10/02/2018

Una crónica de fuego y tierra

27950663_2062066737151870_1072056955_o.jpgEl episodio ocurrió el pasado 2 de febrero en el camping «la pasarela” en el Valle del Manso, Rio Negro. Una historia que de no tener el desenlace que tuvo hubiera ocupado las portadas de los principales medios hegemónicos por el desastre ambiental que hubiera significado. Una historia de solidaridad y unidad entre personas ante la adversidad ambiental y la desidia institucional, narrada en primera persona. Por Ramiro Giganti para ANRed


La Patagonia es uno de los tesoros más preciados que tiene Argentina. Un extenso territorio con baja densidad de población y una diversidad de belleza natural y biodiversidad que atrae visitantes y también pobladores que buscan desarrollar sus vidas escapando a los flagelos de la urbe. «La poca mano del hombre” es uno de sus atributos, a la hora de explicar sus encantos. Como tantas otras personas, esperé mis semanas de vacaciones para visitar una vez más este territorio. La fortuna de tener familiares viviendo en la Comarca Andina (región que abarca a El Bolsón, Lago Puelo, El Hoyo, Epuyen y Cholila entre otras localidades) acrecentó la frecuencia de mis visitas en los últimos años.
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Así fue que con mis primos Emiliano y Jimena planificamos una salida en carpa algunos días después de mi llegada. El primero de febrero, mientras hice un alto en mis días de descanso para hacer una cobertura de las actividades vinculadas a los 6 meses de la desaparición forzada seguida de muerte de Santiago Maldonado mientras Emiliano hacia las compras y organizábamos las mochilas, ollas, carpas, comidas, para la salida. Optamos por ir al Valle del Manso, después de descartar, por un inconveniente, una caminata exigente hacia el refugio Natación, que veníamos proyectando como «segunda parte” de una recordada caminata hacia el Cerro Motoco años atrás.

El Valle del Manso es una de las perlas escondidas de la región. Se encuentra entre medio de Bariloche y El Bolsón. Entre los camping más apartados de la ruta 40 se encuentra «la pasarella” a unos 30 kilómetros de la ruta, y escasos 12 de la frontera con Chile. El contraste de arroyos con los bosques y las playas lo convierte en una atracción, principalmente para habitantes de los alrededores (Bariloche, Esquel o El Bolsón). Llegamos al Manso cerca del mediodía y después de armar las carpas y nos dimos un chapuzón en el agua, como siempre yo fui el último en meterme, más reticente a las aguas frías de la Patagonia, pero el clima de más de 30 grados ayudó a la zambullida.

Después de nadar de un lado al otro, en la playa más cercana al camping donde se concentra toda la gente, decidimos tomar un sendero buscando una playa más tranquila sin gente»¦ allí comenzó la historia que motivó estas palabras. Ya entrada la tarde (entre las 18 y las 19hs) sin tanto calor opte por solo mojarme los pies y caminar hacia una piedra para tirarme al sol mientras Emiliano y Jimena seguían nadando de una orilla a la otra. En un momento, desde la otra orilla, Emiliano vio algo y nos señaló desde lejos su preocupación: un humo a lo lejos que no cesaba, advirtiendo un posible foco de incendio. Volvió nadando a esta orilla y nos señaló parte del humo que se veía en el cielo, desesperado quiso ir hacia el lugar. Al rato, además del humo se empezó a sentir olor a quemado y esa sensación en los ojos que generan las cenizas. Logré convencerlo de ir primero a avisar al camping para que se actúe lo más rápido posible. En la entrada del camping le avisamos a Toni, el propietario, que estaba con unos chicos que trabajan ahí tomando una cerveza. Al explicarle, después de unos segundos, quizás un minuto o dos, reaccionaron y se levantaron rápido, cruzamos la pasarela y a lo lejos Emiliano les señaló el humo que se veía a lo lejos (algo más de un kilómetro) saliendo del bosque. Desesperados corrieron la bola y por radio llamaron al SPLIF (Servicio de Prevención y Lucha contra los Incendios Forestales) que es el organismo provincial a cargo de actuar en esta situación. Emiliano desesperado tomó el sendero hacia el foco de incendio Jimena y yo lo seguimos.

Confieso que en un momento, ante el desconcierto, frené y hasta hable con Jimena de cómo sacar a Emiliano de ahí «¿qué quiere hacer, quemarse vivo?” me pregunté, ya que no tenía idea de que podía hacer yo en ese momento más que avisar, con la ingenua esperanza de que algún organismo gubernamental iba a mandar un avión hidrante o un equipo de emergencias que iba a actuar acorde a la situación: nada de eso ocurrió.

Al principio registré las pocas y precarias imágenes sobre el incendio, la mala calidad y escasez de ellas también supone un llamado a la «ética del periodista” faltaban manos y obviamente que el bosque estaba por encima de la nota, mi memoria y los relatos siguientes me ayudarían a reconstruir todo lo ocurrido para hacer está crónica, en ese momento la prioridad era otra.
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Mientras caminaba en dirección al incendio pensé en una imagen aterradora, del fuego llegando al camping por la noche y todas las personas desalojando apuradas, con ese bello lugar convertido en un infierno. A veces hay que ir hacia ese infierno y enfrentarlo para evitar que él llegue a nosotros.

Emiliano se había metido en un lugar donde lo perdí de vista, después me comentaría que estaba «como un perrito” haciendo posos en la tierra con las manos para poder apagar o frenar los focos tirando la tierra que sacaba. Al rato llegaron unos chicos de la cooperativa que vende excursiones de Rafting, con los remos de los botes para usar como palas, y uno tenía un hacha de mano con la que empezó a picar el piso para hacer más fácil la obtención de tierra para apagar los focos: mientras el de hacha picaba otros usaban eso para apagar el fuego. El trabajo colectivo mejoró las posibilidades de poder enfrentar el incendio. Emiliano tomó uno de los remos.
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Al rato llegaron dos personas con unos 5 baldes, y dos ponchos. Ahí fue donde Jimena y yo encontramos una tarea para sumarnos. Empezamos a llenar baldes en el río y trasladarlos hacia los focos de incendio donde había otras personas a quien pasarle los baldes y atajar los que tiraban desde más arriba para volver a llenarlos con la llegada de algunas personas más empezamos a formar corredores, aunque a veces había que recorrer uno 20 o 30 metros con los baldes llenos. Con el pasar de los minutos empezamos a avanzar logrando apagar varios focos y así íbamos tomando conciencia de que podíamos ganarle al fuego. De una playita pasamos a otra unos metros más adelante, para llenar los baldes más cerca del fuego, que ya estaba retrocediendo. De todas formas no fue todo tan lineal, hubo ideas y vueltas. En un momento vi que uno de los ponchos mojados, que acompañado de unos baldazos de agua había servido para apagar un foco, se empezó a prender fuego, lo agarre para terminar de apagar el foco: todavía estaba mojado y el agua estaba hirviendo. Literalmente «a los ponchazos” termine de apagar ese foco que estaba reapareciendo. En algún momento alguien llegó con una motosierra, que fue útil para separar las ramas con fuego y también despejar el camino cuando era necesario para enfrentar otros focos de difícil acceso.

Habrá pasado algo más de una hora, desde que empezamos a enfrentar el fuego con remos y baldes, hasta que llegó una bomba para juntar agua del río y con una manguera enorme de unos 50 metros, o por ahí más, lo que cambió favorablemente la situación. Unas 10 personas nos hicimos cargo de sostener esa manguera desde la bomba hasta quien apuntaba a los focos, otras 5 o 7 personas seguían con baldes y remos enfrentando otros focos. En un momento escuche que le preguntaron a una persona si iba a venir un helicóptero, y respondió «a esta hora no”, pensé que era una broma, pero después me dijeron que esa persona, recién llegada (después de más de una hora de lucha contra el fuego) era del SPLIF: una sola persona, que estaba en la guardia más cercana. La bomba fue utilizada por algunos de nosotros (no por el SLIF). Habrán pasado algo más de dos horas hasta que, el fuego ya estaba controlado. El último episodio triste pero necesario fue la tala de un Coihue, que estaba hueco con mucho fuego en su interior y resultaba imposible apagarlo, si el fuego llegaba hasta arriba iba a trasladarse a otros árboles.
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Tras caer el coihue y después de apagar los focos de fuego que generó su caída llegaron unas cinco personas más del SPLIF. Uno de ellos informó pro radió y luego a nosotros: «váyanse que el SPLIF ya lo tiene controlado”»¦ La nota de color fue que pocos minutos después llegaron dos gendarmes, cuando ya no había más nada que hacer: un varón y una mujer, muy arregladitos, con sus trajes impecables, Jimena me dijo «la mina está perfumada” con tonó irónico. Mientras nosotros, llenos de tierra, con los tobillos llenos de raspaduras por las plantas, manchados con restos de carbón, y nuestras pieles bañadas en transpiración celebrábamos entre nosotros el éxito obtenido.

La vuelta de todas las personas que habíamos sido parte por el sendero en fila, mientras empezaba a oscurecer (señal de que eran las 21:30 aproximadamente) fue un momento memorable, de alivio, pero también de celebración. Entre abrazos y plausos emprendíamos la vuelta al camping. Alguien le comentó a otra persona «che, decile a Toni que se ponga con unas birras”. Que íbamos a ir a celebrar en el barcito de la entrada del camping tomando unas cervezas (venden unas artesanales que hacen a 11 kilómetros del camping que realmente valen el esfuerzo) ya era un hecho.

Al llegar al camping fuimos de nuevo a la playa de la entrada a mojarnos, mis primos se metieron en el agua, yo me limite a limpiarme algunos pequeños cortes y raspones que tenía en los tobillos. Ansioso fui antes al la barra por la primer cerveza. Al empezar a tomarla dos chicos que habían sido parte de la hazaña se me acercan y chocan las copas brindando conmigo, el pibe de la barra me dice «ah, ¿vos estabas en el incendio? No pagues más, servite de estas jarras que son para ustedes”, al rato llegan Emiliano y Jimena y uno le dice al de la barra señalándonos «ellos fueron los primeros en avisar. Jimena, que no toma cerveza, se había comprado un jugo y un chocolate en la proveeduría, al rato vino alguien y le devolvió la plata «perdoná, no sabía que habías sido parte”.

Las siguientes horas fueron memorables: las jarras de cerveza llegaban hacia donde estábamos, mientras comentábamos anécdotas de lo ocurrido y nos enterábamos de que había ocurrido en otras partes del incendio, todo en un ambiente festivo. Circulaban chistes y risas. Las críticas al SLPIF fueron parte del momento: «el gordo chanta del SPLIF mando que ellos tenían todo controlado cuando cayeron dos horas tarde y ya lo veníamos controlando nosotros” dijo uno entre risas.
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Creo haber sido el único «porteño” de ese grupo. La mayoría eran de Bariloche, El Bolsón o zonas aledañas. En un momento pregunté por el Helicóptero que nunca vino, ya que había visto un helicóptero y un avión hidrante en el helipuerto de El Bolsón, por la mañana mientras íbamos camino al Manso. «No tenemos ni avión hidrante ni helicóptero, esos son de Chile, vas ver que tienen la bandera de Chile”, me comentó uno de los chicos del camping, que había sido parte de la hazaña con los que más conversé. Era cierto lo del horario, a determinada hora vuelven para Chile. Unos días después, ya en Bariloche me acerqué más a corroborar el dato conversando con un chico que vive hace años en esa ciudad. Me recordó que semanas atrás había muerto una pareja de chilenos/as y que por eso Chile mandó helicópteros, y me afirmó que lo que me habían dicho sobre la falta de hidrantes de Argentina era verdad.

En un país que viene sufriendo el drama de los incendios, no cuenta con los recursos necesarios. Mientras celebrábamos el logro, también recordamos el incendio en La Pampa de este verano, y los ocurridos el año pasado en Córdoba y Catamarca. Sin ir más lejos, un día antes, el 1 de febrero, me había encontrado con Matías y Nora de Radio Fogón, de El Hoyo. El nombre de la radio tiene su sentido, ya que está se formó en 2012, ante la necesidad de tener un medio de comunicación que de información verídica sobre los incendios que había sufrido la comarca (Lago Puelo y El Hoyo). Si bien, en aquellos incendios del 2012, la población señala la intencionalidad de los incendios apuntando a emprendimientos comerciales, en este caso todo parece indicar que el incendio no fue intencional: «fue algún boludo que no apago bien un pucho” era al comentario que aparenta más cercano a la realidad. No encontramos ningún resto de nada: ni de una botella, que pudo haber generado el «efecto lupa” ni de ningún artefacto que nos indique la intencionalidad de un incendio, que además, de haber sido intencional probablemente hubiera tenido más focos y nos hubiera costado más enfrentarlo, aunque tampoco tuvimos certezas absolutas de nada sobre el origen del fuego. La falta de viento también había jugado a nuestro favor.

Quedará el recuerdo eterno, del lazo que se generó entre todas las personas que espontáneamente nos unimos para enfrentar el incendio. Los abrazos y saludos afectivos entre personas que 24 horas atrás no nos conocíamos continuaron el día siguiente. Tal vez, a excepción de mis primos Emiliano y Jimena, nunca más vuelva a verme con el resto de las personas con las que compartimos ese momento, pero el ejemplo de unidad y el lazo generado quedará para siempre en el recuerdo. Había todo tipo de personas: hinchas de River, de Boca, de Independiente, y seguramente otros clubes «Gracias a ustedes dos que apagaron el fuego con el pecho” le dijo uno irónicamente a dos hinchas de independiente mientras brindábamos cuando ya todo era risas. El dato del fútbol es solo un ejemplo: seguramente teníamos distintos pensamientos en un montón de cuestiones, pero nos unimos para esa tarea tan particular y tan importante, y pudimos lograrlo.

Tres días después, en Bariloche, el calor con máximas de 30 grados seguía en la región, todavía no había llovido desde ese entonces. Fui a la playa en las orillas del Nahuel Huapi, y me alquilé un kayak para andar un poco. Las sandalias se rompieron casi al unísono ese día. Probablemente quedaron flojas después de las corridas durante el incendio. Al tomar el Kayak me hicieron firmar el clásico «contrato” que desliga de responsabilidades a quien me alquila la embarcación, entre los puntos figura una multa de 1000 pesos si pierdo un remo. Recordé a los chicos de la cooperativa del rafting en el Manso, y como automáticamente sin mezquindades fueron con los remos a usarlos de palas. Pensé que seguramente más de un remo quedó averiado (como mis sandalias) después de ese momento.

No pude evitar la valoración sobre lo ocurrido: la solidaridad, y la unidad para enfrentar una adversidad por encima de las mezquindades estuvo presente en un grupo de personas, algo que en muchas instituciones y en los gobiernos y grandes empresas permanece ausente.

Por ultimo no puedo evitar un llamado a la reflexión d a ustedes: lectores y lectoras de esta nota, sobre el valor del medioambiente y la necesidad de prevenir incendios. En tiempos donde se habla de inseguridad esté es un caso muy pertinente: hubo gran cantidad de seres humanos que murieron en incendios, además de las pérdidas económicas y por sobre todo el daño ambiental. Desde el accionar colectivo se pudo evitar un tremendo episodio de inseguridad, con solidaridad y no a los tiros, como se nos prentende hacer creer que tendremos «mas seguridad». Se confió más en quien estaba al lado que en esperar que las instituciones gubernamentales lo resuelvan, pero sin dejar de exigir que cumplan sus funciones. El valor de las personas de Bariloche o El Bolsón al comentar esta historia fue totalmente distinta a la reacción de las personas de Buenos Aires, que si bien valoraron el relato, no reaccionaron con la pasión que lo hacían quienes viven en esos territorios. Recuerdo a Emiliano contándole a un amigo en el Bolsón al día siguiente y su amigo diciendo «gracias” mientras le daba un abrazo. Me quedo con ese y otros abrazos, como cierre de esta crónica de un fuego al que se le hizo frente con tierra y agua.



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