12/04/2006

El método de hacer películas mediocres

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Taquillera y premiada en España, así se presentó en nuestro país «El método», la última película del director argentino Marcelo Piñeyro, rodada en la madre patria, la cual nos muestra a siete ejecutivos encerrados en una lujosa oficina dispuestos a sacarse los ojos con tal de lograr un codiciado puesto. Sólo uno será el ganador y los demás quedarán afuera de la carrera. Todo un símbolo de estos tiempos. El problema radica en que poco nos interesa la suerte de estos personajes que no logran traspasar la barrera de la identificación con el público. No los aceptamos, pero tampoco los rechazamos. Se impone la indiferencia sobre ellos, algo de lo que el cine debe siempre escapar.


En un lujoso rascacielos ubicado en pleno centro de Madrid se encuentran encerradas siete personas (cinco hombres y dos mujeres) a punto de sacarse los ojos por un importante puesto en una empresa multinacional. Sólo hay lugar para un elegido y la competencia pinta feroz. Deberán eliminarse por medio de distintas pruebas hasta que queden dos finalistas, quienes serán los encargados de llevar adelante el duelo final. No son épocas de compañerismo ni de solidaridad. Cualidades que el capitalismo salvaje, entre otras virtudes, sepultó hace rato.

Ah, se nos escapaba algo: entre uno de los postulantes se esconde la figura de «El topo», el psicólogo encargado de la selección de personal. Trampas y más trampas, acompañadas de pocos escrúpulos, se darán lugar desde las alturas.

Mientras tanto, la ciudad está paralizada. En la calle, una multitudinaria marcha se desarrolla; son miles los que protestan en contra del infame FMI, salvo, claro está, ellos: los codiciosos ejecutivos en busca de su salvación personal.

¿Se entiende, no? Demasiado, ese es uno de los problemas de «El método», la última película de Marcelo Piñeyro basada en la obra de teatro «El método Grönholm», de Jordi Galcerán, en donde todo resulta más que explícito y evidente.

Ya se sabe, son tiempos de una extrema fiereza, y el trabajo se ha convertido en casi una pieza de museo arqueológico por el cual se debe luchar sin compasión. Pisar cabezas y avanzar. Esa es la consigna y eso nos muestra el director. ¿Pero qué más? Nada más.

dos-10.jpgPolíticamente se intenta (ni siquiera lo logra) reproducir un discurso para que el espectador medio se sienta involucrado ante lo que ve, exhibiendo la peor cara que el ser humano puede sacar a relucir cuando es acorralado por el sistema.

Un sistema que hace rato expulsó definitivamente a los más indefensos que obviamente hace rato que están afuera de la carrera por un puesto laboral y solamente buscan sobrevivir. Entonces, ¿para qué reflejarlos?

Largometrajes como «Recursos Humanos» y «El empleo del tiempo» del francés Laurent Cantent, o más recientemente «La corporación», del griego Costa Gavras, han abordado la problemática del trabajo en nuestras sociedades de manera más compleja y profundizando en los matices de sus protagonistas. Lo que veíamos, si bien no era nada nuevo, generaba un malestar, una sensación de rechazo ante lo que ya era inevitable. Pero, aún así, reaccionábamos y nos involucrábamos.

Aunque el grave problema no radica en el texto de Galcerán, sino en la forma en cómo el realizador de «Caballos salvajes» elige contarlo y en cómo sus personajes lo actúan. La realización quedó presa de su historia, porque justamente lo que se narra es una especie de reality show (competencia y eliminación del contrincante, con cámaras ocultas de por medio) pero a la manera de cualquier reality televisivo. Predecible, aburrido y mal actuado.
Sólo nos falta votar desde la platea para decidir quién es el próximo en abandonar la contienda.

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Pero fundamentalmente es imposible poder identificarse con esos personajes. Ya sea por cercanía o por lejanía, no los aceptamos, pero tampoco los rechazamos. Prima la indiferencia sobre esas vidas que vemos en pantalla y de las cuales poco nos importa saber lo que les pase.

Tampoco sorprende saber quiénes serán los dos últimos contrincantes ni descubrir la identidad del topo. Ambos interrogantes pueden develarse a los cinco minutos de iniciado el film con tan sólo activar un par de neuronas.

En una historia de encierro y de diálogos continuos, pensada especialmente para el lucimiento de sus actores. Éstos nos devuelven, en su gran mayoría, actuaciones deslucidas. El personaje de Pablo Echarri luce idéntico a Pablo Echarri, coherente con lo que nos viene mostrando desde sus inicios; el mismo estereotipo del pibe canchero de barrio que deambula de trama en trama y que, por supuesto, todavía no logra advertir el paso de historias y roles diferentes.

Grandes son las diferencias que separan a «El método» de «Kamchatka» (el anterior y certero sutil film de Piñeyro que retrataba la ingenua mirada de dos niños ante el horror de los años 70). Ahora, el director parece condenado a volver a su olvidable y taquillera ópera prima: «Tango Feroz», aquella lacrimógena y estudiantina versión sobre la leyenda de Tanguito que nos decía: «el amor es más fuerte».

Pero no asustarse que nada puede ser peor que aquel melodrama de los 90. «El método», después de todo se deja ver… incluso su desoladora y poética última escena.

Mariano Minasso


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El método

Ficha técnica:

Director: Marcelo Piñeyro

Protagonistas: Pablo Echarri, Eduardo Noriega, Najwa Nimri, Eduard Fernández, Ernesto Alterio.

Guión: Jordi Galcerán.

Género: drama

Duración: 115 minutos



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