23/04/2018

Juicio a Ford – Roberto Cantello: «Les molestó que descubrí el daño que causaban a las personas»

La defensa siente que el testigo, a pura locuacidad, trastabilla. Perciben debilidad y avanzan. La tensión se filtra en los ánimos de los asistentes. Se sienten los rumores. «Si, como dice, existía un expediente tan completo de la Side sobre usted, ¿por qué cree que Ford dio la información para su secuestro?», pregunta uno de los abogados de la defensa. Roberto Cantello se acomoda en su silla con mucha presteza. Tiene ochenta años, muy bien llevados. Sin permitir que su rostro se haga cargo del momento, lanza: «Ford me mandó a detener, ¡eso está claro!». Concede palabras que la defensa anota y reserva para su alegato, pero luego también se planta: «Bueno, ellos me detuvieron con la credencial de Ford, la que dejé antes de retirarme junto a la caja de herramientas». Por Alejandro Jasinski.


La abogada del ex directivo y ex militar Héctor Sibila no se distrae: «¿Por qué querella contra Sibila, Müller y Rivero, si dice que apenas oyó hablar de ellos?». Los abogados acusadores interrumpen con prisa. «¡Pregunta improcedente, señor presidente!». Alegan que la causa se conforma por los hechos y no por los supuestos victimarios. Desde las Secretarías de Derechos Humanos de Nación y Provincia de Buenos Aires y el Ministerio Público Fiscal, apoyan la observación. El presidente del tribunal ordena –y ruega- al testigo para que no hable antes de decidir sobre el asunto.

El embate continúa. El abogado del ex directivo de Ford, Héctor Sibila, insiste: «El testigo no contestó mi pregunta, ya dos veces». Otro abogado, uno de los dos que representan al ex directivo Pedro Müller, ataca otro flanco: «La otra empresa en la que trabajaba cuando lo secuestran, ¿también conocía sus datos, verdad?» Antes, Cantello le pide que se presente. Lo saluda cordialmente. Solicita en varias ocasiones que le repitan la pregunta: «Perdí el ochenta por ciento de mi oído izquierdo», había explicado al comienzo. Le piden también que recuerde si existían diferencias entre los veinticinco delegados secuestrados y los más de ochenta restantes que no fueron víctimas directas de la represión: «No lo sé», responde y recupera un poco de aliento.

Pero todavía no termina. Último intento. Ya en retroceso y con cierta desazón que se esmera en no enseñar, la abogada de Sibila pregunta: «¿En su taller empleaba las mismas medidas de seguridad que Ford?» «¿Cómo eran las medidas de seguridad en otras automotrices?» Cantello sale del rincón. Es lo que más conoce y se explaya durante diez minutos, no sin antes advertir que sólo conoce de Ford y de su taller, el que abrió luego de recuperar la libertad. Detalla las tareas y describe los elementos de protección. Aburre a los jueces. Sus compañeros de ruta lo escuchan con atención, sentados atrás suyo. «Estuvo muy bien», comentaron luego, y le restaron importancia al traspié de la memoria que dio origen al tenso momento: «La reunión en Casa de Gobierno de la que habló fue cuando asumió Alfonsín, no antes como dijo, pero en lo demás estuvo impecable».

Así trasncurrió una nueva audiencia del «Juicio a Ford», en la que declaró una nueva víctima de la represión estatal-empresarial que tuvo lugar durante el Terrorismo de Estado en Argentina. En la sala del Tribunal Oral Federal N°1 de San Martín, estaban presentes ex trabajadores de Ford, víctimas y familiares de la Comisión por la Memoria Zona Norte, investigadores y periodistas especialistas en temas de represión y empresas, miembros del Programa Verdad y Justicia y representantes de sindicatos como la Federación Gráfica Bonaerense (CGT), el Sindicato Argentino del Cuero, la CTA Ciudad de Buenos Aires y la Unión de Trabajadores de la Educación, entre otros.

A los trabajadores, salud

Roberto Cantello, «El Cura», como le dicen, ingresó a la Ford en diciembre de 1970. Luego de aprobar los habituales exámenes prácticos, lo mandaron a la planta de Estampado, al subsector de Subarmado donde hacían las cajas de camioneta. Ello no ocurrió sin que antes le realizaran un exámen ideológico en la oficina de Personal: «¿Qué sistema le conviene más al país, el comunista o el democrático?», le preguntaron, en plena dictadura de Levingston.

Los problemas de salubridad y seguridad en el trabajo los sufrió Cantello en primera persona, y a poco de empezar sus tareas como obrero de la automotriz. Gran parte de su testimonio estuvo abocada a describir estos problemas, porque fueron además los que dispararon entonces su interés por saltar a la función gremial, como delegado: «Me propuse por un ideal, para favorecer a mis compañeros en todo lo que hace a la salud, seguridad y salubridad», explicó.

Ex trabajadores de Ford – Foto: Lucrecia Da Representacao

Como delegado de su sector, elegido por treinta y cinco compañeros, y como secretario de actas de la comisión, Cantello se transformó en un problema para la empresa: «Les molestó que descubrí un delito que estaban causando a las personas», explicó. Cantello contó que entonces dio con unos informes del Ministerio de Salud Pública, que le permitieron entender los graves daños a la salud que producían la soldadura eléctrica, el plomo que volaba en el galpón por los cortes y pulidos y el ensordecedor ruido de pulidores automáticos y los caballetes, mesas de trabajo donde se armaban piezas. Recordó los análisis mensuales que la empresa les mandaba a hacer, los de toxicología en el Hospital Fernández y los que se hizo en la Facultad de Farmacia, «el único lugar donde te hacían el estudio integral».

«El plomo no se va más de la sangre, puede disminuir, pero no se va más», explicó y recordó además que un grupo de compañeros entonces presentó una propuesta a la empresa para reemplazar el estaño en la producción, con estudio de costos incluido, el que fue parcialmente aceptado, previo despido de los trabajadores. Carraspera, insomnio, «fiebre del soldador», cambios de humor, impotencia sexual, enlistó Cantello las enfermedades del operario mecánico. «Puede generar molestia pero no son dañinos», respondían en la empresa.

«Yo me fui porque estaba cansado de la Ford, que no escuchaba a nadie, me fui como obrero, no como delegado», contó Cantello. Fueron cinco años de trabajo, hasta diciembre de 1975, cuando aceptó un retiro voluntario, pero no con indemnizaciones por su función gremial. Tampoco había aceptado los sobornos que le ofrecía la empresa para dejar la fábrica o para firmar acusaciones contra compañeros de trabajo por «extremismo» o por «estar en la joda», como se decía. Consiguió rápido un trabajo en una fábrica en la Capital Federal, gracias a un vecino que era Gerente de Producción.

¡Ahhh, de la Ford!

Cantello estaba acostado en su cama, el 28 de marzo de 1976, a pocos días de producido el Golpe. Su esposa entró al cuarto y le avisó que lo buscaban tres personas de civil que decían venir de Coordinación Federal. Se levantó y se acercó a la puerta. No lo golpearon, no le mostraron armas, no lo insultaron. Simplemente, le mostraron la credencial que usaba cuando trabajaba en la Ford, apenas unos meses atrás: «¿Este es usted?», preguntaron. «Nos tiene que acompañar a Campo de Mayo». Lo subieron a un Ford Falcón rural. Sus hijos, de siete y cinco años, lloraban. Un helicóptero sobrevolaba el área.

Su primer destino fue la comisaría de Maschwitz. Antes de llegar, levantaron a Rubén Manzano, también delegado de la Ford, a quien no veía desde que había renunciado. «Están levantando a los delegados», le dijo despues de saludarse. Luego los esposaron y les taparon las cabezas. Cuando se sacó la venda, ya estaba en la comisaría, aunque recién lo supo cuando se encontró con «Tortuga Sánchez», a quien también habían secuestrado. Recordó que además estaba allí Juan Carlos Amoroso, otro compañero. «Nos hicieron hasta un asado», contó Cantello. En aquella comisaría, no hubo malos tratos con ellos: «No pasa nada con ustedes, no son subversivos», les dijeron.

Los abogados de la querella y Roberto Cantello. Foto: Lucrecia Da Representacao

Después de Maschwitz, donde estuvieron unos diez días incomunicados, sin derecho a defensa, sin documentación y sin conocer los motivos de su detención, es decir, desaparecidos, vino la comisaría de Tigre. Allí la cosa cambió. «Escuchábamos gritos», recordó, en alusión a las torturas recibidas por un obrero de la fábrica Terrabusi. Las condiciones de prisión eran inhumanas. «Allá me dio un feróz cólico renal», dijo y agregó que lo atendieron con medicamentos. Luego, sorprendió a la audiencia con una anécdota contada con visible sarcasmo: «Se sorprendieron que trabajaba entonces en otra fábrica y me preguntaron dónde trabajaba antes. ’En Ford’, respondí. ’¡Ahhh!’, dijeron».

A Tigre le siguieron los penales de Devoto, primero, y luego La Plata. En el primero, pudo leer un expediente donde decía que estaba preso por presunta vinculación con la organización armada Montoneros. «¿Y tenías participación en alguna organización?», preguntaron desde la querella. «No, ninguna», respondió Cantello. El presidente del tribunal quiso saber cómo había visto el expediente: «Nos pararon contra una pared, uno al lado del otro, y teníamos todos unas carpetas abiertas adelante nuestro, y alcancé a leer que decía eso», respondió Cantello.

Luego de unos meses, fue llevado a La Plata donde pudo ver volver a ver a su familia. Recordó la humillación que sufrieron su esposa e hijos durante la espera y las revisaciones a las que se tenían que someter para ingresar al penal. Cantello recreó en ese momento el reencuentro con su hijo, de quien recuerda que, una vez en libertad, le dijo que quería que lo llevaran preso para saber cómo la había pasado su papá. «Ocho años tenía», recordó conmovido Cantello. Luego se dirigó a los jueces: «Mi familia la pasó mal, afectiva y económicamente».

Fuente: http://empresasydelitosdelesa.blogspot.com.ar



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