01/09/2016

En sus casa hay escrache

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En medio de la pelea para evitar la domiciliaria del chacal Miguel Etchecolatz, otro represor fue sorpendido de paseo por las calles. Luis Trillo, jefe de la Regional de Inteligencia de Buenos Aires (RIBA) durante el Terrorismo de Estado, violó el beneficio que tenía, justamente mientras se llevaban a cabo las audiencias en las que se investigan los secuestros de Patricia Roisinblit y José Manuel Perez Rojo, por los que está imputado. Gaspar Galazzi, el fotodocumentalista de Abuelas que lo escrachó, visitó el estudio Víctor Basterra de Radio La Retaguardia para charlar con Ángel Fernández Schejtman en su programa Paraguay Vive. Por La Retaguardia


Foto: Trillo cumplía su condena paseando al perro. Ahora volvió a prisión (Foto: Gaspar Galazzi-Fotosur)

La novela del pobre anciano inocente con un perro que tiene necesidades fisiológicas ineludibles finalizó cuando es captado por la cámara de Gaspar Galazzi: «Resulta que el genocida Luis Trillo violó su prisión domiciliaria paseando al perro; y no era un perrito cualquiera, sino uno de más de 40 kilos, con actitud mala. Complicado -expresó el fotógrafo-, ya que se trata de un genocida con este beneficio por problemas psiquiátricos, armado y peligroso», quien se paseaba libremente mientras es juzgado por los secuestros de Patricia Roisinblit y José Manuel Perez Rojo, en el juicio sobre la RIBA, a cargo del TOF Nº 5 de San Martín.

Las imágenes de Galazzi fueron contundentes: «Le revocaron la domiciliaria al genocida, lo mandaron a la cárcel, y cuando el abogado defensor preguntó si Trillo podía pasar por la casa a buscar una muda, el juez le niega esa posibilidad y dice que lo haga el abogado o algún colaborador de éste».

Galazzi es fotodocumentalista y militante político de Kolina, partido creado por Néstor Kirchner, bajo la actual conducción de Alicia Kirchner; realizó la guardia contra Trillo hasta escracharlo de paseo por encargo de Abuelas de Plaza de Mayo. Con referencia a los riesgos y repercusiones de tener en la mira a un represor, expresó: «La verdad es que los efectos que podían llegar a tener estas imágenes empecé a vislumbrarlos una vez que el juez ordenó la prisión hacia la cárcel; ni siquiera lo dejó pasar por su casa. Fue una secuencia de seis fotos, y estaba cumpliendo con una tarea que me encomendó Abuelas de Plaza de Mayo. Mi objetivo era muy claro y firme; podía ser algo peligroso y tomé los recaudos que pude para ello. Me la jugué y salió bien».

Una vez más se resalta que si no es desde los organismos, no se desbaratan las mentiras. Para quienes fueron juzgados por crímenes de lesa humanidad y gozan del beneficio de prisión domiciliaria debería haber algún tipo de auditoría que compruebe su cumplimiento. Hecho que no sólo no ocurrió, sino que «una vecina fue la que denunció a Abuelas, telefónicamente, que Trillo habitualmente paseaba al perro por las calles de este barrio semicerrado, con una sola entrada, salida, y con seguridad», dijo el fotógrafo.

Galazzi tuvo la fortuna de que la espera fuera corta: «Me encomiendan la tarea el día anterior y se resuelve durante la mañana, por la tarde (10/8) tomo la decisión de ir a buscar la foto sin haber planificado todos los recaudos, porque el lugar era medio cerrado, con una sola entrada y una salida. De hecho, en la primera fotografía, este tipo sale con la correa del perro en una mano, y en la otra el celular. ¿Con quién estaba hablando?, me imaginé que lo hacía con alguien de la puerta. Pero en los pocos segundos que pasaron desde la primera foto al salir de su casa, y la última al volver, lo pierdo de vista detrás de un árbol, junto a un tacho de basura. En ese momento, al comprobar las imágenes, lo registré mirándome», y en esos veinte segundos la llamada telefónica de Trillo adquirió otra posible explicación, por lo que Galazzi giró la cabeza «para ver si tenía a alguien detrás mío, o acercándose. Arranqué el auto y al pasar cerca del tacho, tampoco estaba allí, fue entonces que me preocupé, aceleré y me fui», expresó, al aclarar que aun en estas circuntancias tenía un respaldo: «Trabajo con una agencia fotográfica llamada Fotosur que también estaban pendientes de lo que estaba haciendo, además de Abuelas; no estaba solo. Algo de locura sí, boludeces no», graficó entre risas.

A otro día, a las 9 de la mañana, fue la audiencia: «Fui acreditado como prensa, y al finalizar los alegatos, el abogado de Abuelas -Alan Iud- presentó las fotos pidiendo la revocación de la domiciliaria porque fue violada. Allí comienza la historia, informan al juez que el fotógrafo está en la sala y me llaman a declarar. Las fotos fueron sorpresivas -explicó. En determinado momento el abogado de Trillo se puso medio tenso, cuestionando las imágenes, a mí, el lugar. Por suerte el archivo digital disipó toda duda, y esta vez, los jueces estuvieron bien».

«Con el milico mirándome»

Estar sentado ante el Tribunal, «y el milico mirándome, fue tenso. El juez comenzó diciendo que si no decía la verdad quedaría 10 años detenido; a mí se me pasó por la cabeza que el juez me metía preso y este hijo de yuta se iba a su casa. La situación la piloteé bien porque -por temas familiares- estoy acostumbrado a tratar con jueces».

Durante la audiencia, relató, «hubo dos momentos críticos en los que no mantuve la calma ante las preguntas del abogado de Trillo: uno fue cuando me preguntó si Abuelas me pagaba, le dije que no, pero quería una tapa de Página 12. No tuve la tapa pero sí una tercera página», comentó irónicamente. «La siguiente oportunidad fue cuando cuestionó el lugar y me preguntó si del otro lado del paredón estaba la autopista; yo no me acordaba, pero le dije que del otro lado del paredón está Chile, y el juez se enojó por lo inapropiado».

Finalmente, «luego de un cuarto intermedio de hora y media, los jueces volvieron con la decisión» y el genocida aguarda la sentencia en una cárcel común. «A Estela la pude ver el lunes posterior, con la presentación de unos libros de Abuelas, y nos dimos un lindo abracito, aunque no le gusta que la apretujen. Con Rosa Roisinblit -vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, y madre de Patricia-, el mismo día pudimos estar juntos, la llevé a su casa y tuve cincuenta minutos para mí solo y charlar de muchas cosas».

El después de la impunidad

Dos interrogantes: «Después de tantos años, no se quebró ninguno, ¿cómo es posible? -expresó Galazzi-. Nuestros servicios de inteligencia, o alguien, se debe estar ocupando de la posibilidad de que alguno de estos 500 en juicio confiesen». Por otro lado, «el oro nazi después de la 2ª Guerra Mundial quemaba las manos, nadie podía jactarse de tenerlo y lo escondía. Acá pasa lo contrario, salen como pavos reales diciendo ‘yo tengo la guita de la dictadura’; estas cosas empezaron a correr por mi cabeza respecto de lo contradictorio de nuestra sociedad. Tuve la oportunidad de hacerle unas fotos a Miguel Etchecolatz, durante el juicio por ´La Cacha’, va vestido como si fuese a un casamiento, ¿de dónde salen los fondos de la logística de todos estos sujetos, y cuál es la contención que tienen para que ninguno se haya quebrado. Ya son viejos, piden la domiciliaria para ver los juicios desde la casa», pero nunca entregaron el lugar a donde hay desaparecidos, o niños usurpados, «todos los nietos fueron encontrados sin ningún tipo de confesión», señaló.

Esto contradice la filosofía política que quiere imponer el macrismo sobre una reconciliación en la que -según su visión dosdemonista- no hubo Terrorismo de Estado a cargo de torturas, vejámenes, violaciones y asesinatos, sino ‘guerra sucia’ donde somos todos iguales. Filosofía que pretende quitar responsabilidades a los asesinos criminales que actuaron con el aval estatal. Lejos de constatar el cumplimiento de la prisión domiciliaria, el Estado interviene para dar apoyo a los genocidas y es la gente común quien tiene que involucrarse para exigir justicia o resultados razonables como cumplir con las condenas en cárcel común. Similar situación se vivió con Etchecolatz, cuando Virginia Creimer, perito forense, constató científicamente que su estado de salud y vulnerabilidad era un acting, por lo que le rechazaron un pedido anterior para volverse a casa, que no le impidió volver a la carga con un nuevo pedido que aún está por resolverse.

Mensaje final

«Estas cosas no son del pasado, son del presente; al no confesar, los crímenes los siguen cometidendo cada día que los desaparecidos siguen sin aparecer; cada día que los nietos siguen sin aparecer; hasta que no confiesen y den los datos que deben dar». Lo que ocurrió «tuvo mucha trascendencia. En el Facebook varias personas del barrio me escribieron diciendo que no sabían que Trillo vivía allí. Me interesaría que a través de este hecho, la gente tome conciencia y sepa a quién tienen de vecino, por conciencia social y por seguridad». No parecen ser pocos los motivos.



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