02/01/2007

Constitución, dinámica y desafíos de las «vanguardias» en la revolución bolivariana. Segunda Parte

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Segunda entrega del artículo escrito por Modesto Emilio Guerrero. El autor desarrolla aquí la tensión de Venezuela con el imperialismo, las internas entre «profundizadores y gradualistas», y las actuales perspectivas que se abren a partir de la idea de un Socialismo del Siglo XXI. (Imagen de Aporrea).


Por Modesto Emilio Guerrero, corresponsal de Aporrea. Especial para ANRed.

Amesetamiento petrolero

La conspiración sistemática patronal-imperialista desarrollada entre 2001 y finales de 2004 no se ha detenido, pero vive un aplacamiento desde finales de ese año, tras siete sucesivas derrotas electorales y dos en la acción física, que obligaron al imperialismo a modificar su estrategia -y sobre todo sus modos- para derrocar a Chávez y derrotar el proceso venezolano.

Un dato indicativo de esa baja en la presión del imperialismo es que entre noviembre de 2004 y 2006, el gobierno no ha convocado a ninguna otra concentración masiva para enfrentar acciones conspirativas, excepto las acciones policiales contra los paramilitares colombianos sorprendidos en los primeros meses de 2005.

Desde entonces domina la inversión social a través de las Misiones, la expansiva «diplomacia petrolera» internacional, el ingreso al Mercosur y cosas por el estilo. Nada de lo anterior ha eliminado las bases del enfrentamiento, pero ahora se expresa en la forma rutilante de una guerra verbal sin precedentes históricos, del presidente Chávez contra el presidente G.W. Bush y sus principales voceros. Le ha proferido al jefe del imperialismo mundial no menos de 10 epítetos altisonantes, apodos lujuriosos e improperios de alto escarnio, que en otro contexto histórico habrían sido pretextos para el desembarco de los marines, como en 1902 en Panamá.

Esta pugna verbal adoptó forma institucional en Estados Unidos aún en medio del aplacamiento de 2005-2006. «En una comparecencia ante el Comité de Relaciones Exteriores del Congreso, Rice hizo un llamado a la comunidad internacional a desempeñar ‘un papel más activo’ y a ‘observar muy de cerca lo que está pasando en Venezuela’, país que este año celebrará elecciones presidenciales», Agencia Bolivariana de Noticias, 17/02/06. Esta declaración apareció un día después «que el republicano por Indiana, Dan Burton, emitiera un comunicado en el cual destacaba las preocupaciones de la administración de George W. Bush por las relaciones establecidas entre el Gobierno venezolano y países como Irán y Cuba», Ibid.

Más institucional fue la declaración de un documento del Pentágono sobre planificación a largo plazo: «menciona por primera vez a Venezuela como una preocupación, reflejando la creciente percepción de Washington de que el incendiario populismo del presidente Hugo Chávez representa un desafío a la seguridad de Estados Unidos. La Revisión Cuatrienal de Defensa (QDR) del 2005 dice que una mala distribución de ingresos y débiles instituciones democráticas han llevado al «resurgimiento de los movimientos autoritarios y populistas en algunos países, como Venezuela», Diario, EEUU, 15 de febrero de 2006.

Estas declaraciones, con toda la delicada importancia que revisten, se producen en un contexto distinto al de 2001-2004, de abierto enfrentamiento. Hoy el imperialismo intenta lograr algún tipo de acuerdo -aunque sea transitivo- con Chávez y su gobierno. Para ello se apoya en las inversiones internacionales (22% de crecimiento en 2005), el acomodamiento de la burguesía golpista que desea participar del incontenible chorro petrolero, y el ingreso de Venezuela al Mercosur.

Quien mejor lo reflejò fue el canciller español Miguel Angel Moratinos, quien explicó a través de la Red de Diarios América y El País de España lo que conversaron y acordaron en una reunión clave con la jefa Condoleza Rice y Tomas Shanon los días 17 y 18 de junio de 2006. «Washington desea lanzar su agenda regional, en la que puede necesitar apoyo». El canciller español aclaró que, «España está concentrada en la construcción de una nueva agenda latinoamericana» después de los remezones producidos en los últimos años en la región». Informó que lograron acuerdos parciales para ese fin: «Ya pactamos con Chile, México y Brasil», El Mercosur y la Revolución Bolivariana, Modesto Emilio Guerrero, Ediciones Fundación de Museos de Venezuela, Caracas, 2006, pág. 67.

La otra característica resaltante de esta fase, es que la confrontación se trasladó al interior del movimiento bolivariano. Este «amesetamiento» del proceso revolucionario venezolano no ha limado el desarrollo político de su poderosa vanguardia, aún a pesar de la cooptación estatal y corrupción de muchos de sus cuadros, el cansancio, acomodación o corrupción de otros y el desenfrenado consumo que abrió la redistribución de la renta petrolera desde comienzos del año 2004.

No lo permite la fragilidad económico-social del proceso, su contradictorio carácter bonapartista y la movilidad de su vanguardia, en un contexto de asedio indeclinable, aunque cuidadoso, del imperialismo. Una particularidad del caso venezolano es la característica de su bonapartismo. Su fuerza es al mismo su debilidad. La sobresaliente concentración del poder en Chávez no se apoya desde su nacimiento en sólidos aparatos nacionales intermedios. Los tres principales partidos de gobierno Movimiento V República, PODEMOS y Patria para Todos no movilizan ni controlan la voluntad popular. La única organización fuerte del bonapartismo venezolano son las fuerzas armadas, que desde 1999-2002 vive un proceso de politización que apenas comenzó a ser frenado en 2005. Esta realidad es la que ha permitido los espacios donde han surgido las vanguardias del proceso. Esa confianza se la dió, sobre todo, haber sido protagonista de dos triunfos políticos nacionales en 2002 y 2003.

Profundizadores y gradualistas

Los cuatro años que van de 2001 a finales de 2004 sedimentaron en Venezuela un estado de conciencia nacional radical anti imperialista. Desde 2005 comenzò a mezclarse con otras formas ideológicas. En buena medida se le debe a Chávez, que promovió la auto organización de las masas, llamada por él «empoderamiento popular», el debate franco de las ideas y el respeto por la crítica a su gobierno. El primer caso de censura periodística dentro del régimen contra chavista apareció en 2005 contra el reconocido conductor de noticieros de TV, Walter Martínez, amigo del presidente. Desde entonces aparecieron otros casos contra radios comunitarias o programas, pero no se ha hecho masivo ni sistemático. Son los signos del conflicto entre estatización y autonomía dentro de la fase de «amesetamiento petrolero» de 2005-2006.

Esa conciencia nacional anti imperialista comenzó antes que Chávez proclamara en julio de 2004 «la apertura de la etapa antiimperialista». Inmediatamente dio paso a la discusión sobre socialismo, desde enero de 2005, cuando habló en el Foro de Porto Alegre, sobre el «socialismo del siglo XXI».

Lo interesante, es que en la lucha viva del proceso la amplia vanguardia venezolana ha ido aprendiendo a tientas y a golpes de ilusión que esa «oligarquía» es mucho más que algunos «empresarios malos». Es un proceso en marcha.

Ese lapso de cuatro años, 2001 a 2004, mostró un cuadro de acciones y enfrentamientos de alta concentración y polarización política. En él ocurrieron dos golpes de estado, el primero triunfante por 47 horas, el segundo intentado ocho meses después, ambos derrotados por una movilización masiva que acudió a métodos revolucionarios de acciones directas, ocasionalmente armadas y organizadas en forma progresiva; también pertenece a este período el Referéndum Revocatorio Presidencial de agosto de 2004, que se constituyó desde abril de ese año, en un acontecimiento nacional e internacional de enfrentamientos verbales y físicos.

Durante esos meses cruciales apareció, por primera vez, una brecha dentro del chavismo y la militancia bolivariana, adelanto imprevisto de las batallas ideológicas que vive la izquierda y la vanguardia venezolana desde 2005, polarizadas entres dos o tres corrientes.

Antes de 2005 esa diferenciación existía pero en formas difusas, todas envueltas en la marea nacionalista y la impronta sobredeterminante del liderazgo de Chávez. Las denominaciones inventadas en la realidad venezolana para identificar ambas corrientes fueron «los profundizadores» y «los gradualistas», original manera de reeditar la vieja polémica secular entre reformistas y revolucionarios. Como es natural en esos casos, ambas corrientes eran en realidad «espacios» difusos que concentraba militancia nueva que aprendía, y militancia más tradicional que hacía frente común, sin que los identificaran los mismos programas y métodos de acción política.

Desde 2005, esas diferencias adquirieron vida propia y pública en cada forma organizativa. El espacio donde se manifiesta de manera más sensitiva y polarizada es en la Unión Nacional de Trabajadores (UNT) porque es la organización social donde el carácter de clase es más definido y por un dato subjetivo de peso: sus principales dirigentes y cuadros regionales transmitieron a la flamante central una de las tradiciones del marxismo revolucionario del siglo XX: el trotskismo.

La mutación del aprendizaje

Esos movimientos «de vanguardia» han mutado tantas veces como lo ha exigido la tensa y cambiante situación política desde 1999. Viven en una permanente creación y recreación constructiva, como ocurrió con los más ilustrativos procesos revolucionarios del último siglo, aunque preñada de una movilidad transversal que a veces asombra. En 2005, ese desarrollo ha llevado a una maduración política distinta, superior. En primer lugar, comenzó a develar en estos movimientos que la «revolución bolivariana» no avanzará un solo paso más sin la participación activa de estos movimientos y que eso significa la capacidad de asumir el poder en todas sus formas.

En segundo lugar, se instaló el debate sobre el socialismo entre ellos y de ellos con las masas y los sectores refractarios del poder establecido. Este delicado tema venía siendo sostenido y proclamado por una minoría de esos movimientos (o de dentro de ellos), pero hoy es conversación cotidiana, especialmente a partir de 2005, cuando el presidente Chávez decidió proclamar la necesidad del Socialismo del Siglo XXI. Esta nueva conciencia política nacional comenzó a constituirse desde la derrota del golpe de Estado en abril de 2002. Aunque fue alentado por Chávez cada vez que declaraba que él fue salvado por el pueblo y acto seguido lo invitaba a organizarse para defender sus conquistas.

«La materia prima de lo consciente»

Este proceso de constante organización de «la vanguardia» bolivariana avanzó a lo largo del año 2003 con las Misiones Sociales. Éstas le enseñaron a los movimiento sociales que sin ellos no era posible la aplicación de estas políticas públicas transformadoras. Las más abarcadoras se realizaron por fuera del aparato estatal, con cuadros surgidos de la noche a la mañana, o al revés, da lo mismo.

Las Misiones concentran las principales inversiones sociales dentro del Presupuesto Nacional. Continuó a comienzos de 2004 con la derrota fulminante en las calles caraqueñas de las llamadas «Guarimbas» (grupos de la derecha de desorden urbano).
Este mismo año, las organizaciones comunitarias venezolanas fueron las garantes de que no hubiera fraude en el Referéndum, como pretendían el Grupo Carter y la OEA en su negociado con el Comando Ayacucho, formado por los principales diputados del chavismo. Las organizaciones de base se levantaron, paralizaron Caracas e impusieron la suspensión del Comando Ayacucho y la organización de un nuevo comando bajo la dirección política de Chávez, aunque sin participación de las organizaciones comunitarias.

Fueron éstas las que se movilizaron por decenas de miles el mismo día del fraude, tomaron la ciudad e impusieron una nueva realidad política que tres días más tarde se trasformó en una acto de más de 250.000 personas con el presidente Chávez en la Plaza Bolívar. Allí se proclamó la famosa «Batalla de Santa Inés», con la que fue derrotada la derecha el 15 de agosto en el Referéndum Revocatorio.

Los organismos que determinaron el triunfo del Presidente y la continuidad del gobierno fueron las «patrullas electorales» que sumaron a más de 900.000 activistas al nivel nacional. La mayoría de estas personas se integraron por primera vez a una actividad política.

Entre 1998 y 2004 han adoptado 7 ó 9 formas distintas según las exigencias políticas internas. Cuando las situaciones de enfrentamiento son agudas tienden a conectarse en formas intermedias que desaparecen ni bien pasa la coyuntura. La fuerza y dinámica de este movimiento-proceso no deja en paz a ninguna institución estatal o partidaria, dirigentes o funcionarios apoltronados o con deseos de apoltronarse.

Para salvar las conquistas adquiridas hasta abril de 2002 se amalgamaron en los barrios y alrededor de los cuarteles en forma cuasi espontánea, aunque los motores de la resistencia fueron los mismos jóvenes y amas de casa que ya participaban en círculos bolivarianos, comités constituyentes, coordinadoras sindicales y asambleas barriales. Lenin llamaría a esa espontaneidad «la materia prima de lo consciente».

Sin separarse físicamente de sus comunidades han sostenido la aplicación de las Misiones, porque era imposible aplicarlas desde los organismos ejecutores oficiales. Como me dijo una profesora, coordinadora de la Misión Robinson, «si hubiéramos esperado a que desde el Ministerio de Educación se apliquen las misiones Robinsón, Ricaurte o Ribas, ya habrían tumbado al presidente varias veces». La nueva militancia social venezolana no diferenció entre su actividad política y la labor social de educar y ser educado.

La vieja vanguardia, a la retaguardia

En sentido contrario, la mayoría de los partidos y dirigentes de la izquierda tradicional venezolana jugaron un papel «de retaguardia» en abril de 2002 y en todas las coyunturas desde entonces. De hecho representan la franja conservadora del proceso revolucionario. Ellos quisieran que todo se detenga en el punto adonde ha llegado y «vivir felices para siempre».

En la prueba más importante que tuvieron hasta ahora, el golpe de abril, la mayoría sufrió una regresión perversa a sus nostalgias juveniles. Muchos de ellos soñaron con organizarse para «subir los montes y hacer la guerra desde a la montaña», como declararon en días posteriores al 13 de abril. La realidad los hizo descender en forma estrepitosa de su fantasía vanguardista irremediable: los barrios de las nueve principales ciudades ya tenían paralizados los cuarteles y el Palacio de Miraflores.

Felizmente, una parte de esta vieja guardia militante comprendió, se adaptó y se puso a trabajar al lado de la nueva militancia comunitaria y sindical. Otra parte no soportó el desafío y aspira a seguir disfrutando del portaviones del poder, o se fue, pero no a la montaña sino a la derecha.

Retos de una vanguardia nueva

La «vanguardia» se expresa de múltiples maneras y a una velocidad política determinada por los acontecimientos. Esta virtud constituye el motor de la revolución bolivariana, pero se convierte en su principal enemiga, al no tener una expresión política nacional o regional de envergadura.

Mientras exista el actual proceso político, los movimientos comunitarios serán su sangre y sus vértebras; a pesar de sus carencias y fragilidad ofrecen una base social sobre la cual intentar superar las actuales contradicciones mortales entre una dinámica política francamente revolucionaria y un Estado capitalista aparatoso, fracasado y corrupto por los cuatro costados.

Como dijo con socarrona mordacidad un dirigente popular chavista en el barrio 23 de Enero de Caracas, «entre Chávez y nosotros no hay nada y lo que hay huele a fo» («fo» es una expresión venezolana que alude a mal olor). No es exactamente así porque están las Fuerzas Armadas como estructura nacional y el aparato estatal distribuyendo renta, pero es una expresión que refleja el patetismo de un aspecto clave de la realidad venezolana. Para decirlo en una palabra de moda en Venezuela, sin el empoderamiento de estos movimientos la revolución bolivariana se vaciaría de contenido social. Y eso, a estas alturas, significa la responsabilidad histórica de ser capaces de asumir el poder político y económico y servir de base para la democratización del Estado desde abajo, nutrido por -y apoyado en- estas organizaciones populares genuinas.

La cogestión y las cooperativas que se aplican hoy podrían ser un camino alterno hacia el objetivo, siempre que el objetivo sea la reorganización socialista de la sociedad venezolana.

Lo que se denomina «revolución bolivariana» sería irreconocible sin la existencia personal de Chávez y sin la marca constitutiva de sus «movimientos comunitarios», entendiendo por esto no una abstracción sociológica sin contenido de clase, sino la expresión política y cultural de las profundidades transformadoras de las clases trabajadoras que la sostienen: los barrios pobres de las grandes y pequeñas ciudades y los asalariados industriales, estatales y rurales. Constituyen uno de los síntomas de buena salud más sólidos y esperanzadores de la «revolución bolivariana» en marcha.

Esos movimientos son «vanguardia» en el sentido tradicional en la medida que su actividad y vida política los coloca «un paso delante» (Lenin) del conjunto de las masas pobres movilizadas, pero no lo son en tres magnitudes cualitativas: su forma de vida, sus formas organizativas y su militancia social. Esa posición de «vanguardia» social y política es desigual, relativa. Seguramente, la discusión sobre el socialismo del siglo XXI, que propone Chávez, le ayudará a completar su rol orientador y facilitador en el proceso.

Basta recordar que las patrullas electorales y las Unidades de Batalla Electoral que funcionaron entre mayo y agosto de 2004 alcanzaron un registro de activistas que superó las 900 mil personas en todo el territorio. Esto no puede ser vanguardia en el sentido tradicional y sin embargo lo fue respecto de ese período político, de la tarea asignada (ganar el «No» en el Referéndum) y la decisión de defenderlo en las calles el día de la votación.

En siete años de proceso político los movimientos de vanguardia venezolanos han mostrado «capacidad y talento para la creatividad revolucionaria», «la organización masiva», «la acción directa» y «la democracia de base». Estas cuatro características son fundamentales a la hora de reflexionar acerca del presente y el futuro de la situación venezolana.

Socialismo: El «último» desafío

Chávez, como fenómeno político viene tomando por asalto a la izquierda venezolana y latinoamericana desde 1992. Primero, la puso a pensar en «revolución», luego vino un camino de búsquedas que fue de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. El último asalto es la propuesta de luchar por un «socialismo del siglo XXI».

Esta idea fue precedida, en noviembre de 2004 por la declaración oficial pronunciada por Chávez en un encuentro nacional de dirigentes políticos, populares y del Gabinete, en el Círculo Militar donde negó la perspectiva del «comunismo». Allí planteó que la economía capitalista debìa ser superada por otra, que definió como no «comunista».

«¿Es el comunismo la alternativa? ¡No! No está planteado en este momento, aquì están los grandes rasgos de la Constitución Bolivariana del modelo económico social, la economía social, la economía humanitaria, la economía igualitaria. No nos estamos planteando eliminar la propiedad privada, el planteamiento comunista, no. Hasta allá no llegamos. No, nadie sabe lo que ocurrirá en el futuro, el mundo se va moviendo. Pero en este momento sería una locura, quienes se lo planteen no es que estén locos, no. No es el momento».

A esta declaración le siguió, mes y medio después, el pronunciamiento de Porto Alegre sobre «la necesidad de avanzar hacia un socialismo del siglo XXI». Desde entonces ha repetido la palabra socialismo como bandera discursiva.

El asunto es que a Chávez se le está complicando el paso entre sus palabras y la realidad de los movimientos sociales venezolanos. Éstos han tomado la declaración sobre el socialismo del siglo XXI como «un programa de Estado», aún sin saber a qué se refiere la frase. Lo que planteó en el Círculo Militar, en noviembre de 2004, a pesar de constituir un programa oficial de Estado, terminó desconocido por las vanguardias. Ellos le han impuesto su propia dinámica.

Decenas de revistas de entidades oficiales se publican en Venezuela desde 2005 para debatir sobre esa idea; ya se han publicado siete libros sobre el tema, además de miles de artículos de prensa y varias encuestas que preguntan a la población si le gustaría «vivir en el socialismo». Las encuestas arrojaron cifras curiosas desde 2005. 20% no opina, pero el resto se divide en parte casi iguales a favor y en contra de vivir en el socialismo. Lo novedoso es la medición de la opinión de calle sobre socialismo a través de un mecanismo, abierto, no partidario, como la encuesta.

La realidad es que se ha ido conformado una conciencia anticapitalista difusa, a veces con incrustaciones religiosas alusivas a Simón Bolívar. Es una conciencia segmentada, recubierta de expresiones vagas como la lucha contra «oligarquía nacional». En palabras de Chávez esa expresión se reduce a nombres o grupos de empresarios, haciendo confuso el carácter clasista del proceso. En la realidad, los movimientos la han convertido en emblema de batalla y denuncia contra los empresarios en general.

Este es el nuevo desafío político para la vanguardia comunitaria: «refundar el socialismo del siglo XXI», o sea, hacer ese experimento en Venezuela, o mantener el estado de cosas como está, con el tipo de Estado capitalista que existe, y retroceder.

La mayoría de la izquierda que acompaña a Chávez en el proceso venezolano había descartado de sus escritos, luchas y conversaciones, la palabra socialismo. Esto fue así hasta hace los primeros meses de 2005. Tuvo refracción internacional. En Argentina, por ejemplo, las organizaciones Barrios de Pie y Patria Libre votaron en su plenario nacional del verano de 2004 «suspender la lucha por el socialismo. Estamos en medio de la batalla mundial contra el imperialismo. Chávez es su expresión», Documento, Barrios de Pie, 2004.

Un año después no sabían qué hacer con las descarriadas páginas, cuando escucharon a su líder proclamando lo que ellos habían suspendido en una extravagante forma oficial, pocas veces vista, excepto en la URSS durante la última guerra mundial cuando decidió la «suspensión» de la III Internacional .

Esta reacción se repitió en la vieja militancia socialista de Venezuela. Cuando Chávez comenzó a hablar de socialismo, reaccionaron con frases como estas: «El socialismo es uno sólo y desde siempre, no se puede refundar», o esta otra: «Hablar de socialismo ahora puede poner en peligro todo lo que se ha hecho en su nombre». Todo esto es dicho bajo la misma gastada justificación de que «no estamos en esa etapa», o «eso está bien, pero para el futuro», algunos con excusas peores, como «esta revolución puede resolver los problemas sin meterse en el lío del socialismo», o como me dijo Carlos Asnárez, un nacionalista de la izquierda peronista argentina: «el socialismo es un lindo sueño, pero ahora no se puede, estamos en la etapa de la lucha contra el imperio».

Chávez -y la realidad- los asaltó de nuevo. De repente, todos se pusieron a hablar, y lo más peligroso, a escribir tesis sobre «el socialismo del siglo XXI», cuando hasta el día anterior lo negaban o les asustaba su sola mención.

La vanguardia bolivariana ha comenzado a hacer este nuevo aprendizaje del «socialismo del siglo XXI» con la misma libertad que hizo los anteriores, desde 1999, o antes. El problema no está en ella, sino en la contradicción de no constituir todavía una opción de poder alterno frente a los que se asustan con la palabra que más sigue asustando a la burguesía y al imperialismo.



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