25/01/2007

El muerto se fue de rumba (O una de las formas de pensar el Coming Out)

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«Salir del clóset» o asumirse abiertamente como lesbiana, gay o bisexual es un proceso que cada persona vive de manera diferente. En este artículo el autor analiza los prejuicios y miedos que se ponen en juego a la hora de afrontar esa «salida».

Por Christian Ramos.

Imágenes: Lizbeth Arenas Fernández


Miedos, frustraciones, desvalorizaciones, (auto)mentiras y toda una historia de imposibilidades y sueños más o menos realizados y por realizarse suelen confluir en el sujeto al momento de dar ese paso que le cambiará la vida para siempre, el coming out. Este concepto proviene de la voz inglesa «come out of the closet» que en castellano se traduce como «salir del armario». A fin de echar luz sobre esta idea -y sobre la persona que sale de la oscuridad- considero que es fundamental analizar tanto la imagen de salida, de apertura de puertas y de regeneración de espacios como el por qué se piensa en un closet o armario. Es parte del folklore popular el dicho «Todos tenemos un muerto en el placard». Si lo relacionamos con la idea de salir del closet, entonces podemos pensar a ese muerto como todo aquello que queremos esconder, que no es dable hacer circular, que no se puede decir, mostrar o desarrollar. La superación de la clandestinidad, es decir dotar al muerto de vida, ponerlo a la luz, desenterrarlo, es la labor que se encara en este complejo proceso de salida del closet. El tránsito de lo «indecible», de lo «indecente», de lo «moralmente peligroso», en el sentido de la dupla prohibición – castigo, es lo que desestabiliza los lugares comunes que son aquellos construidos socialmente como seguros por ajustarse a las normas imperantes y, por lo tanto, permiten acceder a determinados territorios de legitimidad. Lo más valioso de este proceso en que aflora todo lo que fue escondido, en que la persona presenta su sexualidad como única en una trama de sexualidades imposibles de clasificar en un único polo como lo pretende la sociedad, es que se puede generar un crecimiento dado a partir del reconocimiento y la aprehensión de lo que estaba bien guardado, como por ejemplo una determinada manera de vivir trunca por no poder correrse del lugar de víctima y victimario por salirse de la norma.

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Ese tránsito que vale la pena transcurrir, ese proceso también es reflejado claramente en este concepto si se pone de relieve que «Coming out» of the closet es un gerundio, es decir una acción en transcurso, que significa «saliendo del armario». Es un devenir siendo que queda en evidencia. Una noción de recorrido en constante movimiento impone el riesgo de no poseer ni un punto de partida ni de llegada fijo ni establecido. Así se produce una ruptura de los lugares comunes que es el punto más productivo de la cuestión, si se contrapone el encierro del armario con la eterna circulación de un proceso de salida que se sabe infinito porque las luchas, las conquistas, las puertas y las llaves que quedan por abrir se hacen presentes en tanto cada relación interpersonal exige una reconfiguración de los parámetros sociales que trae cada sujeto como bagaje. Así es que el coming out empieza por aquel que estaba encerrado en el closet y prosigue por todos aquellos que deben poner en tránsito sus propios prejuicios y miedos para enfrentarse con la diversidad del otro, como los padres, amigos, familiares, compañeros de trabajo, etc. Lo infinito, en este sentido, es el camino y también la posibilidad de andarlo paso a paso. Si pensamos que nuestro muerto salió del placard y ahora está andando por el mundo podemos decir que ha seguido tantos caminos como personas se decidan a hacer su propio recorrido y tantos ritmos como cada uno pueda asumir. Así, el muerto se va de rumba o de cualquier posible movimiento que pueda crear, como tantas personas pueden irse con su música a otra parte.

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La mayor complejidad de este proceso reside en que cada persona debe trabajar sobre sí misma para expresar su propia diferencia e integrarla con su totalidad subjetiva, es decir lo que cada uno construye como «su mundo» y de esta manera circular. Pensando el coming out como la declaración pública de una sexualidad diferente y su correspondiente ejercicio, se reconoce que se cuestiona la propia imagen frente a uno mismo y a los otros, lo que genera una pérdida de los lugares conocidos (con sus correspondientes ventajas y desventajas) y también permite trocar la pulsión de muerte o tánatos que generaba la podredumbre del placard, por una pulsión de vida, libido o ejercicio del deseo propia de un sujeto que busca y construye paso a paso su camino. Al abandonarse la pulsión de muerte, entonces la podredumbre es lo que se deja atrás en función de la vitalidad deseante que significa ejercer el amor. Estas cuestiones generan una doble faz complicada ya que por un lado, se pierde el lugar de siempre, el mediano reconocimiento que recibimos del otro (generalmente pagado con creces) y por el otro lado, se presenta una verdadera incertidumbre, teñida de pánico, por lo que va a venir. El momento de coming out es a veces casual, a veces buscado, otras sorpresivo, explosivo, violento, intimista, de confesión, de protesta, de grito, o de mil variantes como personas lo recorren.

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Este recorrido, traslado o transición de un sujeto encerrado, aislado o en el closet a un sujeto que abre esas puertas, que supera las trabas provenientes del afuera y del adentro de sí mismo, que logra emanciparse de los prejuicios, conforma un proceso lento y muchas veces tan doloroso como fortalecedor. El duelo por la pérdida del que cada uno fue, del lugar que se ha ocupado para la familia, los amigos y los espacios de vivencias cotidianas es la amenaza más fuerte. La pérdida del reconocimiento como sujeto válido por mostrar el costado que la sociedad equivocadamente sanciona como perverso, es la jugada mayor para muchos y muchas que en un acto ponen en tela de juicio un sistema de vida que sostuvieron por años.

Al abrirse las puertas de la subjetividad, los canales liberadores emergen como conquistas del yo personal frente a la normatización que proviene del afuera. Estas conquistas se representan en un cambio de piel, de ropaje y sobre todo de carga. La elección de una posición sostenida desde los fueros más íntimos implican actuar en consecuentemente, y también conllevan una necesaria celebración por haber renacido de las cenizas, por saber a nuestro muerto bailando, transcurriendo en un mundo que no estaba preparado para él y que debe (re)construir infinitamente.

Sin embargo, este proceso, este paso hacia una instancia de circulación social desconocida suele tener complicaciones relacionadas con los espacios de sociabilidad del sujeto en cuestión. La soledad como amenaza y la falta de actores que sirvan de soporte o sostén frente al peso del cambio a través de grupos de contención y pertenencia son dos variables generalmente presentes en este tránsito.

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Un aspecto fundamental pasa por reconocer que todo coming out es, en definitiva, un cambio de información, de valoración de signos y de posicionamientos del yo frente al colectivo social que detenta la norma a seguir. Una norma social siempre parte del consenso de una supuesta mayoría que establece un patrón de conducta o de ser determinado para el acceso a un espacio de legitimación que suele ser regulado por las instituciones. Una de las normas sociales más difundidas es lo que se conoce como Heteronorma. Dicha norma es la construcción que hacen las sociedades respecto de la heterosexualidad obligatoria y la correcta manera de ejercerla. Así, no sólo un sujeto debe amar sujetos de su sexo opuesto para acceder a terrenos de legitimidad y reconocimiento como el matrimonio, la herencia o la paternidad, sino que además, la heteronorma establece cómo se debe ser heterosexual. En este sentido y yendo a un extremo, es que cualquier varón heterosexual que no siga el perfil de semental donjuanesco será cuestionado por su entorno tanto como cualquier mujer que no se parezca lo más posible a la virgen María o a «la vieja» del tango con sus sacrificios, modelos que por cierto nunca se van a alcanzar, claro está. Esta norma como factor limitante, pretende borrar la subjetividad y las particularidades de cada ser libre a fin de generar un estereotipado modelo de sociedad en que se distribuyen los espacios de poder según cómo responde cada persona a este modelo.

El muerto en nuestro placard es tratado de olvidar, de esconder en el modelo heteronormativo que lo convierte en amenazante para la moral de cualquier «familia de bien». Así es que comienza a despedir el hedor de su putrefacción, como todo aquello que se guarda demasiado tiempo, y las moscas que nuestra sociedad le impone al ponerse en movimiento para salir. Cuando empiezan a trazarse los caminos, es cuando los nuevos aires diluyen aquello que estaba rancio. Ese aire renovador limpia al sujeto y le quita esa ropa agujereada por las polillas que habitaban el closet para vestirlo de fiesta, para invitarlo a bailar, a armarse a sí mismo. En esa fiesta no faltarán borrachos peleándose, vecinos quejosos, tentaciones imposibles de rechazar, chamuyos, chusmeríos, abrazos, besos, escapadas, palmas azules, la inminente posibilidad de sexo o de pasiones incontrolables y todo esto sostenido por la música a tope y esa música es la que marque nuestro ex muerto con el desarrollo de su nuevo ser.

Christian Ramos – Estudiante de Letras


Fotos: XV Marcha del Orgullo LGTBI en Buenos Aires



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