03/02/2018

1968: el año de la esperanza

par105212_2048x.jpgMedio siglo atrás convergieron una serie de movilizaciones en distintos países y regiones que conmovieron al mundo. La posibilidad de una ruptura con el sistema del capital quedó grabada con tinta indeleble en la historia de los pueblos. Recuperarla hoy, en tiempos tan distintos, es una forma de recuperar la esperanza. Por Eduardo Lucita.


Hace cincuenta años las jornadas revolucionarias que se expandieron desde Checoeslovaquia a Italia, pasando por Francia, aunque su influencia traspaso las fronteras de esos estados, llegando un año después a nuestro país, resultó en un ciclo de alza de la lucha de clases (1968/1976) en todo el capitalismo occidental que constituyó el mayor desafío al sistema desde la Revolución Rusa de 1917.

El aire de aquellos tiempos

Aquel ciclo no inició de la nada ni espontáneamente. Fue el resultado de la acumulación de luchas nacionales y de clase, también de contradicciones que se fueron desenvolviendo en la onda larga del capitalismo nacida luego de la 2da. Guerra Mundial. Quienes protagonizaron aquel tiempo de luchas y esperanzas fueron los nacidos y crecidos en el período de la posguerra en el marco de la llamada «Guerra Fría”, que enfrentaba a dos bloques con formas de propiedad, relaciones de producción y organización social distintas. Esa relación de confrontación-colaboración estuvo en 1962 a punto de desembocar en una guerra nuclear. Fue la crisis de los cohetes en Cuba.

Fue el dirigente inglés Chris Hartman quien bautizó aquel tiempoo como «de la triple crisis”. Definía así el contexto en que se desarrollaron los acontecimientos hace 50 años: una clase obrera ampliada y un movimiento estudiantil que se levantaban contra el despotismo patronal y la opresión cultural en occidente y el autoritarismo en el este, contra la intervención norteamericana en Vietnam y contra el estalinismo en Checoeslovaquia. Pero antes habían ocurrido el fin del orden colonial, Argelia (1956) que inicia la descolonización del África; antes aún India (1946) y luego las Revoluciones China (1949) y Cubana (1959).

La emergencia de los nuevos movimientos sociales y de la nueva izquierda revolucionaria se afirmaba en un fuerte sentimiento antiimperialista «“desde Praga a Berlín, desde Tokio a México y Argentina»¦- que cuestionaba la hegemonía económica y militar de EEUU, junto con una posición crítica frente al comunismo oficial de la URSS y su política de coexistencia pacífica. Estas dos tendencias a las que se sumó el movimiento contestatario al interior de los países centrales se expresó también en la aparición de una verdadera contracultura en las artes, en las letras y en la vida cotidiana -vestimenta, relaciones sexuales, familia- que cuestionaba la cultura dominante. Un emblema del internacionalismo de aquellos tiempos fue la figura del Che -que habiendo renunciado al poder en Cuba volvió al combate llano- ondeando en todas las manifestaciones y en todos los países. Ese fue el marco en que toda esa generación de jóvenes se incorporó masivamente a la militancia política en abierta ruptura con el reformismo de la socialdemocracia y de los partidos comunistas.

De la primavera a los otoños

Todo dio inicio en enero de 1968 con la Primavera de Praga. Cuando la sociedad accionó contra la censura y por libertad de expresión y en las empresas surgió, ya en 1969, un movimiento autogestionario que tomó la forma de «consejos obreros”, en lo que se conoció como el «otoño caliente checoeslovaco”. Finalmente los tanques soviéticos, como antes lo habían hecho en Hungría, invadieron Checoeslovaquia y pusieron fin a la rebelión política.

Quienes impulsaban y participaban de esas movilizaciones no renunciaban al socialismo pero sí querían formas democráticas de vida. Se emparentaban así con las luchas que los obreros y estudiantes polacos y húngaros desenvolvieron en 1956 contra la opresión estalinista en sus países.

Combativas y continuadas movilizaciones por reivindicaciones obreras y en solidaridad con la revolución argelina y, en el plano internacional, la ofensiva del Tet en Vietnam y la ocupación de la embajada de EEUU en Saigón fueron los antecedentes más recordados del Mayo Francés. Los famosos grafitis «Seamos realistas, pidamos lo imposible” o «Nosotros somos el poder” entre tantos otros expusieron la imaginación sin límites (querían llevarla al poder) del movimiento juvenil empoderado en las barricadas que se juntó a la ocupación de fábricas por millones de obreros bajo las banderas rojas, a pesar de la resistencia a sumarse del PCF, solo lo hizo tardíamente.

Los sucesos del mayo francés impactaron decididamente en Italia que también tuvo su Mayo Italiano, sustentado en la acumulación de conflictos fabriles anteriores y en el surgimiento de nuevas corrientes de izquierda que confluyeron en las movilizaciones estudiantiles y obreras, especialmente de las fábricas Fiat y Pirelli, hasta generalizarse y llegar a producir su propio «otoño caliente” en 1969. En él se cuestionó el control de las empresas y la organización capitalista del trabajo pasando por arriba de las estructuras sindicales, en ese entonces dominadas por el PCI.

Una visión descafeinada, muy común en estos días y propia del posmodernismo, centra toda la actividad de aquellas jornadas en el accionar de estudiantes e intelectuales que exigían mayores libertades cotidianas y de pensamiento, esta visión oculta la participación decidida de la clase obrera como tal. Tanto en el mayo francés como en los otoños calientes taliano y checoeslovaco las huelgas con ocupaciones de fábricas y los comités obreros fueron decisivos. La huelga general en Francia de la que participaron más de diez millones de trabajadores es aún hoy recordada como una de las mayores en la historia europea.

Nosotros tuvimos también nuestro propio mayo, la protesta obrero-estudiantil que fue un eslabón más de aquella cadena de acontecimientos que para quienes aún a la distancia, la seguían, seguíamos, con pasión, era parte indisoluble de un continuum que culminaría en la revolución mundial. El Cordobazo fue expresión de ese proceso y también parte constitutiva del mismo, resultó catalizador de grandes luchas del momento bajo la forma de puebladas (Casilda y Gral. Roca), manifestaciones estudiantiles (Resistencia, Corrientes y Rosario) y procesos insurreccionales (Córdoba y nuevamente Rosario) que hicieron de aquel 1969 nuestro 68.

La ruptura en los bordes

A ese proceso histórico, cuya influencia mundial fue mucho más amplia de lo que aquí es sintetizado, es lo que el historiador argentino-mexicano Adolfo Gilly llamó «La ruptura en los bordes”. Se preguntaba «¿Hubo en 1968 y en sus prolegómenos un peligro o una amenaza de ruptura del orden global existente?” Concluía que no pero que sí hubo «»¦un desafío generalizado al orden mundial existente, el establecido en los acuerdos de Yalta, un desafío no deseado por ninguno de los firmantes de ese acuerdo”. Como se sabe, los firmantes fueron los jefes de gobierno de la URSS, EEUU y Gran Bretaña.

Aquel proceso concluyó sin triunfos y el reflujo ha sido muy profundo. El sistema resultó tener más reservas que las pensadas, aunque también fue decisivo el colaboracionismo de luchar por pequeñas reformas sin impugnar el todo de comunistas y socialistas así como la política de coexistencia pacífica de la URSS.

Sin embargo aquellos jóvenes estudiantes y obreros abrieron puertas y nuevos senderos a explorar. Demostraron, aunque se quedaran en los bordes, que era posible desafiar el orden existente y amenazar con su ruptura, que había otra forma de organizar el trabajo y las relaciones sociales, que se podía conciliar socialismo y democracia. Aquellos sueños y esperanzas no cumplidas siguen vigentes en otro contexto, con nuevas dificultades y muchas incertezas, pero hoy como hace medio siglo alimentan nuestras esperanzas.

Eduardo Lucita, integrante del colectivo EDI «“Economistas de Izquierda



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