12/08/2005

«Espero que muchos hijos de represores se animen a contar su historia»

Ana Rita Pretti Vagliatti es la hija de Milton Valentín Pretti, un represor de la Policía Bonaerense que intervino activamente durante la última dictadura militar. Hace un año, Rita tomó la decisión de cambiar su apellido paterno e inició los trámites legales correspondientes.


Para esto, presentó ante la Justicia los antecedentes de su padre, integrante de la patota de Ramón Camps y Miguel Etchecolatz, archivados en la Comisión Nacional por la desaparición de Personas (CONADEP).

En una charla mano a mano con Ingobernables, el programa de la Agencia de Noticias RedAcción, Ana Rita explicó los motivos de su decisión e hizo un repaso su historia personal.

 ¿Qué te llevó a tomar esta decisión?

 La decisión la tomé hace un año, hacía tiempo que no vivía con mi viejo y él volvió a casa y estuvimos un par de meses juntos. Una noche se sentó conmigo y comenzó a relatarme algunas cosas que hizo durante la dictadura, tratando de explicarme cómo es que una persona puede convertirse en torturador. El tema surgió por las fotos del diario Clarín sobre las torturas a los presos iraquíes y él trató de explicarme lo que sabía sobre eso. Esta fue la primera vez que lo escuché atentamente y me hizo mucho daño, me sentí muy mal. Recordé que ya había pasado muchas veces por esa situación y decidí que esa iba a ser la última. Tenía que apropiarme de mi identidad y elegir quién quiero ser.

 ¿En qué momento de tu vida surgió la posibilidad de reconstruir tu historia?

 Este es un proceso que me llevó 20 años. Lo empecé a los 13. En el país se estaba hablando del tema y comenzaban los juicios a las juntas. En el ’86 se inició el juicio a Camps y el tema estaba instalado. En la calle, en el colegio y en los diarios, pero además, mi mamá le perdió miedo al asunto. En los ’70 estaba aterrada, porque mi papá le comentaba en detalle todo lo que hacía, los secuestros, las torturas, y en ese momento estaba muy asustada. Mi mamá, desde el ’76 al ’85, no pudo hablar de esto. Pero luego empezó a animarse, aunque por momentos se silenciaba. Sin embargo, ya no tenía ese miedo inicial. Fue ahí que comencé a preguntarme qué pasaba con mi viejo.

Durante mi adolescencia, el rechazo a lo que hizo mi viejo era más bien intuitivo. Con el tiempo, cuando empecé a llevar adelante tareas de militancia, lo pude madurar y profundizar mejor. Entendí que no se trataba de un loco, sino de un policía amparado por una institución y avalado por el Estado. Entonces le quité la cuota personal y lo politicé un poco más.

 ¿Cómo se contrastaba el hecho de ser militante con la convivencia de todos los días en tu casa?

 La decisión de cambiarme de apellido tiene que ver con que yo decidí ser militante. Sin embargo, mi papá nunca tomó esto de forma agresiva ni violenta. Creo que lo que pasó fue que sintió la necesidad de que yo lo perdonara, aunque nunca lo pude comprender del todo, porque me detallaba las cosas que hacía. Por un lado, creí que quería que lo disculpara, por otro, pensaba que quería hacerme cómplice. Lo único que tenía claro era que la situación me resultaba incómoda, porque yo tenía que hacer algo que el Estado no había hecho y me parecía muy complejo.

 ¿Qué tipo de información ocultó tu padre a la Justicia y cuáles fueron los operativos en los que participó?

 Yo leí en los archivos de la CONADEP que él había negado su participación como jefe del centro clandestino «Coti Martínez» y que había colaborado en los Pozos de Banfield y Quilmes. Él era parte de una llamada patota volante, trabajaba en todo Buenos Aires. A veces, yo le preguntaba si era conciente de que todas las personas que mató y torturó eran como yo. Mujeres como yo. Él me respondía que había que eliminar a los ideólogos. También le pregunté de algún mano a mano con la guerrilla y me contestaba lo mismo: había que eliminar a los ideólogos.

Tenía demasiadas contradicciones, era una persona disociada y enferma. Lo que contaba lo ponía en una situación de absoluto cobarde. No peleaba contra los que podían hacerlo, porque su situación les impedía combatir. En alguna oportunidad me comentó cómo aprendió a fraguar enfrentamientos con la guerrilla y cometer atentados en su nombre. Por ejemplo, en un caso me relató cómo mató a un oficial que estaba violando a una detenida en una mesa de tortura y luego lo hizo pasar como un atentado de la izquierda.

Me comentó muchos de estos casos y me aseguró que él sabía diferenciar entre un atentado de la izquierda y uno de la derecha, que procedían de diferente forma y por eso no coincidían en las maneras de actuar.

Otra de las cosas que me dijo es que para ingresar a la policía había que secuestrar o matar a alguien, cosa de dejarlo pegado a la institución y que no pudiese salirse o abrirse. Muchos policías no pudieron pasar la prueba y fueron eliminados. No todos podían tomar la decisión de convertirse en asesinos o torturadores.

 ¿Cuál es tu sensación en este momento y qué perspectivas tenés de acá en más?

 Esto está tan trabajado y elaborado por mi parte que es verdaderamente liberador. Me costó manejar el quilombo de los medios y eso, pero la decisión está firme y no tengo temor, estoy convencida de hacerlo. Decidí qué es lo que quiero llevar en mi mochila y que no. Por otro lado, espero que a futuro muchos hijos de torturadores se animen a contar su historia y den alivio a otras personas. Aunque sea para relatar qué sensaciones tienen. Yo no elegí tener el padre que tuve y de alguna forma soy víctima de esa situación.

Entrevista: Maxi



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