14/04/2017

El Hombre que fusiló a Dios

Un domingo, día futbolero si lo hay, murió en Montevideo uno de sus fanáticos más personalizados, Eduardo Galeano. Voz de los pueblos oprimidos y saqueados, deja un legado en palabras para las próximas generaciones. «El hijo de los días” que habló con las venas abiertas, nos dejó sus «Memorias del fuego”. Por Juan Alberto Perez para ANCAP Noticias


Como si fuera una premonición del destino en la ciudad Montevideo, en el americano país de Uruguay, se celebraba el decimoquinto campeonato ganado por el club Nacional de Football en aquel 1940 cuando nacía Eduardo Galeano. Hijo de inmigrantes italo-españoles, galéses y alemanes; típico del crisol de razas que se emplazaron en la América del Sur, refugio para los exiliados de las guerras que se desarrollaban en Europa. Vino a este mundo Eduardo con la misión de usar la palabra como herramienta de denuncia, para ponerle voz a los callados, para honrar a Los nadies, para alzar las banderas de los desposeídos y abrirle las venas a América latina.

Fue un Vagamundo en este mundo, un hombre viajado e internacionalmente reconocido. Sin embargo, su lugar en la tierra era Montevideo. Por eso en el Café Brasileño, de la capital uruguaya, era considerado más que un cliente un amigo.

En Marcha arrancó su camino hacia la militancia. Él, periodista independiente (pero independiente de los intereses económicos, políticos y corporativos) fue como el que más, comprometido con la causa de las comunidades originarias. Si tan solo con pensar algunas de sus frases como: «Vinieron. Ellos tenían biblias y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron `cierren los ojos y recen»™. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros las biblias”. Estaba diciendo más que cualquier otro sobre el saqueo colonizador del siglo XV.

Era un hombre apasionado, y quién tiene pasión no puede dejar de amar. Y el deporte, que es mezcla de pasión y enamoramiento, no lo podía tener afuera. Hincha del «bolsonero” (Apodo de Nacional de Uruguay), tuvo tiempo para dedicarle a su verdadera obsesión, que era perseguir El fútbol a sol y a sombra.

Pero Galeano era un hombre de Critica, por eso en su exilio en la Argentina fundó un semanario que llevaba ese nombre. Y porque los pueblos no pueden olvidar, nunca dejó de lado las Memorias del fuego. De todas maneras, don Eduardo siempre a sido un sentimental, por eso El libro de los abrazos. Era un escritor que no le esquivaba a los temas del corazón, que lejos de ser una cursilería, fueron para él una preocupación: «No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada en mis párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta”.

Galeano es una de las Voces de nuestro tiempo. Tanto, como lo han sido García Márquez, Cortázar o Benedetti. Es la expresión de los pueblos de América Latina que luchan incesantemente por su dignidad, la libertad y su soberanía. Que paradoja que a aquél que alzando su voz hizo oír a los de abajo, le fallen los plumones y lo alejen de esta vida.

Se fue Eduardo Galeano. A los 74 años pasó a la eternidad el último de Los hijos de los días. Y aunque lo velen en el Salón de los Pasos Perdidos su andar por este mundo tuvo un rumbo certero con la verdad como consigna. Muere un 12 de abril, como él nos contó, el mismo día que Jesús de Nazaret murió en la cruz. Rara coincidencia del destino que la encarnación en la tierra de la deidad, se vaya en idéntica fecha que El hombre que fusiló a dios[1].

[1] De «El hijo de los días”, «Enero 13, El hombre que fusiló a dios” Pág. 31. Editorial Siglo Veintiuno, Buenos Aires 2012.



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