15/10/2016

Enojate, indignate, pero en serio

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Tras el Encuentro Nacional de Mujeres, circularon discursos horrorizados por las pintadas que «arruinaron las fachadas de Rosario” y noticias sobre lo inconveniente de ver marchar a mujeres con el torso desnudo. Los últimos femicidios de público conocimiento traccionan a preguntarnos ¿qué es lo que más nos indigna como sociedad? ¿Un grafitti o una mujer violada y torturada hasta la muerte? Por Paula Iceta, para ANRed. Foto: Luciana Mignoli



 Lucila, 16 años, Mar del Plata, violada, empalada y asesinada.

 Marcela, 54 años, Isidro Casanova, Buenos Aires, asesinada por su madre por ser lesbiana.

 Romina, 30 años, Río Gallegos, su ex marido la torturó, cortó, apuñaló e incendió su casa.

 María Rosa, 18 años, Tucumán, embazada de 4 meses, violada y asesinada.

 Amancay Diana Sacayán, Buenos Aires, activista trans, apuñalada hasta morir.

 Ayelén, 19 años, Mendoza, golpeda y apuñalada tras haber denunciado a su padre por violación.

 Camila, 22 años, Río Cuarto, degollada y tirada al Arroyo Santa Catalina.

 María Eugenia, 45 años, San Francisco Córdoba, apuñalada y asesinada por su ex pareja frente a sus alumnos de jardín de infantes.

 Ángeles, 16 años, Buenos Aires, asesinada y embolsada por el portero de su edificio.

Las historias se repiten cada 30 horas. Femicidios en distintos lugares del país. De todas las edades. Adolescentes, jóvenes, adultas. Mujeres de distintos estratos sociales.

Me comprometí con una amiga a escribir algo sobre el 31° Encuentro Nacional de Mujeres que se realizó el último fin de semana en Rosario. Y como para mí un compromiso de palabra tiene un peso indiscutible, acá estoy esbozando las primeras líneas.

La idea inicial era hablar sobre cómo educamos a nuestros varones y cómo naturalizamos sus privilegios en esta sociedad patriarcal. Pero con los últimos femicidios de público conocimiento, quiero proponer que reflexionemos sobre la violencia.

¿Es acaso violenta una mujer que marcha en tetas para visibilizar una protesta, para reclamar por la igualdad, para exigir que se cumplan nuestros derechos? Me remite automáticamente al caso de «el carnicero», que hace un mes persiguió a un delincuente con su auto, lo atropelló y lo golpeó hasta matarlo. Pero espera su sentencia en su casa, libre, como si la vida del otro valiera menos porque era un delincuente. O porque ese «otro” es una mujer. Y todos los días las mujeres somos víctimas de femicidios y de tantos otros tipos de violencia. Y los medios de comunicación siguen diciendo que «apareció» una mujer muerta adentro de una bolsa, en la ribera de un río»¦

Y nadie «aparece muerta”: nos matan. Nos matan por ser distintas, por ser un «otro” o una «otra”. No importa la edad, la ciudad donde vivimos ni el nivel socio económico. Nos matan y punto.

No somos un número en una estadística. Somos Lucila, Romina, Diana, María Rosa y todas esas mujeres que mueren sin concretar sus sueños. Y somos todas esas familias que exigen respuestas, justicia, para que no se repita. Y para que aparezcan vivas las que buscamos.

Nos matan como arañas

¿Por qué matamos a la araña? Matamos a la araña porque es lo que aprendimos, matamos a la araña porque le tenemos miedo, matamos a la araña porque es distinta, matamos a la araña, porque tenemos la supremacía para matarla, porque nos creemos superiores a ella, porque somos impunes ante su muerte, porque nadie nos reclama la muerte de una araña. Y jamás nos cuestionamos si está bien o mal.

De la misma manera, nos están matando a las mujeres; como arañas. Varones que fueron educados desde esa superioridad, desde esa violencia machista que pone a la mujer en el lugar de un objeto, de una araña, de un ser inferior, que puede ser vulnerado, que no tiene derecho a expresarse, que no tiene fuerza porque somos «las débiles”. Porque llorar es de maricón, porque amar «es de minita”, porque somos las que manejamos mal, las que solo podemos tener hijos y lavar platos.

Ahora tienen miedo, porque cada vez somos más las que salimos a la calle, las que reclamamos, las que le decimos «no a la violencia”, las contestatarias, las que tenemos puestos de trabajo y somos jefas, presidentas, y ante ese desconcierto los machistas temen, y nos violentan, desde la palabra, desde la acción, desde todos los lugares que pueden.

¿Qué provocadora puede ser una mujer con el torso desnudo, mostrando libremente las tetas, los pezones? ¿o una mujer con un aerosol, pintando una pared? Qué gran poder tenemos mujeres»¦ Porque tan solo con eso podemos saber quién reacciona y cómo ante la desigualdad, podemos mirar al de al lado y decirle que prefiero una mina en tetas y no embolsada, violada, acuchillada, asesinada.

Educamos para la competencia, para mirar para otro lado ante la desigualdad. Nos educan para seguir la norma y no cuestionar. Te tengo noticias: no nos educan; nos adaptan a una sociedad discriminadora y elitista, para que sigamos reproduciendo el modelo que solo les conviene a unos pocos. Y esos pocos no somos precisamente nosotras.

Te propongo que vuelvas a ver imágenes de mujeres con el torso desnudo. ¿Realmente les parecen tan graves las minas en tetas? ¿Son tan tremendas las pintadas en la calle? ¿Te molestan las travestis, las lesbianas, los gays? ¿Te molestan «los otros y otras”? Bueno, los otros son otros y punto. Distintos a mí, distintos a vos, pero con necesidades y derechos. Como vos, como yo.

A las mujeres nos están matando como a arañas. Entonces ahora sí, enojate, indignate, salí a la calle, colgá una bandera de tu balcón, pintá tu cuerpo, expresate como quieras, pero defendé el derecho a ser un otro, una otra, distinta, genuina. Y viva.



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