01/03/2017

¿Quiénes son esos indeseables inmigrantes?

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En cada etapa regresiva en la acumulación capitalista comienzan a endurecerse las políticas migratorias, y el derecho a migrar se transforma en una posibilidad restringida. El reciente DNU firmado por Mauricio Macri, que endurece las leyes migratorias y la creación de una cárcel para migrantes en nuestro país, pone de manifiesto un problema aún más profundo que el control de la migración y la delincuencia: la matriz culturalmente racista y colonialista que dirige estas medidas. Por Leticia Corral para ANRed


En agosto del 2016, mediante un acuerdo entre el director nacional de Migraciones, Horacio García, la ministra de Seguridad Nacional, Patricia Bullrich y Martín Ocampo, inauguraron la primera cárcel para inmigrantes en el país. Ésta resolución fue realizada con el fin de intentar «combatir la irregularidad migratoria”. Más allá de los eufemismos utilizados, la medida busca regular la «Inmigración considerada descontrolada», pero paradójicamente en vez de apuntar a la regulación de la situación de dichas personas, se focalizó en criminalizarlas.

Profundizando dicha medida, a fines de enero del 2017, el presidente de la Nación Mauricio Macri, mediante un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU 70/2017) sin discusión parlamentaria, modifica la Ley de Migraciones que deja atrás el paradigma de protección de derechos y lo cambia por el «estado de sospecha”. «Con el DNU todos los migrantes son sospechosos”, manifestaba Amnistía Internacional.

Con este decreto se restringe el ingreso de migrantes y facilita la expulsión de extranjeros.

Como suele repetirse a lo largo de la historia, en cada ciclo económico desfavorable, la cuestión de los inmigrantes, es colocada en el ojo de la tormenta. No sólo las leyes comienzan a endurecerse en relación al derecho a migrar, sino que el sentido común de los ciudadanos es influenciado desde los medios masivos de comunicación, para justificar la anulación de derechos, en contra de los pactos internacionales, de los cuales Argentina forma parte.

No se escatima en repetir una y mil veces las imágenes de algún acto delictivo cometido por algún extranjero, o asociarlos a uno de los flagelos que según los medios es el causante de todos los males: el narcotráfico. Así se construye una imagen de persona migrante, y aparentemente resulta lógica su expulsión, porque «no podemos permitir que vengan a delinquir”. Cuando escasean los recursos molesta compartir el hospital, la escuela, la universidad, con aquellos que «no pertenecen» a estas tierras. Entonces terminamos por creernos que los males, vienen de afuera, y los trae ese enemigo indeseado: el inmigrante.

¿Quiénes son los inmigrantes?

Vivir en compañía de extranjeros no es un problema, sino la convivencia con estos. Frederik Barth, antropólogo noruego, manifestó que «las fronteras no se trazan para separar diferencias, sino que, por el contrario, cuando se trazan fronteras es precisamente cuando surgen de improviso las diferencias, cuando nos damos cuenta y tomamos conciencia de su existencia. Dicho de un modo más claro: emprendemos la búsqueda de diferencias justamente para legitimar las fronteras»

Cuando se habla de inmigrantes hay una imagen mental que se construye culturalmente sobre aquellos con quieres no estamos dispuestos convivir. Las medidas que criminalizan y restringen la libre circulación de extranjeros dentro del territorio nacional, apunta a un migrante especial, no un migrante universal. Y esa construcción del «enemigo interno» tiene una matriz racista xenófoba colonial. Ese «otro» para quienes son dirigidas estas medidas regresivas, es el migrante de países limítrofes y que además es indígena.

Claramente, se busca expulsar o restringir la entrada al país de peruanos, bolivianos, paraguayos, es decir aquellas personas no blancas. Aquellos a quienes podemos distinguir como un «otro» con una identidad distinta, no solo por su forma de vestir, de vivir o sus rasgos fenotípicos, sino también por la forma de habitar el espacio, por ejemplo vivir en comunidad.

Ahora bien ¿por qué resultan intolerables las costumbres de un boliviano, pero tradición y cultura de élite las costumbres de un alemán, por ejemplo? La matriz de este rechazo se llama RACISMO.

El racismo no es solo una cuestión de segregar «negros» u odiar «judíos». El antropólogo Eduardo Menéndez define al racismo como una forma de relaciones sociales y culturales que implican negación, discriminación, subordinación, compulsión y explotación de los otros en nombre de pretendidas posibilidades y disponibilidades, ya sean biológicas, sociales o culturales. Toda relación social que signifique cosificar a los otros, es decir negarles la categoría de persona, de igual, toda forma de relación que permita la inferiorización y uso de los otros.

¿Cómo hemos aprendido a ser racistas?

América está construida sobre el etnocidio más profundo que conoce la historia de la humanidad, sobre el asesinato directo e indirecto de millones de indígenas y de negros. Todos los estados nación que habitan el continente americano montaron su organización social cultural y económica sobre éste pasado.

La llamada sociedad occidental y sus actores, afirma Menéndez, son (somos) «normalmente racistas» y este racismo es producto de un proceso histórico no demasiado largo, el cual está montado sobre el desarrollo del modo de producción capitalista. Para este autor solo los blancos cristianos y occidentales nos hemos enterado que existe el racismo, y tendemos a ubicarlo históricamente en la segunda guerra mundial, cuando una maquinaria blanca de guerra trata de exterminar en Europa a otros blancos muy similares.

Siguiendo la tesis de Menéndez, el racismo constituye para los países de modo de producción capitalista la manera normal de conexión y relación con otras formas socioculturales. Dicha conexión implica subordinación, inferiorización, y distanciamiento de los otros, de aquellos que en el proceso de génesis de la concepción racista del mundo eran los salvajes y primitivos, y de los que posteriormente pasaron a ser llamados pueblos dependientes, subdesarrollados o del tercer mundo.

Este racismo automático, basado en un discurso que no se revisa, nos hace creer que «está bien expulsar del país a bolivianos y peruanos”, porque en general suelen ser delincuentes o los que son «buenos», se les atribuye esa bondad por ser sumamente trabajadores, aun cuando ser un buen trabajador, implique contratos de semi-esclavitud en talleres clandestinos, o contratos precarizados en obras de construcción.

Otro ejemplo mediático apropiado, fue aquella señora de nacionalidad peruana que le dio cobijo a una adolescente que había sido víctima de un rapto, y que al encontrarla en la calle la llevo a su casa para ayudarla. Inmediatamente los medios masivos, no dudaron en criminalizar a la mujer y sospechar de sus buenas intenciones, atribuyéndole ser una secuestradora.

Discutir el racismo

Como argentinos hemos construido culturalmente nuestra identidad sobre la base de la negación de nuestros pueblos originarios y nuestra matriz multicultural. Socialmente nos debemos el debate, de hacernos conscientes de ser una sociedad racista, de mirarnos al espejo y hacernos cargo del problema. Resulta un debate urgente, sobretodo en ésta etapa capitalista de enorme rapiña sobre el medio ambiente que pone en jaque incluso la supervivencia de la especie entera, y que despliega toda su fuerza represiva sobre los pueblos originarios, porque, como afirma Rita Segato (antropóloga feminista) «La conquista nunca terminó en nuestro continente, es un proceso abierto y en expansión, que ya tiene 500 años».

Debemos revisar esa visión dicotómica aprendida de civilización vs. barbarie, revisar esas etiquetas que proyectamos sobre esos «otros» quienes son considerados inferiores, salvajes, y de quienes necesitamos deshacernos para poder progresar como nación. Estas medidas regresivas, no solo son una clara violación a los Derechos Humanos, ya que ninguna persona es ilegal, sino que resultan sumamente letales, sobre aquellas poblaciones que resisten históricamente la virulencia del poder, en su proceso de acumulación capitalista.



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