07/12/2007

Juicio a Febres: «Éramos mano de obra esclava»

esclavos-2.jpgEn el juicio que se lleva adelante contra el ex prefecto Héctor Antonio Febres, una y otra vez, se denunció que los detenidos- desaparecidos que pasaron por la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA) fueron utilizados como mano de obra esclava. Sin embargo, el represor tampoco será juzgado por este delito.


El secuestro, la tortura, la desaparición el robo, la apropiación de niños y la reducción a servidumbre fueron moneda común en el campo de exterminio que funcionó en la Escuela de Mecánica de la Armada. En las audiencias del juicio contra el represor Héctor Febres, los sobrevivientes narraron cómo fueron empleados para los proyectos de la Marina como mano de obra esclava.

Pasar a ser un «esclavo» en la ESMA estaba enmarcado con el ingreso en el «proceso de recuperación» pergeñado por los marinos. «Unos pocos detenidos fuimos elegidos por nuestros torturadores como objetos para un experimento psiconaval: el proceso de recuperación. Los milicos decían que querían recuperarnos para los valores occidentales y cristianos», explica Graciela Daleo. La ex detenida-desaparecida resume: «El proceso de recuperación no era otra cosa que «la versión marina del lavado de cerebro».

«Recuperarse» para los marinos involucraba que los detenidos-desaparecidos aceptaran realizar los trabajos que ellos les ordenaban. «Si quería recuperarme, tenía que hacerlo con un trabajo de oficina. Tenía que traducir un documento sobre la formación de las organizaciones armadas en la Argentina al alemán», explicó la sobreviviente Adriana Marcus. Pero también, involucraba un plan más integral. «Convertir al prisionero en una máquina de pensar boludeces y recuperarlo para el sistema», explicó el propósito de la «recuperación» en una de las audiencias Víctor Basterra.

«El proceso de recuperación no se entiende si no se lo complementa con el tema de la simulación. Por eso, era tan importante para nosotros estar atentos a los signos que se suponían podían dar indicios de que nos estábamos recuperando», sintetiza Daleo. «Que las mujeres nos preocupáramos de nuestro aspecto personal era un indicio de que te estabas recuperando. Porque los milicos partían del presupuesto de que las mujeres militábamos porque éramos feas y los tipos no nos daban bola», ejemplifica. Además, dado el papel predominante que se le da en el «Occidente cristiano» a la familia, para los militares era imprescindible ver cómo reaccionaban los militantes en el afuera del campo de concentración. «El hecho de que cuando me llevaban a una visita familiar no les ladrara a mis padres era señal de que estaba siendo recuperada», agrega Daleo.

A la «recuperación» implementada por los represores, los detenidos le oponían la simulación y la resistencia. «Esa tarea de mano de obra esclava me dio la posibilidad de guardar las fotos de los represores. Los tipos me pedían cuatro fotos y yo, en vez, sacaba cinco. Las primeras fotos las retiré de la ESMA con mucho temor en mis genitales. Saqué más fotos hasta lograr el rostro de casi 80 represores, que formaban un cuerpo especial para delinquir, para secuestrar y para desaparecer», detalla Baterra Por su parte, Carlos Lordkipanidse sentencia: «Es ridículo el planteo de que alguien tuviera que recuperarse aceptando la tortura, la desaparición, la masacre, el arrojar cuerpos vivos al mar o la apropiación de bebés».

Mano de obra esclava

Los marinos habían diseñado un plan para la utilización de las capacidades de los detenidos. Unos pocos de los 5000 detenidos-desaparecidos que pasaron por la ESMA fueron escogidos y divididos en sectores, el staff y la perrada. Quienes habían sido asignados al staff debían realizar tareas más del tipo «intelectual» y los que estaban en la perrada debían efectuar trabajos de remodelación y mantenimiento del campo de concentración, tal como explican en el libro Ese infierno. La inclusión de un detenido en cada área se realizaba de acuerdo a sus conocimientos y el objetivo que se buscaba era emplear las habilidades de los militantes para cumplir con los proyectos de la Marina: ya sea limpiar la imagen de la Argentina en el exterior o potenciar los anhelos presidencialistas del almirante Emilio Eduardo Massera.

«Estuve prácticamente siete meses en la capucha. Después, por mi condición de gráfico, me bajaron al sótano. Fui llevado allí a trabajar como mano de obra esclava. Ahí fue donde conocí a Carlos Lordkipanidse, que fue uno de los que pidió por mí», recordó Víctor Basterra. Por su parte, Lordkipanise relata: «Antes de caer me dedicaba a la foto reproducción o fotocromía. Eso me hace, desde lo técnico, un posible falsificador de cualquier cosa que fuese papel. Eso era lo que los marinos querían de mí». Además, agrega: «Al muy poco tiempo de estar detenido, me llevan a cuarto de interrogatorios, me sacan apenas la capucha y me ponen por debajo un papel- que era la contratapa del pasaporte uruguayo-. Me preguntan si yo podía hacer eso. Yo me niego a hacerlo durante un montón de tiempo. Lo hacía porque sabía que estos tipos querían falsificar algo y me querían usar a mí, hasta que un día que estaba en «Capucha» me habla uno de los prisioneros que estaba hacía más tiempo que yo. Me dice: `Flaco, acá la única manera que tenés de sobrevivir es haciendo un laburo. Agarrá el tema de lo del pasaporte, que tenés una posibilidad de salir: vos y tu mujer’ «.

Al respecto, Enrique Fukman afirmó en una de las audiencias: «No había ninguna garantía de sobrevida. Pasar a ser un esclavo significaba que tenías una pequeña garantía más. Pero la única garantía era cuando te liberaban». Elisa Tokar asimismo confirmó: «Al hacer el trabajo que proponían, vos no sabías cuál era el destino. No te firmaban una planilla de vida».

Por su parte, Graciela Daleo recuerda que fue el mismísimo Héctor Febres quien le informó que iba a comenzar a trabajar como dactilógrafa dentro del centro clandestino de detención. «Una madrugada me sacaron de la cucha, me llevaron a la pecera y ahí me dijeron que pasara a máquina un trabajo que había hecho otro prisionero sobre la batalla de Verdún para que el hermano de Jorge «Tigre» Acosta pudiera aprobar su curso en la Escuela de Guerra. Esa fue la primera tarea que yo desarrollé. No me preguntaron querés hacerlo o no».

Una situación al igual de aberrante recordó en su declaración Carlos García: «Me llevaron al sótano a trabajar con lo que ellos llamaban la perrada. Se empezó a hacer la huevera. Trabajábamos con sierras- pero con esposas y grilletes. Éramos mano de obra esclava»

En contraposición al sometimiento que les imponían los marinos, infinitas fueron las pequeñas resistencias de los detenidos dentro de la ESMA. «Yo sacaba las carpetas de los casos 1000 (con datos de los futuros secuestros de la Marina) dobladas adentro de mis botas», relató Andrea Bello en el juicio. Así era como los marinos pensaban «recuperar» a los militantes a los que habían secuestrado y torturado. Pero no lo lograron. El compromiso se mantenía intacto a pesar del plan genocida: «Tuvieron muy poco éxito. Los sobrevivientes hemos dado muestra de nuestra dignidad», se enorgullece Basterra

«Salvar la mayor cantidad de vidas»

«La resistencia a la dictadura seguía adentro de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA)», se enorgullece el sobreviviente Carlos Lordkipanidse, quien estuvo secuestrado en ese centro de detención clandestino desde noviembre de 1978 hasta mediados de 1981. Frente a la «recuperación» impuesta por los marinos, los detenidos oponían sus ideales, de los cuales sus captores los querían «recuperar».

La militancia dentro de la ESMA- para Lordkipanidse- tuvo como característica principal el tratar de que sobrevivieran la mayor parte de los detenidos que se encontraban alojados en el sector denominado «Capucha», ubicado en el tercer piso del edificio donde funcionaba el campo de concentración de la Marina.

«Cuando a mi me bajan al sótano del Casino de Oficiales, para trabajar en el laboratorio fotográfico, me encuentro con un matrimonio. El compañero me pide que me siente, que mientras disimulábamos con un tablero de ajedrez, quería hablar conmigo. Me dice que la única resistencia que podíamos oponer a los marinos era salvar la mayor cantidad de vidas posibles, haciendo que bajen los compañeros a trabajar».

Lordkipanidse confiesa: «A mi me tocó ser el que hacía la Lista de Schindler, más o menos. Yo era el vocero de los que querían bajar y los proponía». Recuerda especialmente que él insistía en que sacaran de «Capucha» a un compañero de militancia, Mario «Cachito» Fukman, argumentando que era un excelente organizador. En una oportunidad, el prefecto Héctor Febres, lo silenció con una propuesta siniestra: «Dale, si es tan bueno que baje él y subí vos».

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Convicción: La trinchera de Massera

Convicción salió a las calles en pleno invierno de 1978. Los rumores de que era propiedad de Emilio Eduardo Massera resonaban por todos lados. Aunque la ambigüedad que le daba origen era un ejemplo claro de las contradicciones que acosaban al marino: la dirección del medio se la había dejado a un hombre de su entera confianza, Hugo Ezequiel Lezama, pero también había permitido la introducción en la redacción de periodistas allegados al marxismo.

Susana Carnevale, en su libro La Patria Periodística sostiene: «La redacción era un virtual parlamento, el número de bancas ocupadas por la derecha estaba en franca minoría con el centro izquierda y la izquierda». Cosas inexplicables salían publicadas en Convicción. En un momento se defendió la invasión de Afganistán en manos de la Unión Soviética.En otro momento, se publicó en la contratapa una nota que recordaba el asesinato de León Trotsky.

Según el periodista Ernesto Schoó, el diario de Massera funcionaba como un submundo dentro de la Argentina, en la que cualquier cuota de crítica se pagaba con la vida. «Convicción fue el único órgano en el cual haya trabajado donde jamás me han dicho: `No menciones esto, no hables de aquello’. En los demás medios, al menos, en alguna oportunidad me lo dijeron».

Aunque algunos periodistas que conformaron la redacción del diario masserista niegan la existencia de ciertas imposiciones en las notas, la verdad era que el matutino existía para ayudar al «Almirante Cero» en sus planes políticos. Desde allí, se generó una guerra contra todos aquellos que molestaran al marino.

Como afirma Claudio Uriarte en el libro Claudio Uriarte El almirante Cero, Massera y Lezama aprovechaban las hojas de la publicación para lanzar feroces ataques a la presión estadounidense por la cuestión de los Derechos Humanos y, en el plano local, se dedicaban a criticar al ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz. Quien también fue objeto de sangrientas críticas fue nada menos que el dictador Jorge Rafael Videla. El objetivo que buscaban Massera y Lezama con la publicación de artículos contrarios a quien era el comandante en Jefe del Ejército no eran más que el reflejo de los enfrentamientos que existían entre ese arma y la Marina. Además, buscaban situar a Videla en el rol del hazmerreír de los militares «duros», como Carlos Guillermo Suárez Mason ,el coronel Ramón Camps, Ibérico Saint Jean y el coronel Roberto Roualdés, con quienes Massera parecía congeniar.

Otra víctima del periódico y del grupo de tareas de «Cero» fue el entonces embajador argentino en Venezuela, Héctor Hidalgo Solá. Finalmente, otro de los atacados sistemáticamente por Convicción fue el presidente norteamericano James Carter, justamente por su pretendida política de respeto a los Derechos Humanos. «Massera expresaba en esto la opinión militar promedio, el tradicional antinorteamericanismo argentino y el delirio paranoico de muchos que en la época creían que la administración Carter estaba infiltrada por comunistas», escribió Uriarte.

El personal de Convicción

Aunque parecería ser que la mano de obra en el proyecto mediático de Massera era asalariada; el almirante no dejaba de ver al diario como un posible ámbito para «recuperar» a quienes estaban detenidos ilegalmente en la ESMA, recuperación que era sinónimo de reducción a servidumbre de los secuestrados.

Carlos García quien había sido secuestrado un año antes de que se abriera Convicción, había sido obligado a trabajar en el sótano de la Escuela de Mecánica durante un largo tiempo. Hasta que un día lo llevaron junto a otros dos detenidos a una imprenta situada en la calle Hornos del barrio de Constitución. En el juicio que se está siguiendo contra el ex prefecto Héctor Antonio Febres, García recordó al «Gordo Selva» como uno de los encargados de conducirlos hasta los talleres. «Éramos Alfredo Margari, Daniel Lastra y yo.», recordó el sobreviviente en un artículo publicado en 1997 por La Maga.

«Estuve en rotativa junto con Margari. Lastra estaba en películas, armado. Después, trabajé en diagramación», relató García para dejar bien en claro que la utilización de los presos como mano de obra esclava, la desaparición de los militantes secuestrados en la ESMA y los planes políticos de Massera iban todos unidos.

En el juicio contra Febres, Carlos García- uno de los querellantes recordó que «Selva» los llevó a él y a Margari y los presentó ante un comisaría, diciéndoles que iban a trabajar en el diario Convicción. «Todos los días nos llevaban de la ESMA a Apus Gráfica. Trabajábamos ahí imprimiendo el diario. Y después nos llevaban al Edificio Libertad a hacer toda falsificación de documentos». Además, debieron cumplir funciones en la misma imprenta de la Escuela de Mecánica. «Imprimimos el Informe Cero en la imprenta de la ESMA, que era un informe que iba hacia el exterior. También, un dossier que era para el Centro Piloto de París», recordó García.

El sobreviviente narró una anécdota sobre su doble condición de trabajador y la de detenido ilegal en manos de la Armada. Tanto él como los otros dos secuestrados debían aparentar en su lugar de trabajo que no pasaba nada, que no eran desaparecidos. «Una vez nos olvidamos una plancha del pasaporte uruguayo y como en la imprenta de la Marina trabajaba personal civil, como castigo no nos dejaron salir por dos o tres días. Cuando nos llevan de nuevo a Apus Gráfica nos querían suspender.»



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