22/09/2019

Samara Velte: “la violencia es ese lenguaje que nos dice a cada una cuál es nuestro sitio”

La periodista vasca Samara Velte analiza en su libro ‘Yo sí te creo: La cultura de la violación y el caso de sanfermines’ los motivos estructurales de la violencia machista a partir del mediático caso de «la manada». Por El Salto.


El diablo está en los detalles. Uno de los posibles sentidos de este refrán puede ser el de prevenir contra el sensacionalismo. Bastante de esto sabe la periodista e investigadora predoctoral Samara Velte, autora del libro Yo sí te creo. La cultura de la violación y el caso de sanfermines (Ed. Txalaparta, 2019), aparecido en castellano y en euskera, que se sirve de uno de los casos de violación más mediáticos de los últimos tiempos para hablar precisamente de lo que no se habla: de los elementos estructurales que posibilitan la violencia contra las mujeres. Aprovechando que ha sido invitada a Logroño por el colectivo Mujeres_En Rebeldía para participar en unas jornadas feministas, charlamos con Samara.

Has comentado en varias ocasiones que la cuestión de la “manada” no te llamaba en principio la atención como espectadora, e incluso que habías evitado tratarla. Entonces, ¿qué fue lo que te llevó a escribir el libro y cómo conectaste tanto con la historia que trata?

La propuesta de hacerlo surgió del periódico donde estaba trabajando entonces, Berria, que es un diario que se publica en toda Euskal Herria. Berria, junto com la editorial Elkar y Jakin, que es una revista académica, edita anualmente un libro sobre temas que tienen relevancia en la agenda pública vasca y que son abordados en profundidad. El punto de partida de este era que un hecho que había suscitado tanta movilización social –porque realmente han sido de las manifestaciones más importantes que hemos visto en los últimos años–, merecía un análisis mucho más profundo que el que se estaba ofreciendo.

El encargo me llega tanto porque estaba trabajando temas de género en la sección de sociedad de Berria, como porque había militado en el movimiento feminista. Era, en cierto sentido, un tema “mío”, aunque el caso no lo había seguido informativamente porque había ocurrido en Iruña y yo estaba en Donostia. Es verdad que la primera reacción fue un poco de rechazo, de pensar “qué más se puede contar sobre esto”. La impresión que tenía era que este caso se había explotado hasta la saciedad en sus detalles más morbosos, alimentando el sensacionalismo y obviando un punto de vista crítico y feminista que señalara las estructuras de poder que había detrás.

Se ponía el foco en detalles sin importancia: qué hizo la víctima, cómo era ella, cómo eran los espacios donde ocurrieron las agresiones, etc. O se atacaba al ámbito festivo, que, por lo visto, tiene la culpa de que ocurran estas cosas. Mi sensación era que todas las narrativas, o al menos la mayoría, no se fijaban en lo que realmente interesa. Había evitado estas coberturas porque solo conseguían enfadarme y porque no necesito conocer todos los pormenores de una violación para saber lo que es, y posicionarme ante ella. Además, ni siquiera fue la única agresión de los sanfermines de aquel año.

Ha costado mucho tiempo aceptar la tesis de creer a la víctima desde el principio, evitando que se active este mecanismo, que no sólo desacredita a la víctima, sino que también, en cierta forma, justifica la agresión.

No obstante, pensándolo mejor, me di cuenta de que faltaba una contranarrativa que se centrara justamente en aquellos apartados que posibilitan una lectura pertinente para la siguiente vez que ocurriera algo así. El libro nace por tanto de la voluntad de ofrecer una mirada un poco radiográfica que, aunque juegue con la contradicción de utilizar un estudio de caso a la vez que argumenta que este no es excepcional —que es exactamente lo que las otras narrativas proponían—, muestra lo que es la norma sobre cómo operan las violencias sexistas en nuestra sociedad.

Comentas que no es casualidad que esto sucediera justamente en Iruña y en ese año. No sé si lo relacionas con el caso de Nagore Laffage, la estudiante que fue asesinada en los sanfermines de 2008 después de resistirse a un intento de violación, o con otros factores.

Para mí, como periodista, entender cualquier fenómeno social implica ubicarlo en un contexto adecuado. Precisamente todas las narrativas de la excepcionalidad que critico en el libro se dedican a descontextualizar los hechos, aislándolos y buscando las razones y las causas en circunstancias del momento. Como resultado, no ofrecen una mirada amplia del problema.

No es producto del azar que este caso haya cobrado tanta relevancia. Estaba por un lado, un movimiento feminista y ciudadano en general, que estaba ya muy sensibilizado y que salió a la calle convirtiendo un caso de violación, algo que normalmente suele ser relegado al ámbito privado, en todo un problema social. Había detrás un caldo de cultivo, un trabajo inmenso de concienciación y prevención de años realizado por el movimiento feminista de Iruña, espoleado por lo sucedido con Nagore y también con tantas otras mujeres víctimas de agresiones.

También hay que tener en cuenta que el suceso coincide con un cambio político, tanto en el gobierno de Navarra , como en el ayuntamiento de Iruña. Anteriormente, la política sobre las agresiones en el ámbito festivo había tendido a minimizarlas: hacer como que no existían escondiendo los datos. Los nuevos equipos, en cambio, no niegan el problema y deciden visibilizarlo para articular mejor una respuesta. Y por último, es también un momento de gran atención mediática, con todas las cámaras pendientes del día del primer encierro de las fiestas, dándole por tanto una dimensión mucho mayor de la usual.

Desde el principio, por lo tanto, existe una especie de diálogo donde la sociedad está implicada.

En relación con el concepto de la “barrera del cuestionamiento” sobre la víctima, ¿qué sientes que ha pasado desde 2008, cuando fue asesinada Nagore, a 2016?

El cuestionamiento de la víctima es una especie de mecanismo que tenemos muy enraizado culturalmente. Hemos aprendido a cuestionar sistemáticamente a cualquier mujer que denuncia una agresión sexual. Esto se ve muy bien en comunidades pequeñas, como pueblos o grupos de amigos. Cuando alguien denuncia, la primera reacción, casi espontánea, suele ser: “pero, a ver, ¿qué ha pasado?”. Es decir, déjame primero decidir si lo considero agresión o no. Esto tiene mucho que ver con esquemas que hemos aprendido acerca del comportamiento sexual de hombres y mujeres, sobre la forma de relacionarnos y un montón de tópicos más relacionados con estos temas.

Ha costado mucho tiempo aceptar la tesis de creer a la víctima desde el principio, evitando que se active este mecanismo, que no sólo desacredita a la víctima, sino que también, en cierta forma, justifica la agresión. Yo pongo mucha atención en estas estructuras culturales, tanto simbólicas como lingüísticas, que naturalizan la violencia. El libro va precisamente de todos los discursos que aparecen a partir de una denuncia y que tratan de buscar razones lógicas para la agresión fuera del agresor; que normalmente tienen que ver con el comportamiento de la víctima o con las circunstancias en que se produce el suceso.

Para cuando se ejerce violencia física ya ha habido mucha violencia estructural detrás, con unas relaciones de poder que se expresan, por ejemplo, en la forma en que salimos a la calle, en cómo ocupamos el espacio público, en la manera en que nos relacionamos con otras personas.

El lema “yo sí te creo”, que rescatamos como algo positivo y que incluyo también en el título del libro, generó en principio grandes resistencias, especialmente entre hombres que se sintieron cuestionados o amenazados. Pero al final llegó a muchísima gente y generalizó una postura de apoyo, de decir que ya he visto, escuchado e incluso sufrido tantas agresiones que por supuesto que sé que pasa.

Queríamos incidir precisamente en esta cuestión de los factores, que mencionas de manera recurrente a lo largo de tu libro. ¿Qué es lo que posibilita la violencia estructural y qué lleva finalmente a cruzar la raya y cometer una violación?

Para empezar a responder esa pregunta habría que explicar por qué, en lugar de hablar de una violación en concreto, en el libro hablamos de la cultura de la violación. Una violación va mucho más allá de un ataque físico que ocurre en un momento dado con unas personas concretas, implica un ideario social que la acompaña en todo momento. Para cuando se ejerce violencia física ya ha habido mucha violencia estructural detrás, con unas relaciones de poder que se expresan, por ejemplo, en la forma en que salimos a la calle, en cómo ocupamos el espacio público, en la manera en que nos relacionamos con otras personas —en especial entre hombres y mujeres—, en los medios, en los procesos judiciales, etc. Todas esas situaciones se ven rodeadas de discursos, símbolos y creencias que naturalizan la violencia estructural.

Si una mujer denuncia una agresión que le ha ocurrido estando de fiesta, y la primera pregunta que le hacemos, aun siendo con la mejor intención del mundo, es “¿pero qué hacías tú allí?”, ya la estamos culpabilizando, activando un ideario compuesto de tópicos. Entre ellos destacan los que dicen que las mujeres pueden provocar las agresiones; que los hombres tienen un instinto “animal”, sobre todo si están borrachos, y no se pueden controlar; y que, en definitiva, es responsabilidad tuya evitar la agresión.

Este argumentario que tenemos tan arraigado y aprendido conforma la cultura de la violación y se refleja en todos los ámbitos de la vida social.

Muchas veces obviamos las relaciones de poder que hay detrás, pues la violencia es necesaria para mantener esas relaciones de poder. En realidad, el patriarcado necesita de la violencia para mantenerse a sí mismo.

Cuando hablamos de violaciones, tenemos la tentación de buscar las razones, los factores que las han precipitado. En el caso tratado en el libro, lo primero es ir a los sanfermines y pensar que están diseñados para que ocurran cosas así. Si no, pasamos a los agresores y nos centramos en que “eran de fuera”: el agresor siempre es el otro. O vamos a la víctima estaba borracha, o que no dijo suficientemente claro que no. Muchas veces obviamos las relaciones de poder que hay detrás, pues la violencia es necesaria para mantener esas relaciones de poder. En realidad, el patriarcado necesita de la violencia para mantenerse a sí mismo.

No soy teórica, sino periodista, y recabo perspectivas que a mí me parecen interesantes y útiles para entender una realidad social. En el libro cito bastante a Rita Segato. Ella habla de la violencia como si se tratara de un lenguaje que opera entre las personas y los grupos sociales; en este sentido, la violencia sería ese lenguaje que nos dice a cada una cuál es nuestro sitio en esa jerarquía que es la sociedad. Para mí, lo importante es que la violencia se lea desde un punto de vista estructural, porque si no, se nos va la mirada a detalles circunstanciales y acabamos convirtiendo la violencia en un problema entre dos o entre tres, o entre los que estén allí, y nunca nos responsabilizaremos como sociedad de lo que está ocurriendo entre nosotras.

¿En qué lugar queda entonces el tema de la fiesta?

Es verdad que la noche, con la excusa de la fiesta, el alcohol y las drogas —perder la cabeza, des-responsabilizarse al fin y al cabo—, se ha convertido en un ámbito donde las expresiones explícitas de violencia han gozado de mayor impunidad social. Está la trampa que confunde el ligoteo con la agresión, y que lo ampara todo bajo el paraguas que representa la noche. Pero, aunque a contextos especiales como el de San Fermín se les ha puesto una mala fama, lo cierto es que simplemente allí se visibilizan agresiones que ocurren constantemente en todos los sitios; de hecho la mayoría no se denuncian porque pasan entre amigos o conocidos, en bares frecuentados, y pueden ser situaciones muy intimidantes.

La violencia no solo es violencia sexual, o física mejor dicho; porque esos actos de sexual no tienen nada, siguen siendo un ejercicio de poder y de intimidación.

Por eso es mejor hablar de violencias, pues la violencia no solo es violencia sexual, o física mejor dicho; porque esos actos de sexual no tienen nada, siguen siendo un ejercicio de poder y de intimidación. Espacios más formales que el de la noche son también hiperviolentos, aunque no lo manifiesten en forma física. Se me vienen a la cabeza muchas situaciones institucionales muy violentas, como por ejemplo cuando las mujeres migrantes tienen que enfrentarse a la policía para pedir un papel.

¿No sientes que haya crecido el número de agresiones o lo que ha crecido es el número de denuncias?

Yo creo que sí, que estos actos se visibilizan más y se interpretan como agresiones. Hasta ahora las mujeres hemos dado como normales muchas situaciones que nos resultaban violentas, aunque no nos atrevíamos a ponerles ese adjetivo por la vergüenza o el tabú; por ese sentimiento de culpabilidad que tienen muchas víctimas que han sufrido agresiones; o simplemente por no querer romper de alguna forma la paz social. Por ejemplo, un colega que me está dando la brasa, pero bueno, es un colega; aunque sea yo quien se haya sentido fatal, ahí lo dejo. Y así hemos normalizado muchísimas situaciones violentas. Pero a fuerza de hablar cada vez más de violencias, de visibilizar que existen muchísimos tipos de violencia y que se expresa de múltiples formas, seguramente ahora estemos más sensibilizadas y nos resulte más fácil pedir ayuda, y hablar de ello.

También hay una parte que genera mucha más atención mediática que otras, ¿no?

Claro y a la vez esto puede ser muy peligroso. Por ejemplo, nos quedamos la violación colectiva de sanfermines del 2016, pero no fue la única agresión de ese tipo que se dio ese año, en el que detuvieron a once tíos o así por agresiones similares. Es decir, que siempre nos quedamos con un caso. Los medios también pecan de poner el foco solo en un problema, y entonces distorsionamos un poco todo lo demás. Me ha tocado hablar con periodistas que querían hacer un reportaje sobre la proliferación del fenómeno de las “manadas”. Y yo: “a ver, pero qué me estáis diciendo, ¿cómo que el fenómeno de las “manadas”? ¿Qué pasa, que ahora los hombres se han dado cuenta de que en grupo son más fuertes? ¿En serio? Mmm, no”.

Pero ya hemos puesto el foco y creado el marco. Si únicamente contamos como violencia en este momento, por ejemplo, agresiones en grupo ocurridas en la vía pública, pues solo hablaremos de ellas y nos costará más ver otro tipo de agresiones.

Pero bueno, si vamos a hablar de agresiones grupales, tratemos ese componente grupal que tienen la mayoría de las agresiones. Por ejemplo, el típico pasillo que se hace en un bar de tocarte y no sé qué. Eso es una agresión grupal. Y muchísimas situaciones de intimidación de agresiones verbales que se hacen con la complicidad de quienes están alrededor. Todo el mundo ha presenciado este tipo de agresiones.

Para terminar, queríamos relacionar lo que estabas comentando con las próximas fiestas de Logroño, sanmateos, que tiene una sociedad conservadora, muy parecida a la de Iruña ¿qué elementos se podrían tener en cuenta cara a la prevención de posibles situaciones de violencia?

En nuestro caso, el movimiento feminista de Iruña ha sido bastante ejemplar. Es uno de los pioneros en trabajar esto con los agentes del ámbito festivo, asumiendo durante muchos años una gran responsabilidad. Aún y cuando su capacidad de llegar a la gente pues era un más limitada de lo que es ahora. En Iruña llegó un momento en el que dijeron “no, aquí hay que implicar a los agentes de fiestas, tanto peñas como bares y txosnas, y hay que formar a la gente; o sea, si ellos no van a venir a nosotras, pues vamos a ir nosotras a ellos”. Fue clave crear un tejido, una red de responsables en distintos espacios con un poco de formación, la suficiente para, por ejemplo, ofrecer un un teléfono de emergencias que esté presente en todos los sitios.

Si solo registramos aquellas agresiones que pueden tener un recorrido judicial -abusos y violaciones-, queda una imagen muy reducida de lo que está pasando.

Bueno, en cierto sentido se trata de un cambio de cultural: saber que estás en un espacio, y que si en ese espacio te pasa algo, puedes pedir ayuda; que no te vas a encontrar con que la gente se va a reir de ti, ni te va a cuestionar ni nada, pues actúa de acuerdo con un protocolo para responder directamente si ocurre algo. Yo creo que sentirte en un contexto donde sabes que estás arropada ayuda muchísimo.

En los últimos años se han habilitado espacios para denunciar agresiones que no implican una vía policial o judicial que puede resultar intimidante o directamente un rollo; que permite registrar cosas como una agresión verbal o un tocamiento, cosas por las que seguramente nadie pagará una multa y ni siquiera pedirá perdón, y expresar tu malestar. Esto permite contabilizar más casos y obtener un retrato mucho más real de lo que está sucediendo en tu ámbito festivo. Porque si sólo registramos aquellas agresiones que pueden tener un recorrido judicial -abusos y violaciones-, queda una imagen muy reducida de lo que está pasando.



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