28/05/2007

El fin de RCTV no es el fin del mundo, ni de la libertad de prensa

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Una investigación publicada por Telesur señala que el fin de la concesión del uso del espacio radioeléctrico a la empresa RCTV es «apenas» la número 28 entre 1969 y 2007. Esto ha sucedido en cuatro de los cinco continentes y en países centrales como en otros atrasados y dependientes. No es, entonces, que esta historia nació con RCTV y su llanto internacional por la pérdida de la concesión que venció el 27 de mayo. Un análisis de los datos brindados por Telesur. Por Modesto Emilio Guerrero / Buenos Aires


Con los datos de Telesur hemos confeccionado el siguiente cuadro: Cese de concesiones a medios por país y año entre 1969 – 2007:

2007

 27 de mayo de 2007: Venezuela, Radio Caracas Televisión

 Perú, 5 televisoras comerciales

 Inglaterra, Look 4 – Love2 TV

2006

 Uruguay, 2 televisoras (Multicanal, del Grupo Clarín) y 3 radioemisoras ( FM94,5 y Concierto).

 Inglaterra, Stara+Date TV24 – ONE TV – ActionWord

2005

 España, 1 Radioemisora y 1 TV de señal abierta TV católica

 Francia, TFI, por emitir programa que puso en duda el holocausto.

2004

 España, TV Luciana

 Francia, Al Ahmar

2003

 El Salvador, Salvador Network

2002

 Bangladesh, Ekushes TV

 Rusia, TV 6

2000

 Rusia, Canal de TV abierta

1999

 EE.UU., FCC Yanks

 Inglaterra, MED TV 22

1998

 EE.UU., Daily Digest

1991

 Canadá, Country Music TV

1990

 Irlanda, TV3

1987

 Francia, TV6

1981

 EE.UU., WLNS-TV

1969

 EE.UU., WLBT-TV

Es tan falaz el argumento de Marcel Granier y sus defensores en el mundo, que hasta aliados suyos en el orondo parlamento de Colombia votaron esto en una Resolución: «la renovación automática de una concesión sería un acto inconstitucional, porque dejaría sentado el precedente de un estado de propiedad de ese espacio radioeléctrico, que sólo puede pertenecer al Estado», ( El Tiempo, Bogotá, 21 de mayo 2007)

No es lo mismo

Una deficiencia del registro publicado por Telesur es que se reduce a lo cuantitativo, la estadística, que como se sabe, no tiene alma; no están reseñadas las circunstancias políticas en que cesaron esas concesiones, ni el carácter del régimen político y el tipo de gobierno que aplicó las medidas.

No es lo mismo sacarle la concesión a un canal comercial por difundir pornografía, como hicieron WLTB-TV, Look LoveTV (y RCTV en tres momentos); o por hacer publicidad subliminal con objetivos comerciales, como hizo en Rusia un canal sancionado en el año 2000. Tampoco es lo mismo el cese de dos canales españoles en 2004 y 2005 y la rescisión de la señal francesa TFI en 2005, en los tres casos por promover el franquismo, el nazismo, el etnicismo, el sexismo y sistemas de opresión medieval.

Nada de eso es lo mismo que cerrar el canal Al Ahmar, en Francia en 2004, por difundir la cultura árabe islámica, o cortarle la concesión a FMs en Uruguay para favorecer en la banda a un competidor amigo en el negocio de los medios. Algo que también ocurrió en Perú en 2007 con dos de los cinco medios cerrados.

Un caso similar vivimos en Venezuela en 2005 en Caracas, aunque no con un canal sino con un programa de alto rating. Un ministro «sacó del aire» el emblemático noticiero internacional Dossier, de Walter Martínez, por haber criticado a los «corruptos de boina roja», una medida que ya le había aplicado a Dossier un canal golpista en 2003″¦ por ser chavista. Desgraciadamente el ministro contó, para sorpresa de muchos, con la anuencia del Presidente, a pesar de la solidaridad masiva que se registró a favor de Martínez, un experto periodista uruguayo establecido en Caracas desde los 70, que además de bolivariano es amigo de Chávez.

Sin embargo, ni éste ni otros diez casos donde radios comunitarias fueron «sacadas del aires» por otros funcionarios, no existe en Venezuela un sistema de represión a medios independientes, como tampoco de medios capitalistas. Los casos aislados registrados son signos de lo que en Venezuela suele llamarse «perversiones de la revolución».

En medio de las más amplias libertades políticas (para el pueblo y la izquierda) jamás vividas en el país (excepto breves períodos como 1945-1948, o 1958-1961), la «Revolución bolivariana» convive con la tentación bonapartista de un aparato de Estado y una cultura política personificada en una parte de sus funcionarios.

De allí la importancia de definir las características particulares de los casos donde fueron rescindidas o no renovadas las concesiones a medios en el mundo. Hacerlo permitiría diferenciar en cuál caso hubo abuso de poder y se violó el derecho del pueblo pobre a informar y ser informado, de los casos opuestos, donde empresas como RCTV y otros han actuado en forma anti democrática, promoviendo golpes de Estado, conspiraciones militares, «guarimbas», amenazas de muerte al Presidente y diseminando discriminación, neurosis colectiva y proimperialismo de las maneras más crudas. No es lo mismo.

RCTV y las lecciones de la historia

Aún así, la sola estadística que reseñamos tiene el valor de desmitificar el principal argumento de la matriz de la campaña internacional de RCTV contra el fin de RCTV. O sea: el fin de esta concesión es apenas una entre casi treinta en las últimas cuatro décadas del espacio radio eléctrico. No es un argumento secundario frente a una campaña basada en la falsedad de que RCTV es la víctima universal de «un gobierno tiránico», alfa y omega de los atropellos a las libertades democráticas y el derecho de información desde la primera glaciación.

Este modo de actuar -sobre todo en el terreno de la política, pero también en la educación, el arte y la historia nacional- ha sido característico de una clase social obligada a mentir para sobrevivir como clase dominante.
El régimen parlamentarista burgués no es más que eso: una montaña de mentiras que parecen verdades eternas. De allí que siempre la historia comienza y termina con ella, y del pasado sólo se muestra lo necesario para nutrir la mentira del presente.

También tiene registro en gobiernos progresistas, nacionalistas, cuando sus regímenes adquirieron caracteres autoritarios, bonapartistas. El siglo XX es aleccionador sobre éso. Los períodos de gobierno de Getulio Vargas, Juan Domingo Perón o Juan Velasco Alvarado, o del Sandinista en tiempos más recientes, no fueron buenos ejemplos en eso del respeto a las libertades políticas (para el movimiento obrero, el pueblo y sus organizaciones. Además de las oligarquías). Fue un verdadero contraste enfrentar al imperialismo yanqui, aunque haya sido forma parcial y momentánea, sacarle parte del poder a fracciones de las burguesías de Brasil, Argentina y Perú, y al mismo tiempo, como si fueran cosas iguales, tratar como enemigos peligrosos a sus críticos internos, fueran estos pequeños grupos obreros militantes, sindicatos independientes, partidos democráticos o intelectuales reconocidos. Es el mismo síndrome que atraviesa la gloriosa historia de resistencia de la Cuba revolucionaria. Por lo menos desde finales de 1961 cuando Moscú aprovechó la Crisis de los Misiles para tomar Prensa Latina, desplazar al Che Guevara y los argentinos que lo rodeaban, y reproducir en otras instituciones su modo de hacer política.

El resultado fue la estatización y el control asfixiante de la vida política y cultural, no sólo de las clases opresoras, también de las clases trabajadoras. Como si fueran lo mismo.
Hubo regímenes del mismo tipo donde se pudo conjugar por algún tiempo, el respeto a las libertades políticas con el enfrentamiento relativo al imperio. Por ejemplo, durante el primer gobierno nacionalista del doctor José María Velasco Ibarra en Ecuador (1944-1947); en el Chile de Salvador Allende (1970-1973); en la breve presidencia de un año de Juan José Torres en Bolivia en 1970, o en la primera etapa de la Panamá anti yanqui del general Torrijos.

Hubo casos y casos. Las lecciones renacen cada vez que un gobierno anti imperialista, como el de Chávez, se enfrenta a un grupo oligárquico y proyanqui, como RCTV.

La «Revolución Bolivariana» ganaría mucho comparando esa estadística con la historia negra de «represión a la libertad de expresión, información y organización» de organizaciones revolucionarias y democráticas no proimperialistas, durante el siglo XX. Además de los anteriores, aquellas dictaduras totalitarias de carácter capitalista (desde el fascismo italiano hasta la última dictadura del Tercer Mundo, y los llamados «Estados obreros» o países del «socialismo real», gobernados por burocracias y autocracias que adoptaron distintas formas de una «clase dominante y propietaria»).

En ambos ejemplos, que ocuparon la mayor parte del siglo XX, es difícil conocer de rescisión o fin legítimo de concesiones del espacio radioeléctrico, por el simple hecho de que no hubo ninguna posibilidad legal, política, ni material, de ejercer la libertad de informar y ser informado. Basta recordar que las leyes de Polonia y Checoslovaquia penaban el uso privado (familiar) de las máquinas de escribir, no hablemos de otros medios como una imprenta o una revista independiente. Lo mismo en China que en Laos y Vietnam. Nada distinto al «control social» que ejercieron los regímenes de los Fascio, el de los Nazis y el Mikado.

Si alguna conquista de fondo muestra la «Revolución Bolivariana» (que es madre de sus otras conquistas sociales y políticas) es la amplísima libertad política que se respira. A pesar de las perversiones del proceso y del tipo de Estado que reproduce las miserias del pasado, tanto la izquierda como cualquier movimiento u organización del pueblo trabajador, tiene derecho a publicar lo que le venga en gana y decirlo como mejor quiera sin ser reprimido. Los casos excepcionales conocidos casi siempre se han resuelto a favor de la libertad.

Este criterio no puede ni debe ser el mismo para los capitalistas, sean de los medios de información o de cualquier segmento de la economía. Eso no implica suprimirlos de un plumazo ni encarcelarlos, pero no pueden tener el mismo derecho que los de abajo. Excepto aquellos que se subordinen al poder popular en sus distintas formas.

Es que ellos ya cuentan con los medios materiales para publicar y hacer lo que quieren cuando quieran. Pero hay una razón más actual: son golpistas en esencia y en potencia, como en 2002 lo fueron en presencia. Si en esta etapa no lo son es por aquello de la «billetera petrolera».

Y algo más: cuentan con el apoyo de Washington, la CIA, la NED y otros organismos imperialistas que les pasan plata para conspirar contra gobiernos como el de Chávez o el de Evo.

Y así como «billetera mata galán», también mata revoluciones. Porque como se sabe, los capitalistas tienen por alma una cuenta bancaria.

Modesto Emilio Guerrero/Buenos Aires

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