07/05/2017

Fútbol, ferrocarriles y luchas obreras

f1-10.jpgViajaron por el Atlántico y desembarcaron en los puertos. Ni bien hicieron pie en suelo argentino, se montaron sobre rieles y con un sinnúmero de pases, los trabajadores ingleses llevaron la pelota hacia todos los rincones del territorio nacional. En una semana cargada de connotaciones por el Día del Trabajador, cabe hacer un breve repaso por la historia de aquel juego importado que logró expandirse gracias al fervor que despertó en los criollos. Por Rafael De Julio | La Tinta.


Un sinfín de pases, muecas, pelotazos e insultos pintaban el paisaje portuario de la segunda mitad del siglo XIX. Un grupo de británicos corría detrás de una esfera de cuero ante la mirada atenta de los criollos que se amontonaban en el puerto bonaerense para mirar con asombro aquellas novedosas maniobras que los gringos hilvanaban.

Al tiempo, el tendido ferroviario comenzó a expandirse con el objetivo de vertebrar el país para vincular a las provincias con el mar. Fue así que, progresivamente, inmigrantes y nativos forjaron kilómetros y kilómetros de líneas férreas con sus manos, y se alejaron de la ciudad central. Eso sí, con la pelota siempre sobre el riel.

En todo aquel lugar por donde pasaba el ferrocarril brotaba una cancha. Las locomotoras no sólo traían promesas de crecimiento, sino que paralelamente originaban un potrero. Aquel deporte de las academias inglesas, y que ya se había popularizado entre los gringos, ahora brindaba regocijo en el barro criollo.

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Mientras las canchas de fútbol comenzaban a ser depositarias de los tiempos libres y placeres de quienes se veían encantados al ver rodar una pelota, los diversos asentamientos que se iban estructurando lejos del puerto tomaban vida propia. Y en ese marco, Córdoba no fue la excepción.

Las crónicas relatan que la primera locomotora que pisó suelo cordobés lo hizo a finales de abril de 1870, un mes después de que concluyeran las obras que unían a la ciudad con Rosario mediante el trazado del Ferrocarril Central Argentino. El novedoso transporte de trocha angosta permitió que Córdoba se nutriera de una heterogeneidad migratoria que no solo modificó la morfología urbana, sino que trajo consigo todo tipo de manifestaciones culturales, entre ellas la que germinaba de la pelota.

Las interminables parcelas que se ubicaban junto a las vías, en lo que por aquel entonces se conocía como Pueblo General Paz -hoy barrio General Paz-, comenzaban a llenar el aire de polvo por el ir y venir de las zancadas. Poco tiempo después, los trabajadores ferroviarios erigieron la mítica «cancha de los ingleses” que, a pocas cuadras de allí, albergaba vocerías y vibraciones nunca antes percibidas en estas latitudes.

Los gringos ferroviarios que trajeron consigo aquella asombrosa invención, nunca imaginaron que la misma iba a arraigarse con tanto ahínco.

Córdoba: la vida obrera y los clubes

La notable expansión del fútbol llevó a los trabajadores a pensar más allá del eventual juego de los potreros. Y fue bajo esa consigna que nacieron los clubes.

En ese contexto, un 12 de octubre de 1913 los trabajadores del ferrocarril fundaron el Atlético Talleres Central Córdoba, hoy Club Atlético Talleres. Para afrontar sus primeras competencias, los albiazules -que habían tomado los colores del Blackburn Rovers-, se instalaron en un predio ubicado en avenida Patria esquina Cochabamba, terreno perteneciente a dos de sus socios fundadores: los hermanos Salvatelli.

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Tiempo después, el empresario Francisco Espinosa Amespil le cedió al Atlético Talleres Central Córdoba unos terrenos donde el club edificaría su primera cancha. Fue así que la embrionaria institución abandonó barrio Pueyrredón -en aquel entonces barrio inglés- para instalarse en Jardín Espinosa.

Narran algunos relatos que la administración del Ferrocarril decidió asociar automáticamente a todos los trabajadores al incipiente club y descontarles el monto de la cuota social por planilla. Con esos aportes, el Atlético Talleres Central Córdoba no mostró dificultades para financiar su crecimiento.

Semejante fue la historia del Instituto Atlético Central Córdoba, el otro club ferroviario de la ciudad. Un 8 de agosto de 1918, bajo el nombre de Instituto Ferrocarril Central Córdoba, los trabajadores de la sección Máquinas fundaron una nueva institución exclusiva para los ferroviarios, con la premisa de cultivar la instrucción de sus miembros y fomentar el deporte en todas sus facetas.

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Sin embargo, los herederos del legado de Ramón Isleños, primer presidente, abrieron aquel club «con” fútbol a toda la vecindad, superados por el fervor y el entusiasmo que las distintas prácticas deportivas despertaban en una de las barriadas más tradicionales de la ciudad. Fue por ese motivo que la institución cambió su nombre a Instituto Atlético Central Córdoba.

Distinta -en su génesis- fue la realidad en barrio Alberdi. Si bien el origen de Belgrano no estuvo ligado a un grupo de trabajadores, el club sí se emparentó con las causas obreras décadas después. Entre cientos de historias que sirven para dar cuenta de la estrecha relación que vinculó a los asalariados con el fútbol, una de ellas se remonta al año 1998, cuando los trabajadores de la Cervecería Córdoba llevaron a cabo la histórica toma de la planta en defensa de sus fuentes laborales. Durante los más de cien días que duró la medida de fuerza, y cada vez que Belgrano jugaba en Alberdi, los obreros trepaban a los techos de la cervecería para observar desde allí el partido y apoyar al equipo. Frente a esta situación, las tribunas del Julio César Villagra retribuían el aliento y animaban al canto de «cerveceros, huevo, huevo, huevo”.

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Pero, sin dudas, la historia más resonante es la de Tomás Rodolfo Cuellar, personaje mítico de la institución. El Tito, que batalló durante más de 300 partidos con la camiseta de Belgrano en las convulsionadas décadas del 60 y 70, fue paralelamente obrero de la EPEC y estuvo comprometido con el combativo Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba. En una entrevista televisiva, Cuellar contó alguna vez sobre su amistad con Agustín Tosco y la cúpula del gremio, quienes se habían visto obligados a pasar a la clandestinidad para no ser asesinados por el fascismo vernáculo. Ese vínculo tan fuerte que el Tito mantenía con la lucha combativa, lo obligó varias veces a usufructuar su reconocimiento público para sortear controles callejeros y evitar así que las fuerzas represivas capturaran a los revolucionarios que él mismo trasladaba en su vehículo de manera clandestina. Diversas versiones indican que hasta el propio Tosco llegó a esconderse en el baúl del auto de Cuellar.

Todas estas historias que repasan los orígenes de los clubes y la historia de los mismos, no hacen más que ratificar que el fútbol siempre estuvo ligado a la vida obrera, al barro, a la base. Y más allá de cualquier iniciativa mercantilista que hoy pretenda elitizar el juego para luego exprimirlo entre quienes más ostentan, el fútbol siempre guardará un lugar preponderante para aquellos herederos de los gringos y criollos que mixturaron sus sentires más genuinos y los volvieron eternos mediante una pelota.



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