24/02/2003

¿Soja solidaria?

El mito de la Argentina «granero del mundo» hoy se estrella con el fantasma del hambre instalado en el país. La iniciativa de la «soja solidaria» como solución de este problema, genera una cantidad de cuestionamientos que desnudan la trama urdida desde el poder económico para afianzar el modelo productivo, combinado con el control social.


La soja solidaria, como por arte de magia, comenzó a llegar a los barrios más humildes a través de una creciente red de solidaridad. La propuesta generada por la AAPRESID (Asociación Argentina de Productores de Siembra Directa) fue tomada por innumerables grupos de trabajo y tomó forma concreta en cursos de capacitación para el procesamiento de los porotos de soja y su utilización como sustituto de otros alimentos básicos (leche, carne, harina); también en el montaje de infraestructura para el procesamiento de la legumbre y en la distribución efectiva de la misma.
Pero si ya en algún momento la producción de soja había despertado la crítica de sectores ambientalistas y agrarios por su carácter de transgénico (Organismo Genéticamente Modificado – OGM), la polémica ahora se generalizó ante su llegada al consumo masivo como única opción.

Soja ¿como la carne?

Una de las principales observaciones que se hace es su valor nutritivo. Contrarrestando la imagen de alimento casi milagroso por su contenido en proteínas y demás nutrientes, los especialistas señalan que esto es relativo. Por ejemplo, el contenido difundido de 36 g. de proteínas por cada 100 g. es para el poroto crudo. Como el mismo se utiliza remojado y cocido, aumentando su volúmen, el contenido de proteínas queda reducido a 9 g. Por otro lado contiene sustancias (fitatos) que inhiben la absorción del hierro y el zinc y presenta dificultades para su digestión, ya que es un alimento extraño para nuestra cultura alimentaria (a la que nuestro cuerpo no está habituado). Hay que tener en cuenta en este aspecto que en los lugares originarios de este cultivo (Japón, China, Indochina), se procesa mediante técnicas de fermentación que favorecen su digestión. También señalan particularmente los especialistas que el jugo extraído del poroto no debe denominarse como «leche» (ya que no no puede sustituir a este alimento) y que la soja no es recomendable para niños menores de 5 años, y especialmente para los menores de dos años).
En este sentido se pronunciaron en julio del presente año los participantes del Foro para un Plan de Alimentación y Nutrición que a partir de la convocatoria del gobierno nacional reunió a especialistas de distintas instituciones (entre ellas FAO; UNICEF; Universidades Nacionales; Poder Legislativo; Ministerios de Salud; Ministerio de Desarrollo Social; Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología, entre otros).

Transgénicos, futuro incierto

El segundo gran cuestionamiento que se hace es el carácter de Organismo Genéticamente Modificado (OGM) de la soja. Este tipo de procedimientos (la modificación genética), se viene experimentando desde hace varios años como método para aumentar el rendimiento de los cultivos. Pero no se tiene en cuenta o se evita mencionar las consecuencias ecológicas y económicas de su uso.
En el caso de la soja que se cultiva mayoritariamente en Argentina, es del tipo «RR» (Round up Ready), en la que fue introducido un gen que resiste al herbicida de marca Round Up (glifosato). El herbicida glifosato es utilizado para limpiar el terreno para el posterior cultivo de la soja, y la modificación genética se realiza para que el mismo no la afecte. Pero por una parte no se sabe cual es la incidencia real del veneno en el trayecto posterior del alimento (incluido una vez consumido); y tampoco está plenamente establecido cual puede ser el resultado de modificación genética en el medio ambiente en general así como en el organismo humano. Este último punto es el argumento fundamental de los ambientalistas para cuestionar el método de la modificación genética en su conjunto (en cualquier tipo de organismos).

Cosecharás tu siembra

Finalmente, se señala que tanto la introducción de esta tecnología como la difusión distorsionada de sus propiedades alimentarias, y la iniciativa de su distribución «solidaria», se enmarcan en la implementación de un modelo productivo para el campo acorde con la configuración económica del país.
Tanto las semillas transgénicas como la tecnología necesaria para el cultivo son propiedad de una gran empresa transnacional Monsanto y es necesario pagar por su uso.
A su vez, la soja, que en su mayoría se exporta para el consumo animal, ha pasado a ocupar la mayoría de la superficie cultivable del país, desplazando a otros cultivos tradicionales que abastecían al mercado interno (maíz, trigo, legumbres). De esta manera la Argentina está en vías de transformarse en un país con un monocultivo (la soja) destinado a la exportación, con un déficit de alimentos para el mercado interno.
El modelo de cultivo de la soja implica grandes extensiones de campo con mucha tecnología y poca mano de obra. Así se expulsa del campo tanto a los trabajadores rurales como a los pequeños propietarios y transforma por su explotación irracional, un recurso renovable como la tierra en un recurso degradado, de difícil recuperación.
Del análisis de esta situación se puede sacar como conclusión que la acción cotidiana de solidaridad y trabajo político en los barrios es también un terreno de disputa no solo material sino también cultural y de sentido. Frente a un modelo de solidaridad que impulsa una cultura alimentaria basada en un solo producto, funcional a un modelo productivo basado en el monocultivo; es necesario oponerle un modelo que haga hincapié en la diversidad cultural y alimentaria, que vincule la soberanía alimentaria a la autonomía política.



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