26/04/2015

Yemen en cinco claves

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De la noche a la mañana, Yemen ha pasado de ser un absoluto desconocido a ocupar las portadas de la prensa. El motivo es la operación Tormenta Decisiva, lanzada por una coalición de países árabes dirigida por Arabia Saudí para impedir que los rebeldes huzíes prosigan su avance militar y conquisten Adén, puerto estratégico del Cuerno de África que controla Bab al-Mandeb, la puerta de acceso al mar Rojo y al canal de Suez, por donde pasa el 15% del comercio mundial. Con este movimiento, Arabia Saudí intentaría evitar la caída de Yemen en manos de los huzíes, una milicia chií que ha aprovechado el vacío de poder existente para apoderarse de la capital, Sanaa, y hacerse con el control del país. Por Periódico Diagonal


El rompecabezas yemení, sin embargo, no sólo se explica en clave sectaria o en el marco de la guerra fría que libran Irán y Arabia Saudí por la hegemonía de la zona. Para entender la situación que atraviesa Yemen, un país con una extensión similar a la de Francia, y 25 millones de habitantes, debemos aludir a las divisiones confesionales, la deriva autoritaria, la naturaleza tribal, la pujanza del yihadismo y el levantamiento húzi. Estas cinco claves explican el colapso estatal y la conversión de Yemen en un Estado fallido.

La primera clave explicativa es la existencia de una minoría zaydí, una corriente del islam chií profesada por un tercio de la población. Desde el siglo IX, los zaydíes dispusieron de su propio Estado dirigido por linajes sagrados. En 1911, Yemen del Norte alcanzó la independencia bajo la dirección del imán Yahya, que gobernó un Estado agrícola, tribal y atrasado que tenía su epicentro en las montañas de Saada. El golpe militar de 1962 permitió el establecimiento de una república, pero también provocó una cruenta guerra civil en la que los dos bandos en liza fueron respaldados por Arabia Saudí y Egipto, las principales potencias regionales de aquel momento. El actual levantamiento húzi da comienzo en 2004, en el marco de un proceso de renacimiento zaydí que fue respondido con represión por el entonces presidente Abdullah Saleh.

La segunda clave es la deriva autoritaria durante el mandato de Saleh (1978-2011) y el subsiguiente vacío político que dejó su marcha. La Primavera Árabe puso fin a este poder omnímodo y obligó a Saleh a presentar su dimisión, eso sí, tras asegurarse la inmunidad. Su salida de escena dejó un vacío que ningún actor ha sido capaz de llenar hasta el momento, incluido su débil y cuestionado sucesor Abd Rabboh Mansur Hadi, que ha huido a Arabia Saudí.

La tercera clave para comprender la realidad yemení es el factor tribal, que progresivamente ha ido perdiendo peso en el golfo Pérsico pero que en Yemen todavía está fuertemente arraigado. El expresidente al-Iryani llegó a afirmar en 1978 que Yemen no necesitaba partidos políticos, puesto que ya disponía de tribus. Saleh reforzó estas dinámicas situando a los miembros de su tribu «“los sanhan»“ en los principales centros de autoridad. Esta circunstancia explica el actual apoyo que el Ejército yemení presta a los húzies, vital para entender su fulminante avance. También la oposición, representada por el partido islamista Islah, erigió fuertes redes clientelares con parte de las tribus desafectas al poder. De hecho, dicho movimiento fue dirigido por el jeque Abdullah al-Ahmar, líder de la poderosa confederación de tribus Hashid.

La cuarta clave la representa la presencia de Al Qaeda. Ya en el año 2000 el grupo reivindicó el ataque contra el destructor norteamericano USS Cole en el puerto de Adén. Desde entonces no ha hecho más que reforzar su presencia, sobre todo en la zona sureña. Yemen se ha convertido en retaguardia estratégica, base logística y reserva espiritual para Al Qaeda, que ha sobrevivido a las ejecuciones extrajudiciales y a los ataques con drones lanzados por EE UU. Una buena muestra de ello es su reivindicación del atentado contra Charlie Hebdo en enero. También el Estado Islámico ha aprovechado la actual coyuntura para implantarse en territorio yemení, tal y como muestran sus ataques contra las mezquitas chiíes de Sanaa en marzo, que provocaron 150 muertes.

La quinta clave que explica el colapso yemení es la irrupción en escena de los huzíes, un grupo zaydí que ha aprovechado la debilidad estatal para expandirse. Los huzíes, agrupados en el partido Ansar Allah, pretenden combatir a Al Qaeda y frenar la expansión del salafismo impulsada por la vecina Arabia Saudí, aliada estratégica de EE UU. Además demandan un Estado federal, con amplios poderes para las provincias norteñas, donde son mayoritarios. Estas reivindicaciones representan una clara amenaza para los países del golfo Pérsico que cuentan con población chií, empezando por la propia Arabia Saudí y siguiendo por Ku¬wait, Emiratos Unidos y Bahréin, ya que podrían ser asumidas como propias por sus poblaciones chiíes.

El fin del régimen de Saleh en 2011

Durante sus tres décadas en el poder, Saleh instauró un régimen presidencialista, autoritario, clientelista y cleptómano que recortó las libertades, recompensó a sus fieles, persiguió a los disidentes y, sobre todo, extendió la pobreza. Saleh controló con mano de hierro a las Fuerzas Armadas, de las que provenía, y también al partido Congreso General del Pueblo, que monopolizó la vida política. Saleh dimitió por la presión de las acampadas de Saná en 2011.



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