14/01/2006

«Busco un teatro vivo»

muscari.jpgAntes del reestreno de «Shangay», ANRed pudo dialogar en un bar con su autor, José María Muscari, alguien capaz de representar las más desbordadas y desbordantes situaciones en los contextos más raros, pero siempre escapándole a los rótulos y a las etiquetas. «No me banco las estructuras. Me nucleo con lo diverso y con lo ecléctico», afirma Muscari, quien también asegura que le gusta la idea de que en sus creaciones los personajes estén atravesados por la tragedia social. Además, confiesa que sus obras hablan de él. «Yo soy mi obra», remata el director.


Universos diferentes y paralelos son los que suele habitar José María Muscari, quien con tan solo 28 años lleva estrenadas más de 20 obras. «Creo que tengo una enfermedad que tiene que ver con la pulsión de hacer», dispara Muscari cuando se le pregunta sobre su incontinencia creativa que lo ha llevado a imaginar las más ingeniosas y recargadas puestas teatrales dentro y fuera del «under» porteño.

Sus ideas no responden a un patrón regulado y es evidente que sus obras se ven entrecruzadas por distintas pinceladas de realidad social que siempre se exponen todas juntas; no vaya a ser cuestión de que alguien se levante de la sala, sin antes haber sido «tocado». Es evidente que la propuesta de Muscari está construida para lidiar hasta con aquellos «muertos en vida» que impávidamente recorren las carteleras porteñas.

Por suerte, todavía, ese no es nuestro estado y por eso vamos a la búsqueda de este artista, a quien encontramos en la puerta del «Chacarerean» Teatro, lugar en donde dentro de un rato comenzará con los ensayos de «Shangay», obra que una vez más se repondrá después de una breve interrupción y que lo tiene como director y escritor, además de actor. «Hace un año y medio que la venimos haciendo, incluso casi muy a pesar nuestro», nos comenta el creador de «Mujeres de carne podrida» y «Pornografía emocional», ni bien se le menciona la inminencia del reestreno.

 ANRed: ¿Cuál es la clave del éxito de «Shangay» que parece no querer bajarse de la cartelera?

 José María Muscari: Es que habla de un tema muy universal, contado de una manera muy particular. El espectáculo aborda una problemática que nos toca a todos en algún momento. Que tiene que ver con el amor en su estado más puro, más allá de cual sea la sexualidad de la pareja central. Aborda la visión del amor desde diferentes opciones. Por un lado, la de la pareja gay que se está separando en ese restaurante. Por el otro, se encuentra la madre de uno de estos personajes que viene con su visión del fracaso del amor. Además, están las meseras que tienen esa sexualidad indefinida y que también están solas en la vida. Es como una explosión de soledad urbana.

 A: Que a su a vez es introducida dentro de la cultura oriental.

 JMM: Tal cual. Entra en juego un contexto que no es muy habitual como lo es la cultura oriental, la cena, el sushi, las noches temáticas. Esa cosa del snobismo y de que todo sea belleza y rareza pone un condimento muy raro, muy excéntrico a algo muy universal que en un punto nos representa.

 A: «Shangay» permanentemente interpela a los espectadores, éstos son parte de la obra, ¿qué buscás en esa interpelación?

 JMM: Busco un teatro vivo. Me interesa investigar sobre el vínculo del actor y el público. Creo que el teatro sucede allí en ese instante, en ese nexo que hay en el medio entre ellos. El teatro no es la obra, ni el texto, ni el actor, ni la mirada de quien lo está viendo. Es esa comunicación que fluye en el medio entre ese actor que da un mensaje y quien lo recibe. En ese intermedio es donde aparece el teatro y es donde yo intento poner más agudeza en mi búsqueda. Me parece que desde allí, pueden surgir diferentes opciones de anclar en ese espectador.

 A: Pero en este caso concreto, ¿qué perseguís con esa interpelación?

 JMM: La interpelación tiene que ver con que generalmente en el amor siempre hay un miedo al tercero; a que te engañen, a que otro guste de vos o que a vos te guste otro, entonces me parecía bueno en esa pareja de la obra que está lidiando con un amor que termina por meter a otro todo el tiempo, y ese otro, para mí, es el que está viendo la obra. Es como el tercero que completa ese triángulo amoroso, que a veces es representado por la madre, o por las meseras y también por el público.

 A: ¿Y qué importancia le das a ese público dentro del espectáculo?

 JMM: Es un condimento más de lo que está pasando. No es el espectador de la obra, sino esa gente que esta ahí presenciando una ruptura. Es como en un bar cuando uno ve que una pareja comienza a pelearse.

 A: ¿Y cómo responde el público ante lo que presencia en escena?

 JMM: De una manera muy particular. Por un lado, hay un público que se copa con el espectáculo. Y por otro, hay gente que no le gusta o que no se prende. Pero después, como la obra propone un planteo tan universal se termina identificando en algún punto. Y esa identificación permite que se abra un juego en donde estamos todos en lo mismo. Pero en general el espectador que viene a ver Shangay se sorprende, sobre todo por la puesta en escena y por la propuesta espacial que no es muy habitual. Pensá que en general uno entra al teatro y va con la idea de sentarse y mirar el escenario, y acá llegás y te sientan de una manera muy rara, y además, actúan al lado tuyo. En esa dinámica, el espectador encuentra un espacio de subyugación que nosotros como actores tratamos de disfrutarlo.

 A: Shangay trasciende a la temática gay de sus dos protagonistas, ¿creés que ese es uno de los elementos para que confluyan públicos tan heterogéneos?

 JMM: Totalmente, igual creo que el público es muy heterogéneo porque mis espectáculos lo son. Además, en el caso de Shangay, creo que repercute más en personas heterosexuales que en gays, dado que cuand ven el espectáculo dicen: ‘yo no soy así, ellos porque son gays’ y en esa descontractura que tienen, permite que finalmente se terminen incluyéndose peor que si se les mostrara un espejo más claro.

 A: ¿Y los gays qué dicen ante la visión que vos propones de ellos?

 JMM: La primera parte de la obra la disfrutan, pero luego se empiezan a poner incómodos o no le gusta. Mucha gente gay siente que se le devuelve una imagen muy distorsionada de si misma. Y yo, siendo gay, no le devuelvo una imagen a nadie. Juego con mi propia imagen ahí adentro en escena.

 A: ¿Te parece que el teatro le da cabida a las historias de gays y lesbianas?

 JMM: Me parece que dramaturgias que aborden lo gay en profundidad hay pocas, y menos si tiene que ver con lo mordaz, porque Shangay no es irónico, sino mordaz. Tiene una mirada muy impiadosa, pero no únicamente sobre lo gay, sino también sobre lo hetero. En síntesis, tiene una mirada impiadosa sobre el ser humano en general, sobre ese lugar tan patético y bello al que todos accedemos en los momentos de mayor dolor por el amor. Y en cuanto a lo específicamente gay es un condimento que vende y que está de moda. Entonces lo que sí existe en general es una mirada que lo retrata como una rareza. Lo gay es tomado para jugar con algo relacionado a lo artístico. Igualmente no estoy muy empapado con la cultura gay.

 A: ¿Por qué, no te interesa?

 JMM: No me interesa la cultura que es de algo en sí. Porque yo como director no me aguanto eso. Yo no soy un director de teatro comercial, ni del under. No dirijo comedias, ni dramas. No trabajo con actores conocidos, ni desconocidos. Me nucleo con lo diverso y con lo ecléctico y no con lo que es de algo. Lo que encuadra me empieza a encorsetar y no me banco las estructuras, dado que ya tengo las mías propias con las que tengo que lidiar en terapia.

 A: Al escaparle a los rótulos y a las etiquetas, ¿qué sentís cuando dicen: Muscari es un transgresor?

 JMM: Nada siento. Si pensara que soy un trasgresor sería un tarado. Además, en un mundo donde está todo trasgredido, qué sería transgredir. Por ahí, para algunos ir a ver «Electra shock» y que haya música electrónica es ser muy trasgresor…

 A: ¿Cuál es tu mirada hacia el teatro comercial, oficial?

 JMM: El teatro no depende del circuito donde esté hecho. Yo hice espectáculos de mierda en el teatro comercial y también de mierda en el «under». Y, a su vez, hay espectáculos que me encantaron tanto en el teatro comercial como en el under. Para mi un circuito u otro no beneficia ni damnifica la obra artística. Creo que dentro del circuito comercial u oficial en general los artistas trabajan de una determinada manera, que no es igual a la que trabajan algunos artistas del «under». Pero eso tiene que ver con los artistas y no con el mecanismo de producción.

 A: Tiene que ver más con la propuesta que con el lugar.

 JMM: Y como uno se toma esa propuesta, porque a mí me pueden traer la obra más profunda y trascendental dentro de un teatro «under» y con actores desconocidos, pero si yo me relaciono con eso como si fuera una frivolidad, va a ser más vacuo que una revista de Cherutti.

 A: Además, de la reposición de «Shangay», ¿qué estás preparando?

 JMM: En febrero se viene «Piel de chancho», que es la historia de tres mujeres, la abuela, la hija y la nieta. La abuela tuvo un accidente y tuvieron que cambiarle toda la piel porque la suya se está pudriendo, la hija que es una lesbiana reprimida que no quiere aceptar su sexualidad y la nieta que es una bulímica-anoréxica.

 A: No le falta nada.

 JMM: No le falta nada, y a la vez habla de algo muy universal como es la familia. Pero la disfuncional, que es la que se ve hoy en la Argentina.

 A: Toda una mirada social.

 JMM: Sí, me gusta la idea de las personas atravesadas por la tragedia social.

 A: ¿Y tú otra obra, también va a tener una mirada social?

 JMM: No tanto. «Sensibilidad», que se estrena en abril, tiene una mirada más antojadiza que social. Hasta casi bizarra de la salud pública en la Argentina. Trata de la invasión de la poliominitis en los años 50. Hay una pareja de franceses de la alta sociedad, una mina con su hijo paralítico que vive en una casilla y una madre con su hija que es prostituta. Además de los médicos y enfermeros.

 A: ¿Será una mirada piadosa o impiadosa sobre la salud pública?

 JMM: Es todo lo que a mí me pasó de chico en los hospitales acompañando a mi papá que tenía ulcera. De no tener obra social hasta el año pasado. De haber estado en pareja con un médico hasta el año pasado. Todo esto es como mi background sobre la medicina puesto allí. Va haber una visión bastante amplia sobre el lugar social del hospital público en la Argentina.

 A: ¿Por qué las obras de Muscari están constantemente atravesadas por diversos elementos?

 JMM: Principalmente porque soy una persona que me cuesta pensar en una sola cosa. Voy en el subte escuchando música, escribiendo, mirando a la gente, y además, pensando en la estación que debo bajarme, e intento que mis obras tengan esa misma dinámica que tengo yo. Trato que mis creaciones dialoguen conmigo mismo en un principio, para que después puedan dialogar con otro. Esta yuxtaposición de mis obras tiene que ver con que mi cabeza es un poco así y con la forma con que elijo vivir.

 A: Afuera de tus obras, ¿sos ese mismo de la representación?

 JMM: Yo soy mi obra. Ella habla de lo que a mí me pasa con el sexo, con el amor, con el dolor, con la familia, con la belleza y con la fealdad.

 A: Hace poco se cumplió un año de la Masacre de Cromañón. Vos indirectamente te viste afectado con las olas de clausuras, dado que no te permitieron estrenar «Electra shock» en un teatro por no cumplir con los requisitos de seguridad. ¿Cuál es tu lectura a la distancia?

 JMM: A la distancia lo vivo como lo que fue: una gran payasada ridícula. Fue por un lado una tragedia enorme para las victimas y por el otro lado, en cuanto a lo político, se hizo un circo al prohibir espectáculos, dado que no se puede comparar un teatro en el que entran 80 personas y en los cuales no se registran accidentes, con un recital en el que pueden asistir miles de personas. Trataron de arreglar algo que estaba mal de una manera muy rara.

 A: ¿No te parece que hubo un ensañamiento sobre los lugares alternativos?

 JMM: En principio, me parece que, en general, lo alternativo es alternativo porque no tiene posibilidad de no serlo. Entonces, con el que no tiene posibilidad de ser otra cosa es más fácil meterse. Como ejemplo, se pudo ver que cerraban un gran Shopping y a la media hora ya estaba abierto. Mientras un teatro independiente era cerrado por cuatro meses.

El tiempo de la entrevista se estaba acabando y Muscari debía comenzar con los ensayos de Shangay, al mismo tiempo que los gritos y los reproches de las personas que atendían el solitario bar en donde nos encontrábamos iban en aumento.

Casi quedábamos atrapados bajo la crisis de estos sujetos, al estilo de la obra de nuestro entrevistado, pero la verdad es que la escena no resultaba ni llamativa ni divertida. «Que bar de locos», fue la única exclamación que lanzó Muscari antes de irse. Indudablemente esto no era «Shangay».

Mariano Minasso



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