba a ser la culpa de nosotros o de las agroquímicas?, preguntan casi a la vez. La modificación de los modos de producción es un puntal dentro de la U.T.T. Un modo de cambiar la realidad personal y colectiva que se refuerza a diario con la construcción y mantenimiento de nuevos galpones, la edificación por los propios compañeros y  compañeras de salas de jardín de infantes para hijxs de la organización, charlas de capacitación en enfermedades como el Mal de Chagas, propia de las zonas rurales, y las reuniones de mujeres a través de consejerías de género ajustadas a una realidad de golpes, abusos y violencia.

“Hace tres años vamos capacitando y aprendiendo. También ayudando a las compañeras”, cuenta Miranda, quien se encarga de equilibrar, con el aporte de cada una de las mujeres de su base, entre las creencias y políticas que se entremezclan en la organización con temas como el aborto, la educación sexual integral y la postergada igualdad con los hombres: “Cuando me plantean cosas, lo único que hago es escuchar. Les digo lo que pienso y respeto la otra opinión”.

Dos niñas de once años violadas en la zona de quintas, trajeron un debate interno y distintas consecuencias. Luego de ser atacadas violentamente por jornaleros, fueron acompañadas por la organización en todo momento. Además, contaron con la asistencia de una doctora de la zona quien también milita en la UTT. Una de ellas abortó; la otra presionada por el entorno familiar del violador, siguió adelante con el embarazo. Otras historias igual de trágicas se repiten: mujeres fuertemente golpeadas por sus parejas son contenidas a diario. Darles una vivienda, un espacio para vivir con sus hijos e hijas es otro de los proyectos. A ello, se le suma una reciente sala de jardín de infantes que funciona al lado de un centro de acopio que adquirió la organización. El cambio de paradigma incluye la cotidianidad, resalta Molloja: “Antes iba a la quinta con mi marido, trabajaba como burra, llegaba a la casa, tenía que hacerle la comida a él y a mis hijos…, llevarlos al colegio, volver a la quinta. Era un trabajo esclavo en la quinta y también en la casa. Hoy en día, no. ¡Sabemos nuestros derechos! ¡Igualdad de géneros en nuestras parejas!”. En El Primer Encuentro Nacional de Mujeres de la UTT realizado hace dos semanas, justo antes del que reunió a cientos de miles de compañeras en el masivo y Plurinacional E.N.M., del que también fueron parte, sirvieron para dar cuenta y fortalecer esos cambios en plena evolución, con la misma valentía con la que han encarado la esforzada labor de trabajar la tierra durante toda la vida.

La resolana de un sol que no sale y una lluvia pronosticada que no llega hasta bien entrada la tarde, hace el aire más soporífero dentro de la quinta. A un par de cuadras, sobre la ruta y en toda la ciudad de La Plata, los carteles con proclamas electorales de distintos candidatos invaden plazas y calles. Unas horas antes de la veda, la organización se movilizó masivamente hacia el centro de la ciudad, por los repetidos robos sufridos en la zona del cinturón frutihorticola de la zona de Abasto, donde productores y camioneros son asaltados y golpeados con violencia. Con armas, handies, autos de alta gama, y en algunos casos vistiendo ropa policial, grupos de cuatro o cinco hombres han sembrado algo tan violento como la comida envenenada que da la vuelta en las góndolas del país. Una receta de otros tiempos contra los más desprotegidos. La UTT marchó por más seguridad en sus quintas, mientras aguarda por el acceso a créditos blandos, para algo tan necesario como merecido: el acceso a la tierra; para trabajarla como Zulma y Estela, quienes al repasar el camino recorrido en la organización, repiten el orgullo de ser parte de su historia.



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