06/12/2008

El bombo del pueblo

Playadenovillos.jpg Un origen popular y alegre, orillero, pero también idealista. Este instrumento de la vida cívica nacional nació en manos obreras, en canción de lucha, batido por matambreros del frigorífico y pibes que peleaban por la garantía horaria y el respeto, haciendo retumbar el aire, cuenta un pionero. Por Ariel Kocik.


Entrevista a Juan Clidas, joven trabajador de la carne en Berisso desde los tempranos años 40 y protagonista de las jornadas de octubre de 1945. Recuerda aquellos años y sus circunstancias. Ver también la nota relacionada Cipriano Reyes, el primero en denunciar a Perón . Por Ariel Kocik para ANRed.

El estado «memorioso» le debe un premio por su bullanguero aporte a la causa de la justicia social. Al oír la chanza, sonríe irónico: «Gracias a Dios nunca viví de la política». Suspende la lectura del diario El Mundo y se acomoda. Juan Clidas es un pionero de la manifestación argentina. Hizo sonar bombos y tambores en Berisso y en La Plata. Arrancó por las calles Trieste, Génova, en un campito al lado del río y adentro del barrio, cuando le daban al parche con los «pibes» de la murga «los Martilleros» y la gente sola se reunía y salía a la Montevideo, chocaba con la policía, iba y venía, en los pañuelos agua de zanja para los gases.

La charla es en la zona del Sportman, frente a una peña de Gimnasia. Ahí la gente se amuchó, sobre todo en la calle del sindicato, a dos cuadras. Y salieron a cambiar la historia. Tambores, latas, llamaban y se armaba hormiguero. Antes y después, por estos pagos, hubo combates, tribunas y luchas: «Acá a tres cuadras hubo un tiroteo grande». Por allá mataron a cinco. Y así.

Fue uno de los destructores de la casa radical, que también está en el vecindario. Muchos dicen que esos daños fueron leves en relación a lo que pudo haber pasado en ese octubre, por la magnitud de las fuerzas en pugna, la decisión del sindicato de dar pelea y la obstinación oligarca antiobrera, con Perón preso y los chivos aplaudiendo la entrega.

Juan trabajaba de cuchillo en la matanza del Swift y vivía en la orilla del río. Se dispuso a consumar un ritual que ya había funcionado en la zona. El 12 de octubre festejó sus 20 años y preparó los bombos, desarmados después del carnaval. «Nos llevó más de 10 horas, porque teníamos 17 bombos y 25 tambores». Y salió de casa, con los pibes de la murga. «Te voy a decir, yo vivía enfrente de los bomberos, cruzando el río, calle Génova, de ahí salimos y nos juntamos en un campito y empezamo’ a tocar en media hora el bombo y ya se juntaba gente, salíamos a la Montevideo y la gente se venía sola atrás de nosotros».
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«El 12 de octubre no salimos porque era mi cumpleaños. Salimos de acá de Berisso el 13 de octubre y llegamos a la comisaría, calle Guayaquil, y nos para la policía, entonces fuimos todos para la Nueva York y después vinimos para acá». La calle cosmopolita «era una jauja, era un corso». Se juntaron con otros barrios, anduvieron por el centro.
«Y qué se yo, esas cosas que tiene acá, qué se yo, ¿y vamos para La Plata? y vamos para La Plata, y la gente te seguía, venía atrás de nosotros. Ya venía la gente del sindicato adelante». Era el día: «Explotó todo, fue algo impresionante». Unos iban con armas, los pibes con ramas y palos. Los de Villa San Carlos no escondían las pistolas: «Fuimos a La Plata a pie, con todo’ lo’ instrumento’. Caminando, ¿eh? Salimos de la Montevideo, agarramos por Río de Janeiro, llegamos a Trieste y nos atacó la policía con gases lacrimógenos, y había uno que se llamaba el chileno, que agarraba las bombas y se las tiraba de vuelta a los policías. Seguimos. En el puente Roma nos juntamos con parte de Ensenada -otra descarga más-, seguimos todos juntos a pie, llegamos a la cancha de ‘Ginasia’, pasando ahí el Bosque está la caballería, el coso de la policía. Pensamos que nos iban a atacar, y todo lo contrario, sacaron la foto de Perón de una ventana y la gente se emocionó, veníamos por el medio de la calle, y la gente de los dos lados nos aplaudía y nos besaba. Llegamos a 60 y nos separamos, una parte siguió en diagonal y el otro por 1 para la estación, ahí se reunieron con más gente. Nosotros llegamos a la Casa de Gobierno con los instrumentos». Juan no «vació» negocios, como los muchachos que se llevaban «mortadelas y fiambres» de la casa Penna y otras, porque estaba meta darle a su función patriótica, instrumento en mano: «Si no, también me llevaba. Seguro, la franqueza ante todo». Los platenses del centro tenían la culpa: «La gente insultaba a los de Berisso, engranaron los de Berisso, entraron y rompieron todo. Eso era de costumbre, viste, ya. En las manifestaciones siempre hay alguno que quiere sobresalir y hace desastre».

Además de su murga -«la más grande de Berisso, una comparsa impresionante»-, salieron la «Estrella de Oriente» y «La Terraza», de Los Talas. Él iba adelante, «con los Reyes, Cufré, Giovanelli, Alfara, Buyán, la gente principal del sindicato de Berisso de la carne del Swift y de Armour». [1]

Luchamo’ eh

Vio todo el movimiento, desde 1941. Entró a la Picada como menor. Después pasó a la playa, trabajo calificado, que requería destreza con el cuchillo: «Yo trabajaba cuereando animales». Cobraba la cuota sindical: «Era tesorero de la subcomisión de la playa de novillos, éramos socios pero cobrábamos a escondidas. El frigorífico no sabía». Y a darle a los carneros: «Pasaba el micro, en esa época era el 5 o el 55. Parábamos un micro, hacíamos bajar a toda la gente. A veces se te retobaban, y los fajábamos, a algunos los tirábamos al río. A la marcha no, lo de ir a la marcha era voluntario. Así se ganó. Por favor, sabés la paliza que le dábamos, no iba más a trabajar. Si no, no ganábamos la huelga, querido». También tiraban bombas, alquitrán, y le hacían un calvario al carnero en la sección. «Sabés ir a trabajar y que ninguno te hable, pedir relevo y que ninguno te quiera relevar. Llevábamos un tarrito para calentar mate cocido Al tipo no le dejaban calentar el mate cocido. Le hacían la vida imposible, imposible».

«¿No te contó (Luis Guruciaga) cuando vino Evita a mandarnos a trabajar, que le contradecimos, y no vino más a Berisso? Vino un día a la mañana a repartir ropa, máquinas, ahí en la escuela 52. Una vez que terminó, nos quiso mandar a trabajar. Hace tres meses que no trabajábamos nosotros. Tres meses sin laburar ¿eh?, había que aguantar el cimbronazo. Y nos mandó a trabajar. Para qué, para qu黦 Faltaba que la putearan nomás, no vino nunca más a Berisso», dice, coincidiendo con el relato del ex gerente Guruciaga, quien recuerda la silbatina a Eva por parte de los obreros en huelga.
El conflicto de clases no se apagó: Juan hace un gesto y dice: «él era gerente, vos te darás cuenta, nos tenían cagando a nosotros», en alusión a Guruciaga -el amable gestor del Museo de Berisso-, marcando la cancha. «Lo obligaban a estar en contra m’hijo, capaz que le pusieron un revólver porque fue a carnerear, seguro, no sabés lo que era Berisso, era bravísimo».

«Luchamo’ eh’, vos sabés las cosas que luchamo’ en las huelgas». ¿Qué pedían?: «Aumento, plata, aumento. No te olvidés que no teníamos vacaciones, aguinaldo, seis horas, nada.» Y se llena de acento sonoro y popular cuando menciona las conquistas: «Las seis horas los menores, las vacaciones, el aguinaldo, las ocho horas por día, pasando las ocho horas cobrabas horas extras, el doble, trabajando el día feriado te pagaban triple o cuatriple. El respeto, porque antes te basureaban, después no te basurearon más m’hijo, antes sabías cuando ibas pero no sabías cuando te venías de vuelta, y eso fue una conquista extraordinaria para nosotros m’hijo».

Hasta ahí, con Perón andaban bien. «A Perón lo llevó el Partido Laborista. Perón subió gracias a la fuerza que hizo el sindicato de la carne y Reyes. Porque no fue Evita que llamó a la gente, fue Reyes que hizo todo el movimiento sindical».

No todo salía bien. Una vez, los «milicos» le «rompieron todos los bombos»: su murga, los Martilleros, haciendo honor a su nombre, llevaba pintados martillos cruzados en los instrumentos. Nacional y popular, pero lo creyeron comunista. Justo a él. «Sabés la leñada que nos dieron. Puá… Y los tipos, los milicos, querían romper los bombos y le pegaban al cuero, y más sonaba. Qué bárbaro, nos dieron una leñada»¦».

Al deguello

El infierno del taylorismo y el trabajo estándar, disciplina de los «opulentos e imperialistas» frigoríficos, en «insaciables fauces» de producción, devolvió playeros, serruchadores y triperos [2] retemplados para la lucha diaria y calentó la conciencia obrera.

La matanza trabajaba sin descanso, al ritmo imperativo de la noria: «¿Cómo era esa sección? El animal entra por un lado, lo mojan, y después entra en un ‘brete’, va todo para que suba el animal, lo van, lo mojan para la picana eléctrica, cuando el tipo levanta la cabeza, uno de arriba le pega un martillazo. Ya ahí, cuando levanta la tapa se cae, y entonces lo menean, lo cuelgan y lo degüellan, lo degüellan es en la cabeza. Después lo acuestan, pasa pa’ arriba así, lo abren, lo cuelgan al animal, así las patas las manos, y le cuerean esta parte que es el matambre, después lo paran y le hacen las ancas, que es esta parte de acá atrás, los cuartos y ancas, y después lo levantan, lo cuelgan en un guinche y se le hacen el cogote, y así va andando, viste va, siempre andando eh, nada e’ parar eh, todo con noria, todo con noria y ahí va. Termina acá y de acá te vas acá, y de acá para acá, y acá termina y te venís de vuelta, así todos los días, todos los días, todo el día. Si querés ir al baño tenés que pedir relevo. Es una de las partes más principales del frigorífico. Parando eso paraba todo el frigorífico», asegura Juan. La tripa y el mondongo sale en tubo y canaleta.

No les daban elementos para el trabajo: «No, delantal no, nada, nada te daban, ni cuchillo, nada («¦) Nosotros teníamos pantalón blanco, blusa blanca y gorro blanco. Después, los cuchillos tenías que comprarlos vos. Delantal encerado según donde trabajabas. Después, teníamos unos botines con un taco de madera así, y abajo venían tachuelas con las ranuras para no resbalarte en medio de la sangre, porque la sangre sobre el ladrillo resbala, se cuaja la sangre y resbala. Y una tabla así era para la humedad, de madera debajo de las botas».


NOTAS:

 [1] Dardo Cufré, uno de los referentes del sindicato, hombre de la primera hora del movimiento, propulsor del 17 de octubre. Compartió encierros en «inmundos sótanos» con Cipriano Reyes, en la Penitenciaría a cargo de Roberto Pettinato, sufriendo «la más alevosa disciplina penal»: prohibición de dormir (sobre el suelo o sobre paja), carne podrida, presión de la tropa armada, etc. Muchos guardias habían sido traídos por Pettinato desde Ushuaia, «donde se aplicaba la tortura y toda clase de vejámenes a los reclusos», diría Reyes: «Aquí se empleba el mismo trato, sin ninguna distinción; todos éramos patibularios». Allí también estuvo el ciego Luis Velloso -laborista, destacado cancerólogo (contrajo la ceguera en contacto con los rayos X), acusado de poner bombas, picaneado y condenado por delitos que negó incluso en la tortura-, otros detenidos que llegaban «brutalmente torturados» como el cirujano oftalmólogo Francisco Elizalde, con sus «manos casi arrancadas de las muñecas», el petrolero ensenadense Manuel Bianchi (otro artífice del 17 de octubre), el socialista Alfredo Palacios y otros presos políticos. Pettinato fue condecorado post mortem por su supuesto «progresismo carcelario». Sobre él, el ex presidente Néstor Kirchner dijo: «Tuvo una tarea prominente en un lugar muy difícil» y agregó: «Debe ser tomado como ejemplo».

 [2] Dicen que un arquero de Gimnasia trabajaba en el frigorífico Armour, es decir, era tripero. El barrio «el Mondongo» proveía de fuerza de trabajo a los establecimientos, que pagaban parte del jornal con menudencias. Hay una identificación de Berisso y Ensenada, zonas populares, con el equipo del Bosque.



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