21/06/2015

Del asistencialismo focalizado a la falta de ideas y de interés

pobreza_4.jpgEn medio del fárrago electoral la pobreza volvió a ocupar la escena política. Sin embargo el debate no supera lo estadístico y comparativo. Nadie discute como resolverlo. Por Eduardo Lucita.


Las internas partidarias están al rojo vivo, no precisamente por contraponer ideas o concepciones sino porque han ingresado en la dinámica de lo impensado. Quiénes se habían subido con muchas ínfulas y luego se bajaran en silencio, ahora quieren volver a subir. Los saltos de un partido o frente a otro están a la orden del día. Quienes ayer se fueron en medio de agravios y descalificaciones hoy son recibidos con los brazos abiertos. Aquellos que durante años construyeran juntos ahora se separan por diferencias insalvables, y así de corrido. De pronto en medio de esta verdadera feria de vanidades irrumpió la pobreza y tomó desprevenidos a todos.

Todo por un premio

El disparador fue el premio que la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) otorgó a la Argentina por haber cumplido con el primer Objetivo del Milenio: reducir en un 50 por ciento la insuficiencia alimentaria. Un premio a la lucha contra el hambre. Al recibirlo la presidenta asumió como propio de su gobierno ese logro, sin aclarar que el premio abarca un cuarto de siglo y por lo tanto a otros gobiernos de triste recuerdo, aunque es innegable que las políticas del asistencialismo focalizado de la última década han ayudado mucho a ese logro. Afortunadamente el embajador del país ante la FAO, Claudio Rozencwaig, lo puso blanco sobre negro: es un reconocimiento a los esfuerzos del país, que en los últimos 25 años mantuvo la malnutrición por debajo del 5 por ciento.

Ni corta ni perezosa CFK aprovechó el momento para difundir en esas latitudes que la pobreza en el país era inferior al 5 por ciento y que la indigencia superaba apenas al uno por ciento, si reparar la confusión que creaba al equiparar insuficiencia alimentaria con pobreza. Por si algo faltara el verborrágico Aníbal Fernández no pudo menos que acotar que teníamos menos pobres que Alemania. Al jefe de Gabinete y candidato a la gobernación de Buenos Aires no se le ocurrió pensar que estaba comparando indicadores obtenidos con metodologías diferentes (en campaña todo vale). En aquel país se consideran debajo de la línea de pobreza ingresos inferiores al 60 por ciento del ingreso neto promedio del país (pobreza relativa) mientras que en Argentina se compara el ingreso de los hogares de la familia tipo con la línea de pobreza (pobreza absoluta).

Mediciones en disputa

Desde la intervención del Indec en 2007 no hay estadísticas confiables. No lo son las del organismo oficial, tampoco las que surgen de entidades privadas. En el caso de las mediciones de pobreza e indigencia se parte de las valuaciones de la CBT (canasta básica total, mide alimentos y bienes y servicios esenciales) y CBA (canasta básica alimentaria, mide solo alimentos), para definir los niveles a partir de los cuales se definen las líneas de pobreza e indigencia. Esas canastas tienen que ver a su vez con qué IPC (índice de precios al consumidor) se tome. Como este es el índice base que está justificadamente cuestionado – hay varias mediciones- la información sobre la situación social está en disputa.

Así, tomando como referencia el 2013 -último año que hay datos oficiales- para el Indec la pobreza alcanzaba al 4,7 por ciento y la indigencia a 1,27. Para Cifra, el centro de investigaciones de la CTA oficialista, esos porcentuales eran del 18,2 y el 4,4, mientras que para el Observatorio de la Deuda Social de la UCA eran del 27,5 y del 5,5. Esto es 2,2, 7,7 y 11 millones de personas en la pobreza respectivamente. Tome el lector el dato que más confianza le tenga.

Conviene señalar que en la determinación de la línea de pobreza no se contemplan las llamadas necesidades básicas insatisfechas como el acceso a servicios públicos esenciales (agua potable, sanitarios, salud, educación, comunicaciones) o a una vivienda digna.

Asistencialismo a la carta

La metodología de cálculo utilizada en nuestro país, y en toda América latina, pone el acento en la inequidad de la distribución. Oculta así que la pobreza y la indigencia son producto de una relación social en el marco del sistema capitalista vigente. Prisioneros de esta caracterización nuestros Estados y gobiernos sólo atinan a recurrir a las políticas impuestas por el Banco Mundial para toda la región, definidas como «políticas sociales focalizadas», que no son otra cosa que medidas asistenciales. En nuestro país toman diversas formas -AUH, Plan Progresar, diversos planes de empleo, pensiones no contributivas, cooperativismo social…entre otros- que alcanzan a 8,3 millones de personas y son presentados como políticas de Estado progresistas. Este asistencialismo trata de paliar las necesidades más urgentes del trabajador y sus familias, y es bien recibido, pero hay que saber que son medidas de emergencia y en el fondo conservadoras porque no alcanzan para sacar -y en muchos casos las mantienen- de la exclusión de la producción y del consumo a millones de personas, y terminan consolidando una forma de vida precaria.

En última instancia son funcionales a las necesidades de la acumulación del capital en esta etapa histórica de la globalización. Baja estructural de los salarios, elevación de los niveles de desocupación, deterioro de las condiciones laborales, precarización, informalidad, prebendas impositivas al capital. Esta es la fuente de la pobreza actual en el mundo y también en el país.

Pobreza y riqueza

Aún en medio de la actual crisis de la economía mundial no se puede ocultar la realidad, solo aparentemente contradictoria: los mayores niveles de pobreza y desigualdad tienen su contrapartida en una fuerte acumulación de riquezas. Las mil personas más ricas del mundo atesoran una riqueza personal mayor a la de 600 millones de personas que viven en los países de menor desarrollo. El 5 por ciento de las personas más ricas del planeta se apropian de 114 veces los ingresos del 5 por ciento más pobre. Según un último informe de la OCDE la desigualdad entre ricos y pobres ha alcanzado un máximo histórico en muchos países desarrollados, esta inequidad ha estado acompañada por un aumento del trabajo temporal y a tiempo parcial especialmente en los jóvenes. En nuestro país la desigualdad existente entre lo que recibe el 10% más pobre de la población y lo que se apropia el 10% más rico se mantiene en el orden de 30 veces.

Nuestra conclusión entonces difiere de los que ponen el acento en la pobreza, se rasgan las vestiduras y cuentan a los pobres de arriba para abajo y de abajo para arriba. El gobierno apuesta todo al asistencialismo focalizado y a la oposición derechista no le interesa o no tiene ideas. Es que el problema no es la pobreza, tampoco la falta de equidad, sino las desigualdades sociales que devienen del régimen de dominación y producción existente donde la riqueza para acumularse necesita de la expansión de la pobreza. No se trata de atacar la pobreza como nos impone el Banco Mundial, sino lo contrario: atacar la riqueza para resolver efectivamente la pobreza.

Eduardo Lucita es integrante del colectivo EDI-Economistas de Izquierda



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