06/11/2017

Pecado original: la culpa que nos parió

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Desde el pecado original hasta el siglo XXI y contando, las mujeres han ganado y perdido derechos a lo largo de todo el mundo. Con progresos y retrocesos de todo tipo, desde códigos de vestimenta hasta el derecho a votar, podemos decir que hoy nos encontramos en una mejor posición que al principio de los tiempos o al menos, al principio de los tiempos que nos han contado. Alrededor de todas las luchas, los logros y los pormenores, hay una constante que no cambia, que no muta: las mujeres nacemos, frutos del pecado, culpables desde antes de tener noción de ser. Por Gabriela Krause* | Corriendo La Voz.


Nacemos, frutos de Eva, pagando una culpa que arrastran los siglos con demasiados intereses.No es novedad el papel principal de la culpa en la mayor parte de las religiones occidentales. Si bien todas difieren en cuestiones mínimas (y digo mínimas porque, aparte de la alabanza a un Dios común, generalmente lo que varía es poco, aunque lo vendan como abismal), todas se encuentran en este punto en común. Las religiones que conocemos y que comparten a un Dios, supuestamente misericordioso, nos muestran a través de la biblia y las tradiciones lo importante que es sentir culpa y vivir una vida de penitencia en consecuencia. Esto, que se aplica tanto a hombres como a mujeres, se ve cada vez más profundizado (y más allá de la religión) en las cuestiones de género. Gente creyente y gente que no; gente practicante y gente que no, se toman de la mano cuando pasan las cosas que pasan y repiten, nuevamente, el tan habitual y doloroso «algo habrán hecho”. La mujer, hija de Eva, es culpable desde antes de nacer, por ser la personificación incuestionable del fruto de la tentación.

Génesis: de cómo vinimos al mundo

De acuerdo con la biblia, Dios creó en siete días todo lo que hoy conocemos como real. Antes del último día «“ el del descanso «“ Dios creó al ser humano en su versión masculina. Al ver que éste «se sentía solo” decidió crear a la mujer. Esto, que nos enseñan desde pequeños, trae consigo varias preguntas: ¿por qué vemos tan rápidamente a la mujer como instrumento de reproducción para el hombre, si en un principio fue creada prácticamente para su diversión? ¿Por qué crear una mujer y no simplemente otro hombre, para que el primero tenga un amigo? Y, si Dios es todopoderoso y todo lo pudo crear, ¿por qué sacar una costilla de su primera creación y no crear otra, independiente y autónoma?

Estamos obviando, claro, a Lilith. Lilith, esa que, según ciertas culturas, fue la primera esposa de Adán, una creación independiente y autónoma como la que reclamamos. Una creación que se desmadró y se volvió la supuesta madre de todos los demonios. Una creación que la biblia omite, para tachar ese error con una que, al venir del hombre y para el hombre, no pueda resultar tan dañina. Pero ese pecado, el pecado original, que fue según el texto íntegro y según todas sus interpretaciones un pecado nacido fruto de la mala influencia de la mujer ¿es realmente tan malo para la religión?

De cómo sentar un precedente

Política y judicialmente, cuando en la contemporaneidad suceden cosas, hablamos de precedentes sentados. En este caso, podríamos estar hablando de lo mismo. Si tomamos la biblia como se toma una fábula infantil (un texto donde todo lo que pasa apunta a una enseñanza, suerte de escarmiento final), podemos entrever con qué fin está seleccionada cada una de las palabras y a quién busca aleccionar. La mujer, que nace del hombre, encima lo lleva a pecar y lo exilia, antes de probarlo demasiado, del paraíso, obligándolo a vivir en el mundo terrenal. ¿Esto es demasiado terrible, o es una lección que nos vienen pasando a través de los tiempos para sentar un precedente de cómo la mujer se debe comportar?

¿En qué condiciones creo Dios a Adán y Eva?

Dios creó a Adán y Eva muy buenos y felices, con la gracia santificante y muchas cualidades y con los dones de la inmortalidad, la impasibilidad y la integridad.

¿Conservaron nuestros primeros padres los dones con que fueron creados?

Nuestros primeros padres no conservaron los dones con los que fueron creados, porque se dejaron engañar por el demonio y desobedecieron a Dios, conteniendo así el primer pecado.

¿A quiénes perjudicó el pecado de nuestros primeros padres?

El pecado de nuestros primeros padres les perjudicó a ellos y también a todos sus descendientes, que somos todos los hombres y mujeres del mundo.

Fuente: Agencia católica de informaciones (ACI prensa) https://www.aciprensa.com/recursos/el-pecado-original-3947/

Todos los hombres y todas las mujeres del mundo, entonces, y según la biblia y sus interpretaciones, estamos perjudicados y aún respondemos por el gran pecado de comer una manzana, que no es cualquier manzana, porque en realidad, lo que aún pagamos, es que una mujer se haya atrevido a comer del fruto del gran árbol de la sabiduría. Poético, aleccionador y contundente, ¿no?

La culpa heredada, los medios y el mundo actual

30.000 desaparecidos en una dictadura sangrienta que ciertos poderes imperantes quieren retratar como especie de guerra civil: algo habrán hecho.

Un pibe de algún barrio bajo del conurbano, desaparecido durante años, reaparecido en un contexto distinto, asesinado por las fuerzas policiales y con excusas poco comprables: algo habrá hecho.

Un pibe desaparecido por la gendarmería. Nula información sobre su paradero: algo habrá hecho.

Una piba violada. Una piba maltratada. Una piba acosada. Una piba desaparecida. Una piba prendida fuego. Una piba manoseada en el vagón de un tren. Una piba sometida y encarcelada por responder: algo habrán hecho.

La violencia nos rodea y, por más que los medios quieran convencernos de lo contrario, la violencia más habitual es la ejercida hacia y no desde las minorías. Las minorías, es decir, los pobres, los distintos, las mujeres.

Todos estos hechos son analizables y, en esta ocasión, vamos a centrarnos en uno, por ser el más habitual en la agenda mediática pero también en la social: en Facebook, en twitter, en la calle, las vecinas del barrio, los grandes noticieros y diarios, incluso alguna gente que pareciera entender mejor los pormenores de la vida moderna. Por todos lados lo vemos: las mujeres que han muerto en manos del patriarcado son culpables de antemano. ¿Por qué?

Recordemos el caso de Melina Romero, una piba que desapareció y que, antes de reaparecer asesinada, estuvo en boca de todos, no por empatía a su causa sino por quién fue. Recordemos el titular de Clarín, ese gran diario argentino: «Una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria”. Desmenucémoslo. Desnudemos el titular, que no dice, ni siquiera, que la piba está desaparecida o muerta. Se limita a informar qué era lo que elegía como modo de vida, o qué era lo que la vida había hecho de ella. Melina Romero, una chica de un barrio humilde, de 17 años, desapareció de un día para el otro y, mientras todos «“ o algunos pocos, preocupados «“ la buscaban, el gran diario nos dio su indispensable aporte: una nota que no sólo desde el título no cuenta nada importante, sino que en el cuerpo, después, profundiza sobre esto que, según el periodismo que los argentinos consideran fundamental, era lo que importaba de la cuestión.

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La nota está contada en presente. La piba no aparece, pero la nota está contada en presente. Cree necesario hablarnos de los hábitos de Melina, hábitos que hoy en día están penados por nuestra sociedad. Esta nota es de 2014. Aunque el feminismo ya empezaba a sentar sus sólidas bases en el país, la verdad es que el repudio hacia la misma no tuvo demasiada repercusión. Yo la recuerdo indignada y cuando la releo, tres años después, la redescubro y descubro, horrorizada, que la nota es mucho peor de lo que tenía en mente.

Lo más terrible de esto, porque la nota en sí ya es demasiado, es que estas bases que mantienen sus dichos siguen vigentes. Cada piba desaparecida es cuestionada por cómo ha decidido vivir hasta acá. Si los hombres nos violan, la gente se pregunta qué tan corta teníamos la pollera. Si un hombre mata a su mujer, la gente comprende que la infidelidad, ese cruel pecado carnal, debe ser pagada con sangre. Si la mujer, en un ataque de ira o de defensa personal decide responder y mata al victimario, la mujer debe pagar también con sangre. Estamos transitando el siglo XXI pero seguimos siendo brujas, demonios hijos de Lilith que sólo engendran tentaciones y que llevan la culpa en la sangre y el cuerpo, ese que Dios nos ha dado para engendrar, y que insistimos en utilizar a nuestro antojo.

Cada vez que una mujer desaparece y que la noticia se vuelve agenda, la gente cuestiona qué anduvo haciendo y cuál fue la configuración que la llevó a terminar así. Cuando aparece, si es que lo hace, viva o muerta, la sociedad mete el dedo en la llaga olvidando que, bajo ningún punto de vista, otro ser humano merece morir. Pero en una era y sobre todo bajo un gobierno que considera sustancial la meritocracia ¿nos sorprende que se busque hasta el mérito en lo negativo, en la cadena de sucesos que lleva a una mujer a morir en situaciones violentas?

La mujer viva: un fenómeno social que aterra

Fernanda Chacón desapareció el pasado 21 de Julio. Los medios, para alertarnos de que faltaba de su hogar, hicieron eco de la causa: «denunciaron la desaparición de Fernanda Chacón, una reconocida militante feminista”, rezaba Infobae. Todo lo que pasó desde el momento de su desaparición hasta el momento en que la mujer volvió a aparecer, sana, salva y descansada, llevó tras su nombre este mote: el de militante feminista, como si esto agravara o suavizara las cosas. Pero lo más triste, lo más grave, llegó tras su aparición: cuando Fernanda Chacón se comunicó para traer calma, o lo que debiera haber sido la calma, las redes sociales estallaron de indignación, con comentarios hirientes que fueron desde utilizar su apellido como chicana, diciendo que mientras todos la buscábamos ella estaba «usando su chacón” hasta decir que no merecemos estar pagando nuestros impuestos para que una feminazi sea buscada con el mismo ímpetu con que se busca a una persona de bien.

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¿Qué culpa tenemos las mujeres?

Las mujeres, que nacemos culpables de ser lo que no hemos elegido, en un principio, ser, somos doblemente culpadas cuando tomamos la decisión de afirmarnos en el género y de decidir por nosotras mismas, en consecuencia.

Remontándonos, como dijimos, a la biblia, nos encontramos con que no es sorprendente que a las mujeres que se atreven a disentir se las culpe el doble, cuando el pecado original de nuestra primer mujer, Eva, fue atreverse a sentir la curiosidad de probar del fruto de la sabiduría.

Lo que parecen rezar la biblia, la sociedad, los medios es: no queremos mujeres que piensen, no queremos mujeres que actúen, no queremos mujeres que se adecúen a un siglo con más libertades y seguimos esperando que las mujeres nos esperen con un plato caliente, o no. Pero que no piensen. Pero que no sientan. Pero que no hagan sin preguntar.

Melina Romero y Fernanda Chacón son sólo dos ejemplos que se dan en una configuración casi siniestra que es mucho mayor. Si pensamos en los últimos casos, desde Lucía a Micaela o Araceli y nos ponemos a buscar todo el despliegue periodístico que se dio, encontraremos un montón de ejemplos que siguen respaldando la misma cuestión de la mujer como un ente culpable. Lucía porque supuestamente quería comprar droga, Micaela porque era militante, Araceli por pobre, por fiestera, Anahí por estar obsesionada con su profesor, y todas las que no conocemos, y todas las que conocimos y olvidamos y todas las que vendrán: todas culpables de ser algo y de atreverse a vivir. Todas culpables del gran pecado de Eva y de Lilith. Todas merecedoras de un oscuro final, o de las justificaciones del mismo. Todas las vivas, las que todavía transitan esta vida, merecedoras de las agresiones que conlleva esta gran culpa final.

La pregunta es ¿cómo pedimos que nos dejen de matar, si siempre tendrán bajo la manga una justificación para enarbolar? ¿Cómo podemos pedir que no nos agredan, si nos despersonalizan hasta el punto de someternos desde el discurso mismo a la culpa de ser, a la culpa de estar?

Si pedimos Ni una menos, si pedimos estar vivas, si pedimos respeto e igualdad ¿por qué se sigue culpando a la muerta en las manos de un hombre y no a ese hombre que empuñó el arma asesina en el momento final? Si pensamos en las mujeres como seres iguales y si todos los seres humanos somos seres pensantes, ¿cómo puede ser que justifiquemos al violador por las prendas de menos que queramos llevar?

Despertemos

Si yo salgo desnuda a la calle y él me viola, el culpable es él.

Si yo tengo un novio y termino en la cama con otro y mi novio se entera y me mata, el culpable es él.

Si yo decido salir a luchar por mis derechos y a un tipo que piensa distinto no le gusta y me agrede, el culpable es él.

No olvidemos que si Eva decidió comer del árbol y Adán la siguió, la culpa es de los dos y, en definitiva, lo único que hicieron fue dejarse llevar por la sed de saber.

Si las mujeres siguen muriendo y los medios y la gente sigue justificando lo que no se puede justificar, si las mujeres siguen desapareciendo y quienes la buscan también la juzgan con la lupa de la verdad, los culpables son ustedes: los que no pueden ver más allá.

* Periodista | Escritora | Editora de Géneros y Breve Eternidad | Poeta | Feminista. Contacto: genero@corriendolavoz.com.ar / breveeternidad@corriendolavoz.com.ar



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