07/07/2019

El mar con rejas de Gaza

Campo de refugiados Al Shate, Gaza – Los ojos cansados de Mohammed Abu Riala se humedecen al pensar en el mar que conoció en Gaza hace más de 60 años. Limpio, lleno de peces, sin límites. Éramos libres, pescábamos a 20 millas (unos 37 km) de la orilla y nos ganábamos la vida sin problema. Salir a faenar era una sensación de felicidad increíble,a este pescador jubilado, antes de volver, silencioso, a reparar con destreza las redes de pesca enmarañadas en la puerta de su casa en el campo de refugiados de Al Shate de Gaza. Por Palestina Libre

Hace años que esa relación idílica de los gazatíes con el mar se esfumó. Hace años también que el mar dejó de ser para centenares de pescadores una buena forma de ganarse la vida y traer además comida a casa. Ese Mediterráneo esplendoroso y centelleante es hoy en día en Gaza el único horizonte al que mirar y frente al que llenarse los pulmones de aire, pero también ofrece una ficticia sensación de libertad y es para los pescadores de la Franja escenario de miedo y muerte.

Ese mar ha marcado la vida de Mohammed Abu Riala desde que llegó a Gaza, en el año 1949, procedente de Hamama, pueblo palestino situado a una veintena de kilómetros de la franja, cerca de la actual ciudad israelí de Ashkelon. Tenía 10 años, no iba a la escuela y empezó a ayudar a pescadores de Gaza organizando el pescado, limpiando el barco o recogiendo redes.

“A los 18 años comencé a salir a navegar con mi hermano. Íbamos los dos en un bote pequeño de remos, pero éramos independientes. Lo que pescábamos era para casa.  A los 21 años compré un barco más grande. Lo tenemos hasta hoy”.

En más de 40 años de trabajo, el mar que le ha dado de comer y le ha hecho sentirse vivo, libre y fuerte también le ha provocado sus tristezas más profundas. Gracias a sus ingresos como pescador pudo casarse, mantener a sus siete hijos y comprar la casa en la que vive hoy buena parte de la gran familia Abu Riala. Una casa humilde de varios pisos y aún inacabada, más alejada de la playa y del núcleo del campo de refugiados de Al Shate.

“Cuando yo era joven, éramos 300 pescadores en toda la franja, el mar estaba limpio y no teníamos límites. Ahora somos más de 3.000, el mar está contaminado y nuestro espacio para faenar es cada día más pequeño. Saquen las cuentas”, zanja Mohammed, que pese a no salir más a faenar sigue ayudando a sus hijos y nietos.

Hoy, los pescadores de la familia se alejan un máximo de 9 millas náuticas (16,5 km) para echar las redes. Es la distancia impuesta por Israel, que en los peores momentos de tensión y violencia se reduce a tres millas. En la frontera con Israel, en el norte, jamás se pueden sobrepasar las seis millas, ni siquiera en los momentos de calma. “Y es ahí donde están los peces buenos, porque hay más piedras”, lamenta el veterano pescador.

Cuando el día de pesca es muy bueno, lo cual ocurre muy raramente desde hace varios años, la familia reúne entre 30 y 40 kilogramos de pescado, que venden por unos 2.500 shéquels (unos 590 euros), a los que hay que descontar la gasolina, las redes, el mantenimiento y en muchos casos el dinero que han pedido prestado para seguir comprando. “Pero hay días en que volvemos con las manos casi vacías”, anuncia Mohammed.

En 1993, los acuerdos de paz de Oslo establecieron que los pescadores de Gaza podían faenar hasta una distancia máxima de 20 millas (unos 37 km), pero Mohammed y su familia no recuerdan cuándo fue la última vez que pescaron a esa distancia. El mar está controlado por Israel, que ha ido reduciendo progresivamente la zona en que los pescadores de la Franja pueden faenar, sobre todo desde hace 12 años, cuando el movimiento islamista Hamas tomó las riendas de Gaza.

Por ello, al igual que sus redes, cualquier pescador de Gaza necesita un GPS, un sistema que indica su posición exacta y su distancia de la orilla. “Aunque muchas veces no sirve de nada. A mi nieto Mohammed, por ejemplo, no le sirvió”, explica el viejo pescador, señalando al hijo de su hijo Salah.

Mohammed, de 29 años, fue herido a finales de diciembre, cuando un soldado israelí le disparó una bala de goma en la espalda. “Los soldados llegaron junto a nosotros. Miré mi GPS y vi que estábamos dentro de las nueve millas autorizadas. Éramos dos botes pequeños con cuatro personas, dos en cada barco. Dispararon al motor de una barca sin decir nada. Preguntaron por mi primo, que estaba en uno de los botes, y se lo llevaron. Hasta hoy no sabemos dónde está o de qué le acusan. Después se fueron, pero volvieron y dispararon al agua para decirnos que nos fuéramos, les pregunté por qué, pregunté por mi primo y me dispararon una bala de goma en la espalda”, explica, en voz baja.

Los soldados lo llevaron al hospital israelí, cerca de Gaza. Estuvo dos días ingresado y fue trasladado a Erez, paso fronterizo al norte de Gaza, entre la Franja e Israel.  La familia perdió además uno de los barcos, confiscado por el ejército.

Con este episodio, la familia Abu Riala volvió a revivir la muerte de Ismail, primo de Mohammed, que salió a pescar en febrero de 2018 y no regresó. El joven de 18 años estaba con otros dos pescadores en un pequeño barco y los tres se quedaron dormidos. Según el ejército israelí fueron más allá de la distancia autorizada y no reaccionaron a los avisos de los soldados, por lo cual su comportamiento fue considerado sospechoso. Ismail Abu Riala falleció de un disparo en la cabeza y su cadáver fue retenido 12 días por las autoridades israelíes hasta que finalmente pudo ser enterrado en Gaza.

Los dos supervivientes del barco aseguran que no escucharon las advertencias del ejército. La foto de Ismail, un joven con sonrisa de niño y con un moderno corte de pelo, enmarcada por los retratos del fallecido líder palestino Yasser Arafat y el actual presidente, Mahmud Abbas, preside la entrada de la casa familiar.

Según el grupo de defensa de derechos humanos de Gaza Al Mezan, estos incidentes entre pescadores y soldados forman parte del castigo colectivo contra los palestinos. El organismo afirma que desde el año 2000, Israel ha matado a ocho palestinos y herido a 134. Además, confiscó 111 barcos de pesca de diferentes tamaños. Sólo en 2018, dos pescadores murieron, 17 fueron heridos y 66 detenidos. Al Mezan calcula que actualmente 35.000 gazatíes, sobre una población total de la Franja de casi dos millones, dependen del mar para comer.

“Han anunciado ventisca y granizo hasta el jueves. No vamos a poder salir a pescar”, cambia de tema el viejo Mohammed, para frenar la emoción que le provoca recordar a Ismael.

El frío penetra hasta los huesos en esta entrada de casa sin ningún tipo de calefacción y entorpece las manos deformadas del anciano pescador, que trabaja sentado en el suelo, sin quitarse el abrigo y el keffieh blanco y rojo que le cubre la cabeza. Desde hace semanas, la franja tiene electricidad seis horas al día y el combustible se ha convertido en un bien raro y muy caro. Los gazatíes más pobres pasan frío dentro y fuera de sus casas.

“No quiero que ninguno de mis bisnietos sea pescador. Ya basta. Quiero que estudien, que sean doctores, abogados, lo que sea, pero no pescadores. No es un trabajo seguro y ya no da dinero. Nos levantamos cada día antes del amanecer para ir a buscar comida al mar, pero ahora podemos ir al mar a morir. Los barcos israelíes están ahí siempre. Trabajamos bajo tensión. Vienen cuando quieren y se llevan el bote o a nuestros muchachos. Este es su mar”, agrega Mohammed, ante la mirada triste de su hijo Salah y su nieto, Mohammed.

Todos los niños de la familia estudian en una escuela de UNRWA cercana y el clan familiar subsiste en parte gracias a la cesta de alimentos que recibe de UNRWA cada tres meses. Pero los Abu Riala viven permanentemente endeudados porque tienen que pagar un barco pequeño con el que compensan el que fue confiscado por Israel, redes y combustible. Ahora un prestamista les exige que empiecen a pagar una deuda de varios miles de euros. De cada pesca, más del 30% de lo que traen al puerto es ya para este prestamista.

“Aún recuerdo cuando iba a vender mi pesca a Israel o venían los israelíes a las playas de Gaza a comprarme el pescado. No hace tanto, aunque ahora parezcan historias de otro mundo porque estamos aquí encerrados”, suspira Mohammed.



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