02/10/2017

Crónica de la tercera marcha por la aparición con vida de Santiago Maldonado

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Es un domingo atípico, raro, sobre las calles porteñas falta algo: no se respiran los humos del asado ni los aromas de los ravioles con estofado, falta la calma propia de los fines de semana y ese gustito a descanso. Esta postal inusual, cargada de pueblo, banderas y batucadas, se debe a una ausencia más grande, la de Santiago Maldonado. A dos meses de su desaparición, cientos de miles de personas coparon las calles exigiendo su aparición con vida. Por Santiago Menconi para ANRed


Son las dos de la tarde del domingo primero de octubre y la Avenida de Mayo se encuentra salpicada por una llovizna molesta. Apenas abandono la boca del subte, en la estación Perú, me doy cuenta que la marcha será masiva. Las calles están pobladas y se escuchan algunos bombos a lo lejos. Decido moverme, camino hacia Belgrano y doblo por Chacabuco. Para mi sorpresa, por la vereda de enfrente, acompañado de algunos familiares, veo a Sergio Maldonado, uno de los hermanos de Santiago. Me acerco a saludarlo y le pregunto cómo ve la movilización. Sergio responde:

-Que venga mucha gente y que sea la última marcha sin Santiago, y que la próxima sea para agradecer a la gente. Espero que pare un poquito el agua y nos acompañe el tiempo. Quiero agradecer tanto apoyo y tanto cariño.

Sobre la esquina, una trabajadora de la guardia urbana le grita «fuerza» y Sergio, con la humildad en el rostro, le agradece el apoyo y se pierde entre el gentío. Yo hago lo mismo y avanzo hacia la Plaza, quiero ver como viene la convocatoria. Recorro algunas cuadras entre el olor que despiden las parrillas al paso y descubro a una multitud copando las calles. La Avenida de Mayo está colmada de manifestantes, como también lo están las dos diagonales y la Plaza. A lo lejos veo el escenario donde, en unas horas, comenzará el acto. Me cruzo con una amiga, la saludo:

-Lu, querida, ¿Cómo estas?

-Con bronca- Me responde. -En la 9 de Julio acaban de escrachar a unos ratis disfrazados de anarquistas, los tendrías que haber visto, todos musculosos vestiditos de negro y con botas. Espero que no vuelvan a pudrirla como la última vez.

La última vez fue hace un mes. Cuando un grupo de civiles de la Policia Metropolitana incitó a los propios policías que comenzaron una salvaje represión, atacando y deteniendo a 31 compañeros, entre ellos, a dos comunicadores populares de la Red Nacional de Medios Alternativos.

Despido a mi amiga y sigo caminando. Me detengo frente al Cabildo y veo pasar las columnas. Hay banderas y hay partidos, pero, sobre todo, veo pueblo: madres con sus hijos, abuelos, familias enteras que cambiaron sus paseos de fin de semana por venir a movilizarse. Algunos vienen con sus termos, compartiendo mates entre la multitud. Alguien comienza un canto y todas las voces se pliegan al unísono: «como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar». Veo a una nena a upa de su padre, tiene un cartel con un dibujo en el que pide por la aparición de Santiago. La imagen es tierna y me emociona.

De la boca del subte, como en una caravana incesante, sigue saliendo el pueblo. Ahora el canto es otro: «yo sabía, yo sabía, que a Santiago se lo llevó la Gendarmería». El coro suena y resuena, trepando por los altos edificios de Avenida de Mayo. Desde la plaza, se escucha la voz de Germán, el otro hermano de Santiago. Trato de escuchar su discurso, lo oigo de lejos, pero logro entenderlo. Dice:

«¿Dónde están que no los veo, políticos que quieren que aparezca Santiago? ¿vieron a Carrio por ahí? Yo no la vi. ¿Vieron a Pena, a Michetti, a Macri, a Vidal, a Bullrich? Esos que dijeron que aparezca, nunca vinieron a apoyar acá, ni en ningún lado».

Los cantos se detienen, los que cantaban ahora hacen silencio para poder escuchar a German. Este vuelve a arremeter contra el gobierno:

«Ustedes son los responsables, son caras de piedra, háganse cargo y dejen de tirarle el fardo a los demás. Bullrich, dijiste en el Senado, hace un par de semanas atrás, que lo fácil era tirar un gendarme por la ventana, ahora aparte de tirar a dos gendarmes por la ventana van a tener que tirar un par de escuadrones por la ventana, inclusive deberías tirarte vos también así le haces un favor a la sociedad por encubrir asesinos».

El cierre de su discurso es acompañado por una gran ovación. Pasaron veinte minutos de las cuatro de la tarde y las columnas ya no avanzan, toda la plaza y sus alrededores están colmados de manifestantes. Por los altoparlantes se escucha el nombre de la ministra Bullrich, y un abucheo generalizado tapa el discurso. Un jubilado, a pocos metros de donde estoy, se saca la boina y grita con bronca. Le grita a la ministra, a Bullrich, que es una asesina. Y lo repite: asesina. Y los cientos que lo rodean también le gritan: asesina, asesina. Me quedo con esa imagen en la cabeza: una foto mental dura, que expresa el sentir de las más de cien mil personas que copamos las calles.

El acto sigue, la lluvia paró. Ahora habla Sergio, vuelvo a escuchar su tono de voz dulce, con el mismo que me habló hace unas horas atrás. Está parado sobre el escenario principal, delante de una gigantografía con la cara de Santiago. De abajo, y a la distancia, escucho que dice:

«Santiago te estoy buscando, te sigo y te seguiré buscando. Mas allá de intuir dónde te tienen, es difícil encontrarte. Cuando esta pesadilla comenzó, nuestro hermano German escribió una carta que se llama Carta a un gendarme bueno, que pedía la colaboración de los gendarmes. Confieso que me ilusione, creí que podía funcionar para que aparecieras rápido. Ahora estoy convencido de que no existe la bondad en los gendarmes ni en los jefes que participaron de la represión en la comunidad Mapuche».

La Plaza y sus alrededores irrumpen en aplausos. Sergio hace una pausa, toma aire, y cierra el discurso:

«Quisiera preguntarle a la autoridad máxima de nuestro país, al señor presidente Mauricio Macri, y a todos sus ministros ¿Dónde está Santiago Maldonado? Muchas gracias, que aparezca con vida urgente, lo necesitamos. Por el bien de todos y por todos los santiagos que hay dando vueltas. Muchas gracias a todos, de corazón».

Una nueva ovación acompaña el cierre del acto. Entre aplausos y cánticos, las columnas que coparon la Plaza desde temprano se van desconcentrando. Todos abandonan la plaza y yo también lo hago. Nadie quiere quedarse a sufrir la razzias de la Policía Metropolitana. Mientras camino de vuelta, trato de hacer un balance, y hay algo que me queda en claro: que pese a las maniobras de la justicia, a los intentos del gobierno y de los medios hegemónicos por acallar este reclamo, cada vez somos más los que nos seguimos preguntando ¿Dónde está Santiago Maldonado?

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