24/10/2019

Enterrar el olvido con memoria colectiva

La Comunidad Indígena Punta Querandí continúa en su lucha de recuperación ancestral. En el límite entre Escobar y Tigre, justo en la jurisdicción de éste último partido, surgen nuevas actividades y avances significativos, como el reentierro de un esqueleto profanado, cuando al lugar se lo conocía como sitio arqueológico Arroyo Garín, luego destruido por las obras del vecino country Santa Catalina. Vientos de cambio soplan sobre el Río Luján. Por Santiago Somonte para ANRed.


Varios días de lluvias intensas y una mañana de domingo con cielo plomizo, no detienen las actividades que se replican casi todos los fines de semana en Punta Querandí. Tampoco el día de la madre, símbolo de reunión en los hogares de cualquier rincón del país. En esa frontera más que simbólica, entre la opulencia venida a menos y la historia “original”, referentes dan la bienvenida. Son más de quince años donde se reúnen qoms, guaraníes, kollas y jóvenes de la zona, pugnando por una reivindicación amplia en la lucha y perdurable en el tiempo, haciendo hincapié en la necesidad de conservar a los últimos humedales continentales de Tigre, para mantener su biodiversidad y re-vincular a antiguos y nuevos pobladores de la zona, entre otros temas urgentes.

Una pava grande calienta el agua sobre un fuego con leña del lugar, sello distintivo de otro montón de elementos de Punta Querandí, hechos con las manos de quienes la habitan. Madera y barro, amor y lucha en ese territorio ancestral. La clave parece estar en ese verbo que describe mucho más que un estado de permanencia en un espacio determinado: habitar este lugar, hoy en disputa y con una historia de miles de años, es según Pablo Badano, uno de los primeros integrantes de este proyecto, la forma de mantener la memoria viva, difundir el pasado y el presente de esta comunidad en crecimiento, y también delinear un futuro colectivo, con reivindicaciones territoriales y espirituales. Más allá de que vivan en distintos barrios de la zona norte, los miembros de Punta Querandí mantienen la presencia en el territorio las 24 horas y se movilizan durante la semana para planificar las actividades del domingo, visitar espacios y dependencias estatales para difundir su historia. También, avanzar con cuestiones burocráticas que permitan el reentierro de un esqueleto de mil años de antigüedad, en este territorio sagrado, explica Badano. Un precedente para otros restos humanos hallados en zonas ribereñas cercanas como La Bellaca. Objetivos que chocan con el olvido estatal y los reiterados cortocircuitos con los vecinos del country al que los separa un alambrado: agresiones concretas y tácitas, o acciones directas como los intentos de desalojo por parte de Jorge O´ Reilly, dueño de la empresa EIDICO y mentor de varios emprendimientos en la zona, además del barrio vecino.

La discriminación histórica con impronta eurocentrista avanzó con la explotación de originarios, invisibilizados y confinados hacia las márgenes de las grandes ciudades del país. En tanto, la instalación del country cortó tangencialmente el curso de la calle Brasil, actual acceso, otrora estación ferroviaria Punta del Canal y dejó bajo tierra los restos de querandíes, timbúes, minuanes y chanás, pueblos ancestrales que habitaban esta zona ribereña: enormes humedales que están siendo rellenados para nuevas construcciones, tal como han hecho en Nordelta, mega-proyecto inmobiliario que socavó miles de historias, restos humanos, vestigios de culturas, debajo de sus casas.

Habitar como premisa y modo de permanecer en el tiempo, tal como lo hacen los espíritus de quienes pulularon por esa zona de humedales y enormes campos, asegura Reinaldo Roa, un joven de 70 años, de oficio peluquero, flaco, sonriente, de larga cabellera canosa, de tonada y sentir sentir guaraní, quien se acercó en 2013 a la comunidad, alentado por un cliente que conocía sus orígenes: desde entonces no faltó un solo domingo. También lo afirma Santiago Chara, un hombre robusto, trabajador del carbón y la construcción en su Chaco natal, y en la actualidad, cacique qom de una pequeña comunidad en Benavidez. Aunque en realidad la historia tiene siempre un preludio para quienes heredan nombres y raíces firmes de las culturas originarias: ambos paseaban, pescaban y navegaban con sus familias cuatro décadas atrás por ese sitio, tan distinto en la actualidad, pero con la fuerza de la naturaleza y los espíritus omnipresentes en cada momento. Por allí también andan Jesica Zalazar y Soledad Jasuka Roa, pertenecientes al Consejo de Mujeres de la comunidad, organizando la jornada, cocinando, recibiendo gente, armando pequeñas resistencias de una larga lucha.

La forma de habitar ha sido instalarse y traslucir la historia oculta y enterrada, la de los miles de cuerpos que navegaron por el río, en la época del yaguareté, replicado en un monumento-homenaje en la orilla de Punta Querandí: el animal que representa el guardián más fuerte de la selva para la cultura guaraní, y que la conquista española rebautizó tigre, dándole nombre al partido de los grandes emprendimientos inmobiliarios, el turismo de fin de semana y los contrastes sociales plausibles de ambos lados de muros que dividen barrios privados y carenciados.

Así, surgió el museo que reúne las piezas arqueológicas que simplemente arrastra el movimiento del agua, elementos de distintos pueblos originarios, sumados a fotos y recortes periodísticos que narran la historia ancestral y los avances de la comunidad. También una huerta, una Apacheta, lugar de ofrendas para la Pachamama, y en el extremo de la hectárea que conforma Punta Querandí, entre plantas que aroman el lugar y un pequeño canal flanqueado por yuyales, un Opy, lugar sagrado para la cultura guaraní, pequeña construcción de barro y madera que se utiliza solamente para ceremonias.

Tras un guiso que alimenta una veintena de personas entre referentes, una familia numerosa perteneciente a una comunidad quom de Garín, estudiantes y viejos conocidos de la comunidad, comienza la actividad principal de la tarde: se cierran las ventanas de madera del salón principal, un espacio cuadrado con piso de tierra, dibujos de la conquista y piezas en cerámica. Luego de una charla introductoria que describe la lucha por el espacio y la memoria de Punta Querandí, comienza la exposición de Marcelo Valko, quien presenta imágenes proyectadas sobre una de las paredes: son fotos de distintos espacios públicos que se incluyen en su nuevo libro, Pedestales y prontuarios. Arte y discriminación desde la conquista hasta nuestros días. Monumentos en parques, vitrales en iglesias y carteles que “bautizan” locales comerciales… en todos los casos se replica el sometimiento del conquistador al originario. Con la cruz y la espada, o en algunos casos arreciados por una decena de fusiles, el indígena está por debajo del hombre blanco y religioso. Simbologías nada inocentes que podemos observar a diario en cualquier pueblo o ciudad: un sello del dominio, con el pretexto histórico e infundado de civilización o barbarie, y el sentido fascista de superioridad étnica que permanece activo, aunque se trate de figuras inmóviles. Una alegoría posible con Punta Querandí, teniendo en cuenta las enormes distancias del caso, claro. Aunque estas historias se emparentan cuando Reinaldo Roa muestra la Maloka, vivienda ancestral comunitaria de origen amazónica a base de barro, cañas y techo de paja; hecha por tercera vez: las anteriores dos fueron destrozadas. “Quieren que nos cansemos”, dice Roa sin perder la sonrisa.

Luego de transitar todas las imágenes del libro, la veintena de participantes interactúa con el autor durante unos minutos con preguntas que trascienden la historia conocida de opresión e indagan en las nuevas problemáticas que surgen entre los y las presentes. Quienes hablan son adolescentes y jóvenes, descendientes de originarios y originarias que cuestionan en sus lugares de estudio, cómo se narra la historia, cómo se oficializa una idea de común de Estado-Nación, con Sarmiento y Roca como principales precursores de una sociedad naciente, invisibilizando un genocidio planeado y atroz.

Los últimos minutos antes de la despedida renuevan los diálogos y plasman un sentir común que excede la rutina de los días que se vienen. Mientras algunos se aprestan a cruzar en un pequeño bote los diez metros que separan ambas orillas, -vecinos del barrio privado no permiten el acceso terrestre-, referentes-habitantes permanecen en Punta Querandí acomodando el salón. Las próximas actividades ocuparán las energías de esta construcción colectiva: nuevas visitas a colegios de la zona, un futuro espacio para un taller de oficios que permita generar una salida laboral a los sectores más postergados de la zona, y la burocrática tarea con los municipios y la capital bonaerense, para el primer reentierro que sirva de antecedente para la recuperación de decenas de cuerpos de zonas cercanas, serán las prioridades para seguir generando memoria y nuevos lazos con un amplio sentido comunitario. Aunque a algunos y algunas vecinas no les guste.



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