18/09/2016

Nunca digas nunca

tapa-2885.jpg A López lo desaparecieron hace 40 años por primera vez, pero luego de tres años de cautiverio ilegal lo liberaron. La segunda vez que desapareció fue hace diez años y nunca más se supo de él. Si no fuera por la lucha de las organizaciones populares, sociales y políticas, de derechos humanos, por los medios alternativos, su figura no estaría presente en nuestro cotidiano. En palabras de Nilda Eloy, sobreviviente de la última dictadura y compañera de López durante su cautiverio así como en el juicio se podría decir que López desapareció cuatro veces, la primera en dictadura, la segunda en democracia, la tercera de los medios y la cuarta del expediente judicial. Programa especial de la RNMA a 10 años de la segunda desaparición de Julio Jorge López. Por RNMA.


Hoy, a diez años de su segunda desaparición, se lucha por la aparición con vida pero también porque no desaparezca por tercera vez, como dice Eloy, y que Jorge Julio López esté en nuestra memoria. Y se dice por tercera vez porque después de su segunda desaparición existió otra, que es la de los medios, los hegemónicos, que se han encargado de no tener presente a López y su causa. Es tarea de los medios alternativos, comunitarios y populares mantener viva la lucha, que es también suya.

Programa especial de la RNMA a 10 años de la segunda desaparición de Julio Jorge López

tapa-2886.jpg La paradoja es que hay que memorizar a un hombre que se podría comparar con la del personaje novelesco de Borges, Funes el memorioso. Pues fue López quien después de treinta años de haber sido secuestrado se sentó como testigo en el primer juicio luego de la anulación de las leyes de impunidad -en el cual se lo condenó a reclusión perpetua al represor Miguel Etchecolatz»“y con una valentía enorme rememoró con lujo de detalles el siniestro cautiverio de él y muchxs compañerxs desaparecidxs por la última dictadura cívico-militar. Como bien dijo Rozanski -juez integrante del tribunal que condenó a Etchecolatz- en una entrevista que dio para el documental «Un claro día de justicia” la rememoración de López «la tienen los chicos que no han desarrollado la posibilidad de un pensamiento abstracto, entonces, por lo concreto lo que dicen es lo que pasó y la tienen las personas, y esto es una apreciación muy personal, que vivieron situaciones tan traumáticas, han viajado tan lejos en el dolor que no están comprendidos por la especulación, no pueden especular, tienen ese mandato de decir todo lo que paso y no solo respecto de ellos, todo lo que les paso a los otros”.

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Ahora a la apuesta por no perder de la memoria a López, se le suma el derrotero de demostrar el repudio a la concesión del arresto domiciliario a Etchecolatz porque a Julio López lo desaparecieron pero el que volvió a aparecer, por lo menos en los medios, las últimas semanas es el ex comisario. Etchecolatz, quien fuera Director de Investigaciones de la Policía de la provincia de Buenos Aires durante la dictadura y mano derecha del ex general Ramón Camps, quien acondiciono a la policía para llevar adelante el terrorismo de estado fue beneficiado con la condición de arresto domiciliario, pero que no puede cumplir por estar condenado a cuatro reclusiones perpetuas por delitos de lesa humanidad y genocidio durante la última dictadura cívico militar.

Fue el mismo Etchecolatz, el que organizó los comandos y grupos de tareas encargados de secuestrar y torturar a los trabajadores y estudiantes en el denominado Circuito Camps, cuya conformación estaba integrada por 29 centros clandestinos de detención, distribuidos en 9 partidos de la provincia. En 1985, Etchecolatz fue condenado a 23 años de cárcel. Gracias al beneficio de la ley de Obediencia Debida quedó libre, pero en el 2006 se derogó la ley y los indultos y volvió a ser condenado a reclusión perpetua.

A todo esto, Adolfo Casabal Elias, abogado de Etchecolatz durante el juicio de 2006 alegó que: «Han pasado treinta años desde la guerra contra la subversión marxista, nadie quiere seguir adelante hurgando este tipo de cosas salvo un pequeño grupo, y hay otro pequeño grupo que se defiende pero se defiende con sus pocas armas ¿Dónde está la peligrosidad de Miguel Ángel Etchecolatz a esta edad de su vida? ¿Dónde está la peligrosidad? ¿Qué hecho puede hacerle ver al tribunal que puede haber alguna peligrosidad en la personalidad de Etchecolatz?”

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Uno de los comandos organizados durante su función en la policía bonaerense fue la que tuvo por víctimas a los estudiantes secundarios en la «Noche de los Lápices”. Justamente fue con uno de estos jóvenes con quien Julio López compartió cautiverio en el pozo de Arana: Francisco López Muntaner, quien había sido secuestrado junto a nueve compañeros estudiantes secundarios un mes y once días antes que López.
En uno de sus juicos Etchecolatz pronunció unas palabras antes de escuchar el veredicto: «No es este tribunal el que me condena. Son ustedes los que se condenan”. ¿Se habrá referido a la perpetua condena de la segunda desaparición de López? Porque esa sí que fue una condena para el pueblo argentino.

Como ya mucha información se dio y existe sobre el macabro prontuario de Etchecolatz, es necesario tener presente a López. Hay que pensar que algunas de las casas de La Plata y alrededores fueron hechas por Jorge Julio López durante sus cuarenta y largos años de trabajo de albañilería. Hoy, cuando la causa judicial de López tiene la caratula de presunta desaparición forzada es necesario volver a leer las palabras que escribió un periodista hace algunos años. En su afán por aportar a lo que organizaciones sociales, políticas, de derechos humanos, artistas y gente de la cuidad hizo porque no desaparezca López, Miguel Graziano, realizó una investigación devenida en libro, «En el cielo nos vemos”, en cuyas páginas puede leerse un poco de la historia de López.

«Jorge Julio López nació el 25 de noviembre de 1929 en General Villegas, en el extremo noroeste de la provincia de buenos aires, donde vivió hasta los 8 años, cuando sus padres se mudaron a una pequeña chacra que alquilaron en el campo.
Su padre, Eduardo López, era nativo y su madre, Consuelo Rodríguez, una inmigrante española que llego a la argentina en barco con una familia que la crió como si fuera hija natural.

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Le toco ser el mayor de siete hermanos, Margarita, Pirucha, Porota, Olga, Niní y Eduardo -19 años menor- y empezó a trabajar cuando era muy chico en el tambo de su papá, al que todos los niños de la casa trataban de usted.
Como muchos chicos pobres del interior de la provincia de buenos aires a principios de siglo XX, fue al colegio hasta sexto grado. Cuando recién se mudaron al campo, caminaba con margarita por más de una hora, unos cinco kilómetros, hasta la escuela Nª 3, aunque después se cambiaron a la escuela Nª1, que les quedaba mucho mas cerca.

Pasaba el día en el campo, donde criaban animales, y acompañaba al padre a Villegas a vender la leche recién ordeñada. A la mañana ordenaba los tarros y hacía la manteca que su papa vendía en el pueblo.

Era el favorito de Eduardo, un hombre de una figura imponente que lo dejaba subir a «el Argentino”, un carro de madera del que toda la familia estaba orgullosa, siempre lustrado para que se pudieran apreciar el retrato de Carlos Gardel, y sus fileteados.

Don Eduardo, que había sido radical, fue el primer peronista en la familia.
A finales de los años cuarenta, López hizo el Servicio Militar Obligatorio en San Martín de los Andes, en la provincia del Neuquén. Siempre recordaba con mucho orgullo haber formado parte de un grupo de elite. Lo habían seleccionado porque era particularmente fuerte, decía.
Contaba que había entrenado en la nieve, y que había sobrevivido en túneles.

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Cuando terminó la conscripción su papa ya había vendido el reparto y se habían mudado a Elordi, un pueblo ubicado a 15 kilómetros de Villegas. Apenas una estación de ferrocarril, una calle principal, un almacén de ramos generales había una gran sequía y el campo vivía un éxodo de sus vecinos. Muchos empleados rurales que se quejaban sin trabajo emigraban a las grandes ciudades. Don Eduardo dejo el trabajo en el campo y empezó a cuidar casas. El joven López se mudó a las afueras de la plata.

La familia Tedoldi, que había dejado Villegas algunos años antes, lo recibió en su casa de Los Hornos. El recién llegado empezó a trabajar en la zona de las quintas. Al poco tiempo, se convirtió en albañil, oficio que había aprendido de su primer patrón, dueño de una empresa que había remodelaciones. Trabajo toda la vida en la misma constructora. Aunque lloviera, aunque tronara, López iba a su trabajo.

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En la casa de los Tedoldi conoció a Irene Savegnago. Él tenía 29 años y ella 30. Después de casi cuatro años de noviazgo, se casaron el 23 de agosto de 1962. Había dejado atrás a una familia numerosa, pero se había encontrado con otra. Irene tenía cinco hermanos. Ella dejo el trabajo en las quintas y empezó a cocer y tejer a mano por encargo. Las clientas le llevaban las revistas de la época con los modelos que estaban de moda y ella les hacia la ropa. Ganaba dinero y se entretenía.

Compraron una pequeña casa en 140 y 69. Apenas tenían vecinos. Los fines de semana López hacían changas, arreglaba o ampliaba su propia casa. Se entusiasmaba en los corsos de la avenida 137, donde aplaudió a Juan D»™Arienzo, la orquesta preferida de sus padres.

Tuvieron dos hijos: Rubén y Gustavo. De vez en cuando, porque era muy caro y se trataba de un viaje largo, los cuatro subían al tren hasta Once y luego hacían combinación en Lincoln para llegar a Villegas y poder estar unos días con consuelo y Eduardo.

López era tranquilo, callado, un poco cerrado, introspectivo. Le gustaba cuidar de su jardín y tenía una pequeña huerta. Mezclaba rosas y malvones con tomates, orégano lechuga y acelga. Construía sus propias macetas cuadradas con pedazos de tejas. También le gustaban los frutales. Tenía un limonero, ciruelos, higos y una parra. En el fondo de la casa mantenía, además, un gallinero.

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A los 43 años empezó a ir a la Unidad Básica, pero a su familia no le contaba de las discusiones de las que participaba. Mucho menos de las tereas de investigación que le mandaban a hacer, aprovechando sus habilidades como albañil. Eso sí, los fines de semana llevaba a sus hijos a jugar en los campeonatos que organizaba con los jóvenes militantes, para la diversión de todo el barrio.

Siempre le dedicó un poco de su tiempo al contacto con la tierra de su jardín y, dos o tres años antes de jubilarse, sus patrones le encargaron el cuidado de una plantación de kiwi en Ignacio Correa, a 20 kilómetros de La Plata. Decía que era parecido a cuidar un parral.
Después, fue desaparecido y estuvo detenido a disposición del poder ejecutivo nacional. Apenas lo largaron, comenzó a reconstruir su historia, en silencio, hasta que, por fin, pudo hablar sobre sus recuerdos de la muerte.”

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Los jóvenes que instalaron la Unidad Básica en la que militó López nacieron después de la proscripción que el peronismo sufrió desde 1955; crecieron en un país en el que estaba prohibido nombrar a Evita y a Perón; unos chicos apenas mas grandes que ellos habían hecho el Cordobazo unos años antes. Ya existían Montoneros, las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).

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Estaban en plena adolescencia cuando Héctor Cámpora asumió el poder el 25 de mayo de 1973, liberaba a los presos políticos, reanudaba las relaciones diplomáticas con Cuba, promovía un aumento de salarios y prometía una política nacionalista, estatista y distribucioncita. Mas aún: tenían que elegir entre ser testigos o protagonistas del regreso de Perón.

Eran diez muchachos de barrio pasaban de los actos de protesta de la izquierda a los actos de esperanza peronista. Estaban dejando la secundaria o empezando la facultad pero, en lugar de sumarse a las agrupaciones estudiantiles que había en la cuidad, decidieron crear un espacio propio desde donde ser partícipes de la liberación nacional.

Tenían entre 14 y 23 años cuando empezaron a cambiar los bailes por las pintadas nocturnas y los primeros besos en las plazas del casco urbano por las manifestaciones multitudinarias. Pronto estuvieron convencidos de que Perón iba a poner fin a la explotación del hombre por el hombre y de que la oligarquía y el imperialismo iban a ser puestos en la vereda con la construcción de una patria libre, justa y soberana.

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La agrupación no tenía nombre ni sede, pero ellos estaban decididos. El gallego Juan Carlos, de las FAR, ponía el dinero para pagar un alquiler. Con la garantía propietaria de su mamá, Claudio salió con Pastor a buscar un lugar en el que podría funcionar su Unidad Básica. Después de recorrer la zona del cementerio y la 72, se fueron para Los Hornos. El 18 de junio de 1973 encontraron un local a estrenar en 66 y 140 al lado de una cerrajería.

Bautizaron la Unidad Básica con el nombre de Juan Pablo Maestre, un militante de las FAR asesinado en 1971. Maestre y su pareja, Mirta Misetich, fueron secuestrados el 13 de julio de 1971. Gobernaba Lanusse. A él lo mataron el mismo día. Ella permanece desaparecida. Fue la primera operación en la que se recurrió a la metodología de terrorismo de Estado que la dictadura habría de utilizar sistemáticamente a partir de 1976, incluyendo la zona liberada.

Aquella misma noche en la que inauguraron su local, felices, salieron a pegar afiches de la Juventud Peronista (JP) y, casi sin dormir, volvieron al otro día con un tocadiscos en el que Hugo del Carril se cansó de cantar la marcha peronista. Tenían una alegría y un entusiasmo tremendos. Tanto que, sin tener cómo ir, comenzaron a invitar al barrio a movilizar a Ezeiza, apenas 24 horas después, para ir a recibir a Perón.

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No eran la única Unidad Básica en Los Hornos. La Evita, que los jóvenes militantes consideraban aliada, estaba en la 153, cerca de la fábrica de envasados Ripoll. Había otras dos: una en la 137 y la otra sobre la 66, a la altura de la ciento cuarenta y pico. Estaba a cargo de un tal Pulky Álvarez, enemigo declarado de la Tendencia Revolucionaria, a la que pertenecían las FAR, que pocos días antes se había fusionado con Montoneros.

El 20 de junio de 1973, al regresar perón al país, los 21 militantes y vecinos que habían salido de Los Hornos en un colectivo de la línea 506 quedaron en medio de la emboscada con la que la derecha peronista, desde el palco de honor, le puso límites a la avanzada de la izquierda. Fue la masacre de Ezeiza. Hubo 13 muertos y 356 heridos. Las balas silbaron por encima de la cabeza de los platenses.

El debut no podría haber sido peor: para el barrio, eran los que habían llevado a la gente a la matanza. Sin embargo, a los pocos días, varios vecinos de Los Hornos estaban ahí, en acción política.

La avenida 66 era de una sola mano y la única asfaltada. La 141 tenía solo dos cuadras con mejorado y el resto de las calles eran de tierra. La manzana en donde instalaron la Unidad Básica estaba casi toda poblada. Para el lado de la 60, la mayoría de los terrenos estaban ocupados con casas terminadas. Para el otro lado había mas baldíos, las casas eran mas modestas y algunas estaban sin terminar.
Una semana después de la inauguración, un albañil misionero que vivía con su hermana en una casa de madera de 68 y 142 les ofreció un espacio en una habitación que daba al frente. En apenas unos días, se instalaron en esa esquina de dos calles de tierra, más cercana al interior del barrio, lo que permitía a los vecinos pasar por el lugar mas de «entrecasa”, mientras que para ir a la de 66 tenían que ponerse «paquetes”.

En aquella Unidad Básica fue que se presentó López, que vivía en 140 y 69, delante de una quinta que ocupaba dos manzanas. Tenía 43 años.

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Los vecinos no elegían su participación por la identificación con las diferentes internas peronistas, sino por la cercanía que tenían de los locales. Así de sencillo fue como López eligió sumarse a la Juan Pablo Maestre.

El grupo fundacional adhería conscientemente y voluntariamente a la Juventud Peronista de las Regionales, que era conducida por las organizaciones político-militares FAR y Montoneros. En las marchas levantaban sus banderas, el local, estaba lleno de sus afiches y en sus discursos los militantes más conocidos eran reivindicados como «compañeros”. Sin embargo, López, que era un hombre parco, debutó ante el grupo diciendo: «Esos que gritan «˜Perón y Evita, Partido Socialista»™ no son peronistas”. Así fue como los chicos lo apodaron «Partido Socialista”.

Pese a la matanza, eran muchas las expectativas que generaba el regreso de Perón para los viejos peronistas como él, que no tenía ni teorías ni hacía análisis, sino que llevaba en las tripas hacia donde tenía que ir y cuáles eran sus enemigos.
Como López, muchos esperaban que el peronismo recuperara la argentina de la prosperidad. Y, aun con los errores que podían tener acompañaban a los jóvenes militantes que, con su generosidad, terminaban por contagiarles un compromiso que no se agotó con la asunción de perón a la presidencia, el 23 de septiembre de 1973, y tampoco con su muerte, el 1 de julio de 1974.

La unidad básica era inclusiva. En todo caso, eran los vecinos los que debían advertir que no estaban ideológicamente de acuerdo con los jóvenes que mantenían el lugar en plena actividad. Así como «Partido Socialista”, todos eran bienvenidos, incluso Manno, un viejo italiano que añoraba su juventud mussolineana y quería convertir el lugar en un «club d»™il Lavoro” fascista.

Con el tiempo, los vecinos que no se sentían identificados con las consignas de los jóvenes se alejaban. Con las limitaciones de alguien que trabaja y tiene que mantener a su familia, López se quedó en la Maestre.

Estaba admirado de las decisiones que tomaban los jóvenes, en especial las mujeres, a las que llegó a considerar como «chicas de oro”. A López lo conmovía el trabajo militante, que las pibas llevaran a los nenes del barrio a Mar del Plata «“a conocer el mar-, que fueran a la universidad en bicicleta para ahorrar una moneda que invertían en darle algo a los que mas necesitaban, la copa de leche.

Como muchos otros vecinos, advertía que aquellos jóvenes eran sinceros y sacrificados, que se jugaban enteros por sus ideas querían algo mejor para el pueblo.

La Unidad Básica era el corazón del barrio, el lugar de paso. Se podía consultar a un abogado, ver al médico, plantear problemas personales o, simplemente, pasar el día. Los militantes los recibían a todos y todos los días había gente reuniéndose, había actividades para los jóvenes, para los viejos, para los trabajadores, para los desocupados, para las mujeres y para los chicos, sobre todo para los chicos.

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Pronto, López fue el tipo que en el barrio iba siempre a dar una mano. Aunque nunca participó de una manifestación, colaboraba con lo suyo. Los domingos, que era su único día libre, llevaba a sus hijos a jugar al futbol infantil y los entusiasmaba con las carreras de embolsados que organizaba Enrique, un muchacho que andaba en sillas de ruedas y cuya militancia se limitaba estrictamente a lo deportivo, aunque su equipo, que se llamaba Estudiantes de Los Hornos, recorriera las diagonales cantando: «Â¡Maestre, Maestre; Perón, Perón o muerte!”.

Cuando la situación se puso más difícil y aparecieron la Concentración Universitaria Nacional (CNU), de ultraderecha, y la Alianza Anticomunista Argentina, más conocida como «Las tres A” o «La triple A”, participar se fue haciendo más difícil, peo López fue asumiendo una postura más cercana a Montoneros y se sumó a algunas actividades que en aquellos años podían ser muy peligrosas, como las actividades reivindicativas y propagandísticas. Empezó a considerarse un colaborador de Montoneros.”

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Organismos y organizaciones que integran la Multisectorial La Plata, Berisso y Ensenada convocan para el 18 de septiembre a una movilización desde Plaza Moreno, frente al Palacio Municipal, donde hace 10 años se realizó el juicio al genocida Osvaldo Etchecolatz.

Escuchar testimonio de Julio López acá

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