13/01/2018

Cisjordania: la resistencia, un asunto de mujeres

6688920171226052766889.jpgEn 2009, un grupo de madres pertenecientes a una misma familia lanzó un movimiento de contestación no-violenta en el pueblo de Nabi Saleh, al norte de Ramala. Seis años más tarde, una de ellas era herida por una bala durante una manifestación. Con la esperanza de ver a sus hijos crecer en una sociedad en paz, estas mujeres continúan luchando por sus derechos y los de la sociedad palestina. Por Paul Lorgerie.


«Ellos me llaman el diablo palestino». El diablo, o más bien la diablesa, ya que esa palabra se refiere a una mujer llamada Manal Tamimi. A ella le hace gracia este apodo. De hecho, la enorgullece. Con «ellos» se refiere a los soldados del Ejército israelí, que dispararon a su pierna una semana antes de nuestra llegada. Desde 2009, Manal los desafía todas las semanas en su pueblo, Nabi Saleh, al noroeste de Ramala. Cada viernes, tras el rezo, se celebra una manifestación sin armas, en cuya primera línea se ve las mujeres de una misma familia: «El ama de casa es la luz del techo de la familia palestina. Si la luz es débil, se reflejará sobre la familia entera. Si es fuerte, la familia será fuerte. Esta es la razón por la que las mujeres están en la primera línea de estas manifestaciones. Sin mujer, la sociedad palestina no está totalmente representada. La mujer no es una víctima, sino el personaje más fuerte en este combate», prosigue Manal.

En Nabi Saleh, no son los hombres los objetivos de los ataques. Al contrario de lo que se percibe en la esfera mediática, las madres de familia toman el paso a los representantes del patriarcado palestino. «Yo soy el primero que la apoya en esta batalla», confirma Bilal Tamimi, el marido de Manal. Frente a las imágenes de masculinismo guerrero, las que son relegadas como sexo débil llevan a veces las riendas. Un militantismo en femenino que no data precisamente de ayer -la emergencia de las movilizaciones femeninas en Palestina coincide con el nacimiento de la cuestión palestina-. Las primeras movilizaciones de mujeres de las que tenemos noticias se produjeron bajo el mandato británico (1917-1948): fue en 1938 cuando las mujeres del pueblo de Baqa Al-Gharbiyeh, cerca de la ciudad de Haifa, salieron a manifestarse para que sus maridos e hijos fueran liberados, lo que terminaron consiguiendo.

Además, una de las figuras emblemáticas de la historia de la resistencia popular palestina es Leila Khaled. Afiliada desde muy joven al Frente Popular de la Liberación de Palestina (FPLP), organización cuyo sector armado es calificado de terrorista por el ocupante, adquirió fama por secuestrar aviones entre 1969 y 1970. Hoy en día, un segmento del muro levantado por Israel en Belén tiene pintado su retrato.

A pocos cientos de metros de la casa de Manal vive Bushra Tamimi, su prima. Bushra constata tranquilamente: «Lamentarse frente a la tele todo el día no es aceptable. La lucha es la única elección que se nos ofrece, igual que a nuestros hijos. No estamos en un supermercado donde poder elegir». Es una opción que se impone al conjunto de la familia. Las mujeres de la familia Tamimi se alzaron contra el Estado israelí cuando los colonos comenzaron a apoderarse de olivares a través de la llamada «ley de los tres años», que legalizó la colectivización, es decir, la colonización, de una tierra si no ha sido cultivada desde hace tres años: una asfixia económica que impide a los habitantes tener acceso a sus propios medios de subsistencia.

El cultivo de olivos representa, en efecto, el 25% de la renta de tierra en los territorios palestinos ocupados. Esta colonización ha sido condenada por la IV Convención de Ginebra de 1949, y su ilegalidad enunciada por la Resolución 446 de Naciones Unidas, que declaró que «la política y las prácticas de Israel de crear asentamientos en los territorios palestinos y otros territorios árabes ocupados desde 1967 no tienen validez legal y constituyen un serio obstáculo para el logro de una paz completa, justa y duradera en el Oriente Medio».

Ningún tratamiento especial

Pero la resistencia tiene un coste. Si los hombres representan el 99% de los detenidos y el 94% de los mártires desde el año 2000, las mujeres tampoco se han librado. Nariman Tamimi, una prima de Manal, ya no recuerda cuántas veces ha sido blanco del Ejército israelí. Manal, tumbada en el sofá mientras hablamos, fue herida en la pierna izquierda en abril de 2015, una parte del cuerpo a la que frecuentemente suelen apuntar los soldados israelíes, con el objetivo de paralizar y neutralizar al activista, al menos por un tiempo. Las tres han sido arrestadas en múltiples ocasiones. La última vez le tocó a Manal, el 8 de marzo de 2016, durante la Jornada Internacional de los Derechos de la Mujer. Bushra y Nariman han sido arrestadas respectivamente dos y cinco veces. Un fenómeno que va en aumento desde octubre de 2015, el mes en que la Intifada de los cuchillos comenzó. Ese mismo año, el Ejército israelí arrestó a 106 mujeres palestinas, lo que supuso un aumento del 70% con relación a 2013.

Las condiciones de detención exceden con frecuencia el derecho internacional, y se han degradado tras el incumplimiento de los acuerdos de Olso de 1993, que preveía que la seguridad interior de los territorios palestinos sería asegurada por la autoridad que lo administre. Tras este fracaso, y desde la explosión de la segunda Intifada en el año 2000, la administración penitenciaria israelí volvió a extenderse fuera del territorio palestino, en las prisiones de Hasharon y Damon. Como los permisos que autorizan el acceso a Israel desde Cisjordania son difíciles de obtener, las prisioneras están alejadas de sus seres queridos, y la estructura familiar está fragmentada. Se trata de una violación al derecho internacional, que estipula que «las personas protegidas inculpadas quedarán detenidas en el país ocupado».

Una afrenta a la ley que no solo supone repercusiones territoriales, sino igualmente físicas y psicológicas. Manal comparte con nosotros su primera experiencia en la cárcel: «Me tuvieron en prisión 14 días. El primero, me encerraron durante cuatro horas en una celda con israelíes ebrios y drogados. Estaba muerta de miedo: nunca se sabe cómo puede reaccionar un hombre en ese estado, y yo habría sido incapaz de defenderme». Estas también son condiciones ilegales con respecto al derecho internacional: la convención de Ginebra estipula que las mujeres deben estar alojadas en espacios separados de los hombres, y que deben estar sometidas a la vigilancia inmediata de mujeres.

De la emancipación a la liberación

Estos últimos años, la sociedad palestina ha conocido un aumento de su tasa de acceso a la educación. Mientras que en el año 2000 el 83,6 % de las mujeres sabía leer y escribir, hoy en día son el 94,4%. Por lo demás, la tasa de diplomados en 2013 era mayor en las mujeres con edades comprendidas entre 20 y 29 años, que entre los hombres de la misma franja de edad. Una evolución notable, y un factor de emancipación para las mujeres, que les permite desarrollar su fuerza de trabajo y su legitimidad al interior de la estructura familiar. Este es el caso de Manal, Bushra y Nariman, respectivamente licenciada en derecho internacional, profesora y especialista de la comunicación. Manal insiste en el hecho de que la educación es fundamental para poder «jugar con ventaja contra su enemigo».

A través de la militancia, la representación de mujeres en el seno de la sociedad palestina está evolucionando. Mientras que su imagen es sistemáticamente ligada a la esfera doméstica, muy lejos del discurso de construcción nacional difundido por la Autoridad Palestina, su movilización las alza al rango de agentes del cambio social. Manal, la «diablesa palestina», es madre de cuatro hijos, educados para hacer frente a la ocupación, a los que ha enseñado a «amar la vida, y que la vida no es la ocupación».

Con la politización del rol de la madre, la educación también se politiza, y el compromiso se conjuga con la vida cotidiana. El deber de reproducción de la estructura familiar, condicionada por la ocupación, se transforma en activismo político, consistente en educar las generaciones militantes que vendrán. Son, por lo tanto, formas de resistencia determinadas por el sexo. La violencia es atribuida a los hombres y el pacifismo a las mujeres. Pero mientras que los lanzamientos de piedras persisten, el activismo en femenino tiende a imponer nuevas formas de acción colectiva. Oficiosamente, la no-violencia expulsa la agresividad. La normalización de estas luchas lleva al liderazgo masculino a dirigir su discurso hacia la no-violencia.

Bassim Tamimi es el marido de Nariman. Conocido por su activismo, la Unión Europea lo calificó como «defensor de los derechos humanos» en 2011. Bassim afirma sin andarse con rodeos que la implicación de las mujeres en la lucha palestina es inherente a sus deberes, y explica su modo de acción no-violento: «¿Usted conoce a Gandhi? Hemos querido adherirnos a su filosofía de la no-violencia justamente para desacreditarla violencia».

La tercera alternativa

Con el objetivo de ganar legitimidad y obtener apoyo internacional, los líderes locales de la resistencia han adoptado la no-violencia como estrategia. Defienden un acercamiento pragmático al rechazo de la violencia armada y difunden un discurso articulado sobre los derechos fundamentales para justificar su activismo. Bassim Tamimi llama a esto «la tercera alternativa». Rechazando dejar sus tierras a los colonos de los alrededores, las mujeres y sus métodos se ponen de relieve.

En Nabi Saleh, las manifestaciones semanales cuentan con hasta 150 participantes. Los palestinos, junto con activistas israelíes y extranjeros -particularmente de la ONG International Solidarity Movement (ISM), que trabaja para conseguir el fin de la ocupación en Cisjordania-, llaman la atención tanto de medios locales como internacionales. Una de esas ocasiones se produjo el 30 de agosto de 2015: la Agence France Presse publicó las fotos de una de las marchas, durante la cual Mohammed, hijo de Nariman y Bassim, de 11 años por aquel entonces, fue estampado contra una piedra por un soldado. En su testimonio, el periodista Abbas Momani escribió: «Delante de mí hay un niño con un soldado encima, y sobre el soldado, una familia entera le agarra, trepa y golpea». En las imágenes, los hombres, exceptuando el soldado, están ausentes. Una cadena de Youtube, No Comment TV, publicó el vídeo, titulándolo Girl Power.

Desde el otro lado, los detractores de esta estrategia denuncian una orquestación de parte de estas mujeres, que consideran al servicio de la propaganda palestina. Anshel Pfeffer, editorialista de Haaretz, periódico israelí progresista, escribió el 31 de agosto de 2015: «Los habitantes de Nabi Saleh, con la ayuda de voluntarios extranjeros, organizan semanalmente un convincente espectáculo para los medios de comunicación, esto funciona». Mediáticos nuevos rostros de la resistencia, estas mujeres son las heroínas de la causa palestina. Su sucesión está asegurada «”la hija de Nariman y Bassim, Ahed Tamimi, tenaz y joven (16 años), es un símbolo de esto que está dando mucho que hablar»”. Más discreta, Najy, la hija de Bushra, es estudiante de enfermería. Gracias a su formación, desea tomar el relevo de su madre, ya que «su deber y su responsabilidad es resistir», concluye.

Fuente: El Salto
Artículo publicado originalmente en la Revue Ballast.
Traducido del francés por Pablo Lapuente Tiana.



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