27/11/2017

«Vamos a matarlos a todos»

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Compartimos el relato de una habitante de la ciudad de Bariloche, que transitaba por la Ruta Nacional N°40 el día de la represión realizada por las fuerzas de seguridad en la Lof Lafken Winkul Mapu. El relato circuló por la red social Facebook. Por Cronista Popular


Ruta 40. Altura Villa Mascardi. Volviendo de El Bolsón, alrededor de las 18 hs., embotellamiento. Más precisamente, la policía interrumpiendo el tránsito. Me bajo del auto y encaro a un testigo de ocasión. Le pregunto qué sucede, y él responde que «los mapuches cortaron la ruta y están tirando piedras”. Miro, esforzando la vista, dado que nos habían hecho detener a unos 500 metros del «˜corte»™, y alcanzo a ver una ambulancia cruzada en la ruta y un despliegue de agentes de fuerzas de inseguridad bien armados. De los mapuches, nada. Me vuelvo hacia mi interlocutor, y le digo: «gendarmería cortó la ruta y está hostigando nuevamente a una comunidad”. A lo que una pareja (me) retruca, a coro, «Â¡ah, bueno, tenes una versión!”. Quiero vale 4, Sra. y Sr.: «no es una versión, es conciencia social”.

Escribo esto porque me siento mal, muy mal. Escribo porque es la única revancha y rebelión ante la complicidad obligada a la que las fuerzas de inseguridad pretendieron someternos durante un operativo represivo. Me rebelo, y además busco distanciarme infinitamente de una (gran) parte de conciudadanos/as que vomitaban barbaridades racistas y clasistas sobre el asfalto, que exhibían con obscenidad el trastocamiento de sus prioridades. (Porque, que la vida de «estos indios” no importaba, hasta se verificaba en una agenda de derechos que alguno/a que otro/a «“de esas y esos conciudadanos urgentes por circular- se animaba a enumerar). Escribo entonces para conjurar la violencia de ciertas palabras que, con una perturbadora ligereza, recorrían los 500 metros para abrazarse abombadas y pringosas a la violencia del Estado.

Dejé entonces atrás las conversaciones, para acercarme un poco más a la zona del operativo. Un policía receloso me lo impidió. Pero lo que no pudo impedir fue un atronador: «los vamos a matar a todos”. La sentencia mortífera bajó desde el monte, imponiéndose a los gritos de mujeres y hombres desesperados. Desesperantes. También pude escuchar una voz que suplicaba por alguien a quien tenían «tirado como a un perro”. Quizás se trataba del muchacho al que asesinaron.

Hay que decir que en ese «˜enfrentamiento»™ con «˜mapuches tira piedras»™, las únicas hipervisibles y desmedidas eran las fuerzas de inseguridad, y que el «˜exceso»™ se hacía interpretar como disciplinamiento social. Pero, por si hubiesen quedado dudas, una vez que nos permitieron avanzar, y a pocos kilómetros de la escena del crimen (perpetrado por las fuerzas), nos aguardaba un operativo de gendarmería. No solicitaban datos de los vehículos, sino los DNI de los pasajeros.

No sé cómo terminar esta brevísima crónica, porque los hechos a los que refiere aún no acaban. Con el deseo, quizás, de llamar a la responsabilidad social. Porque ahí, en la ruta 40, mientras reprimían a una comunidad y asesinaban a una persona, en vez de rebelarnos contra las fuerzas, en nombre del derecho a la vida, obedecimos y esperamos hasta que pudimos marchar. (Como si se tratara de un presente que con solo acelerar se deja atrás)



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