27/10/2017

Aunque el macho se vista de izquierda, macho se queda

machito-de-izquierda.jpgDe un tiempo a esta parte las pibas (algunas, muchas, las que tenemos ciertos privilegios) dejamos de callarnos y empezamos a denunciar las violencias machistas que padecemos a diario. En distintos ámbitos y en simultáneo se van desenmascarando a los violentos y a sus cómplices. La militancia de izquierda particularmente en el último tiempo se vio sacudida por denuncias y relatos que confirman que no hay nada más parecido a un machista de derecha que un machista de izquierda. Por María Pía Borja | 8300.


En el ámbito periodístico, por nombrar dos de los casos de trascendencia nacional, el año pasado Carolina Aguirre en un relato contundente en su columna de La Nación contó cómo su entonces pareja, el experto en redes sociales Mariano Feuer, la golpeó y violentó, hace pocos días una microfonista desnudó otro secreto a viva voz: que Ari Paluch es -por lo menos- un acosador. En el Alto Valle todavía hay muchos machistas en lugares de poder y la precariedad laboral de las trabajadoras de prensa complica aún más romper el silencio. De todos modos, hay casos locales de machos del ámbito comunicacional que pudieron ser desenmascarados, como Patricio Orlando, locutor y profesor de la UNCO que fue exonerado por acoso y abuso de poder, o el fotógrafo Ernesto «Pollo” Olivera que, además de haber sido condenado por el delito de abuso sexual, fue escrachado por diferentes situaciones de acoso a las mujeres a las que fotografiaba.

El mundo artístico también hace tiempo es foco de denuncias. A nivel nacional Cristian Aldana de El Otro Yo, Miguel del Popolo de La ola que quería ser chau, Gustavo Cordera ex integrante de La Bersuit y Santiago Aysine de Salta La Banca, entre otros, fueron denunciados por distintas violencias, en algunos casos sólo públicamente y en otros también judicialmente. A nivel local, todos los días aparecen escraches a músicos y artistas en las redes sociales y en las calles por violaciones, golpes y acosos. Algunos más conocidos como el Bicho Bolita y otros no tanto como Lihue Leguizamon, a quien denuncié junto a Belén.

Las prácticas machistas no son exclusivas de un ámbito particular y nombro estos dos (el periodístico y el artístico) porque los que transito y en los que percibo que la indiferencia a la violencia machista no es unánime. El heteropatriarcado nos atraviesa y no hay persona o espacio libre por completo de violencia machista pero en cada ámbito la violencia adopta formas y mecanismos particulares. Hay patrones que se repiten en la violencia que ejerce -por ejemplo- un músico a una fan, un jefe a una periodista, un fotógrafo a una modelo o un profesor a una estudiante.

En septiembre de este año en el blog titulado «Con violadores en nuestras filas no vamos a construir el socialismo” se denuncian violencias machistas de siete hombres que fueron expulsados del Partido Obrero (PO) y de uno que permanece. En ese texto, donde no sólo se escracha a los violentos sino que también se denuncia la revictimización que ejerció el partido en el manejo de los casos, quienes lo escribieron afirman que «no denunciar es encubrir”. Los primeros días de octubre tres mujeres publicaron en Facebook un comunicado titulado «Machismo amparado por la burocracia del MST” (Movimiento Socialista de los Trabajadores) donde denuncian las prácticas machistas de ex compañeros suyos del partido, «ex” porque ellas dejaron de militar en ese espacio. Estos son dos de los casos más recientes de repercusión nacional pero no los únicos. Hay denuncias a militantes de otros espacios como Nacho Julian Borelli del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) e incluso expulsiones como la de Santiago Villegas de la entonces Corriente de Organizaciones Sociales La Brecha por acoso o la de Alejandro Villar del sindicato docente ATEN por estar enjuiciado por abusador. Villar también fue en la lista del Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT) en Andacollo (Neuquén) como cuarto concejal suplente pero ni desde ese espacio ni desde el PO, que es el partido al que pertenece, encontré comunicados públicos respecto al tema.

Duelen los machos de izquierda porque las organizaciones a las que pertenecen levantan algunos o muchos de los reclamos feministas y entonces se espera cierta correlación entre esos discursos y las prácticas internas. Por las dudas, aclaro lo obvio: en la derecha -como en todos lados- también hay machos (y mucho más evidentes). La idea de poner sobre la mesa el machismo en la izquierda tiene que ver con pensar la lucha contra el patriarcado hermanada a la lucha contra el capitalismo, con creer en la potencialidad de las articulaciones pero para que eso sea factible es necesario empezar a romper el patriarcado dentro de las organizaciones.

La militancia del Alto Valle fue impactada en los últimos días por la denuncia contra el vicepresidente del centro de estudiante de la Facultad de Ciencias Médicas, conducido por la agrupación guevarista 29 de mayo. A la violencia de la denuncia por violación se sumó un comunicado de la organización que revictimizó a la víctima de varias formas: no nombró al macho ni comunica su expulsión, afirman que el violador «no actuó de mala fe”, da cuenta de un contexto de alcohol como si eso fuera un atenuante para él y un agravante para ella, etc. Producto del repudio masivo, borraron ese comunicado y emitieron otros más políticamente correcto pero rozando la justificación más que la autocrítica, circunscribiendo el problema a un macho en particular y no problematizando prácticas más sutiles, progresivas y silenciosas pero sistemáticas y machistas que generaron un contexto propicio para el ocultamiento.

Otras agrupaciones de izquierda y partidos políticos rápidamente salieron a señalar a la 29 de mayo, a indicarle el camino, a exigirle que tome determinadas resoluciones. Así como el comunicado rectificador de la organización implicada en este caso identifica a un macho en particular como responsable del conflicto y hace mea culpa del comunicado pero no de otras acciones u omisiones violentas, el resto de las organizaciones que se expresaron sobre el tema repiten la práctica de individualizar y tampoco logran entender que son parte del problema, que es necesario empezar a pensar colectivamente cómo se sale de estas situaciones. La disputa política deja en segundo plano algunas inquietudes, como por ejemplo cuál es la forma de combatir el machismo sin caer en el punitivisimo, cómo entra la cuestión de clase y los intereses de la derecha en ese proceso, de qué niveles de violencia creemos se puede volver y cuales creemos que son irreversibles (si es que se puede cuantificar la violencia).

Los feminismos (diversos y heterogéneos) vienen haciendo el ejercicio de reconocer las propias contradicciones, de cuestionar a diario las propias prácticas violentas, de romper con todo y volver a construir pero entendiendo que nunca se termina. Más allá de las diferencias entre los feminismos, entiendo que hay cierto consenso respecto a que quienes nos sentimos parte de esa perspectiva sabemos que no estamos exentas de compartir con violentos y creemos también que no se trata de ver quién está más limpia, quién tiene menos vínculos con los violentos (tanto a nivel individual como organizacional). Por el contrario, la propuesta es estar alerta, problematizar, detectar, quizás decepcionarnos y hacer el duelo, visibilizar, alertar a otras y (en ese proceso) transformarnos. Priorizar la transformación antes que la demostración de que estamos libres de machismo puede ser un buen método para la compleja tarea que les cabe a las organizaciones. Aunque -perdonen este último gesto pesimista- el contexto da la sensación de que los violentos dejarán de violentar y los grupos se volverán más intolerantes al machismo más por miedo al escrache que por una convicción que posibilite la transformación. Ojalá me equivoque.

Fuente: 8300



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