10/08/2019

La huelga de las escobas

En agosto de 1907, la Municipalidad de Buenos Aires decretó un incremento en los impuestos y los propietarios de los conventillos no dudaron en subir los alquileres. La bronca estalló. Los inquilinos iniciaron una huelga y se organizaron en comités. Pero nadie imaginaba que se produciría un hecho inédito: los protagonistas de la huelga serían las mujeres con sus hijos. Fue entonces que a escobazos sacaban a los abogados, escribanos, jueces, bomberos y policías que pretendían arrancar a las familias de sus casas. Similar situación se vivió en Rosario, donde se afirmaba que «nadie puede decir que no estamos en plena guerra contra la explotación y la usura”. Por Léonidas Ceruti, historiador.


Los conventillos fueron casas en que alquilaban cuartos los inmigrantes que llegaban al país en las últimas décadas del Siglo XIX. Fue producto del crecimiento urbano en ciudades como Buenos Aires y Rosario, que no estaban preparadas para un cambio de tal magnitud.

En Buenos Aires, por la gran epidemia de fiebre amarilla de 1871, las familias patricias se trasladaron al Barrio Norte, abandonando sus residencias. Esa situación permitió que numerosas familias se ubicaran en los ya obsoletos caserones de la zona sur. Además, algunos comerciantes y especuladores acondicionaron viejos edificios o construyeron precarios alojamientos para los trabajadores.

Las condiciones eran miserables: al hacinamiento, la falta de servicios sanitarios y de cloacas, se le sumaba que tanto los baños como lavaderos eran comunes. Había un servicio cada diez cuartos aproximadamente. Eso provocaba epidemias como el cólera, la fiebre amarilla, el paludismo, los parásitos y las infecciones.

En algunos casos había cocinas comunes, pero lo más frecuente era que se cocinara en los cuartos. También se destinaban a la cocina los rincones del patio. En cada pieza había un calentador a alcohol o aceite que se colocaba en la puerta para que los olores fueran al exterior. El patio fue un ámbito de encuentros, para las fiestas, «donde reinó el tango y el sainete”, y sirvió también para organizar los reclamos.

Esas eran las condiciones en que vivía la mayor parte de la clase obrera argentina en sus orígenes.

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Las escobas se levantan

En agosto de 1907, la Municipalidad de Buenos Aires decretó un incremento en los impuestos para 1908. Los propietarios de los conventillos no dudaron en subir los alquileres.

Pero, el 13 de septiembre de 1907, en las 132 piezas de Ituzaingó 279 en la Capital Federal, estalló la bronca y comenzó la huelga. Fueron más de cien mil inquilinos de conventillos quienes, durante septiembre y octubre, lucharon por la reducción del 30 por ciento en el precio de los alquileres.

Se designaron delegados por conventillo, creando el Comité Central de la Liga de Lucha Contra los Altos Alquileres e Impuestos, que fue el que lanzó la huelga general. Rápidamente se extendió la medida y la articulación con los comités que se formaron en los diferentes barrios.

La lucha había comenzado. Y la represión también.

Peligrosas eran las madrugadas en que los ocupantes de los conventillos porteños se preparaban para ir a sus tareas. Esa era la hora elegida para sacar a los trabajadores y sus familias de las habitaciones por la fuerza, usando agua helada disparada por los bomberos.

Pero nadie imaginaba que se produciría un hecho inédito: los protagonistas de la huelga serían las mujeres con sus hijos. La consigna que pasó de un conventillo a otro fue: Resistir el alza de los alquileres y los desalojos.

Fue entonces que a escobazos sacaban a los abogados, escribanos, jueces, bomberos y policías que pretendían arrancar a las familias de sus casas.

La revuelta desde La Boca se extendió a San Telmo y a otros barrios; de allí a ciudades como Rosario, La Plata, Bahía Blanca, Mar del Plata, Córdoba, Mendoza.

Los propietarios y el gobierno no podían creerlo.

De los 500 conventillos porteños en rebeldía, se llegó en semanas a 2000.

En medio del conflicto, desfilaron cerca de trescientos niños y niñas de todas las edades, que recorrían las calles de la Boca en manifestación, levantando escobas «para barrer a los caseros”. Cuando la manifestación llegaba a un conventillo, recibía un nuevo contingente de muchachos, que se incorporaba a ella entre los aplausos del público, según publicó la revista Caras y Caretas.

Las mujeres, que estaban todo el día en las casas al cuidado de sus hijos, enfrentaron los desalojos. El diario La Prensa comentó que el 21 de octubre la Policía intentó desalojar un conventillo, «pero las mujeres ya estaban preparadas e iniciaron un verdadero bombardeo con toda clase de proyectiles, mientras arrojaban agua que bañaba a los agentes”.

La resistencia a los desalojos tuvo diversos métodos. Por ejemplo, cerrando las puertas de calle con cadenas y manteniendo guardias día y noche. Junto a las puertas acumulaban piedras, palos y todo elemento intimidatorio. Algunas crónicas relatan la decisión en algunos conventillos de colocar enormes calderos con agua hirviendo amenazando despellejar a quienes intentaran echarlos.

Pero las expulsiones tuvieron un final trágico cuando una comisión judicial y policial fue a ejecutar un desalojo a la calle San Juan 677. Cientos de vecinos quisieron impedirlo. Comenzaron los golpes y la policía se abrió paso con sablazos y disparos. Una bala impactó en la cabeza de un obrero, Miguel Pepe, de 18 años, que a las horas falleció.

La resistencia se incrementó y varios propietarios fueron cambiando sus pretensiones.

La alegría recorrió la ciudad. En muchos patios, volvieron las fiestas y bailes.

Pero en donde la organización era débil, los desalojos avanzaron. Docenas de familias quedaron en las veredas. La solidaridad del gremio de los conductores de carros hizo que se pusieran al servicio de los desalojados para los traslados.

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La huelga en Rosario

Iniciado el conflicto, inmediatamente se formó la «Liga Pro Rebaja de Alquileres”, que reuniría a los delegados de los conventillos de la ciudad. «La Protesta” comentó que se habían nucleado miles de familias obreras condenadas «a la más inicua de las explotaciones, la del alquiler desmedido”, como consignara el diario.

Un sector del periodismo rosarino estuvo junto a los inquilinos. «El Municipio”, en un editorial, comentó que «los explotados que dan la sangre por el progreso nacional y el enriquecimiento particular y a quienes ni siquiera se les da el pan y el techo que necesitan”. Otros diarios, como «El Tiempo”, reflejarían de modo permanente la adhesión a las medidas que se iban tomando, señalando que «están bien encaminados los trabajos para promover en esta ciudad una huelga de inquilinos; hoy ha sido presentado a los propietarios y encargados de conventillos un pliego de condiciones”.

El documento elaborado por los huelguistas incluía entre sus demandas una rebaja del 30 por ciento sobre los alquileres vigentes; higienización de las habitaciones de los conventillos a cargo del propietario; eliminación de los pagos por adelantado y de las garantías; recibir a familias numerosas; seguridad de que no habría desalojo de ningún inquilino por el hecho de haber participado de la huelga.

«La Protesta”, a fines de septiembre, anunciaba que la huelga de inquilinos iba adquiriendo mayor dimensión: «Pasan de 30 los conventillos en huelga en la ciudad de Rosario y puede calcularse en más de un millar el número de inquilinos que toma parte en el movimiento. Son varios los propietarios que han entablado demanda de desalojo contra sus inquilinos por falta de pago”. En otra edición, informaba que «se han adherido a la huelga los moradores de unas 130 casas de inquilinato. El movimiento es muy compacto en los barrios de La República, Súnchales, Talleres y adyacentes”.

El Comité Pro Rebaja de Alquileres organizó un acto-asamblea. La concurrencia fue masiva y, cuando los oradores hacían oír sus reclamos, la policía se hizo presente reprimiendo y disolviendo la reunión, cargando con la caballería y repartiendo sablazos y latigazos a hombres, mujeres y niños.

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La huelga continuó y se sucedieron otros enfrentamientos entre la policía y los inquilinos por los intentos de desalojos. Pero las fuerzas comenzaron a mermar, por eso «El Municipio” hizo un llamamiento a continuar la lucha y en un artículo se podía leer: «Sería doloroso que aquí se malograra el movimiento por la dejadez de sus habitantes. Todos estáis conformes en que el alquiler es carísimo. Pues entonces, ¿qué esperáis?”. Por su parte, «La Protesta” también alentaba indicado a las familias de los inquilinos: «¿Desalojos? ¡Agua hirviendo! Todas las armas son buenas en épocas de guerra; y nadie puede decir que no estamos en plena guerra contra la explotación y la usura. ¡A defenderse, pues!”.

Los rumores de una huelga general recorrieron Rosario, ya que eran numerosos los gremios que apoyaban.

La huelga trajo algunas mejoras, pero no logró modificar los problemas de vivienda de los trabajadores. Y como se destaca en una investigación del conflicto «recién una década después, el parlamento nacional iba a aprobar el proyecto de Juan Cafferata de construcción de viviendas obreras, materializado en un porteño barrio cuya imagen iba a quedar fijada incluso en la letra de tango con aquello de «En el Barrio Cafferata / en un viejo conventillo / con los pisos de ladrillo / minga de puerta cancel”.



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