08/03/2009

La mujer en la óptica de dominación del capital productivo

La economista, educadora popular e integrante de Consulta Popular Roberta Traspadini analiza el rol asignado a la mujer en el capitalismo. La autora se pregunta y contesta acerca de las diferencias de género, raza-etnia y edad que el capitalismo profundiza y la importancia de la lucha de la mujer «por otro proyecto de socialización de la producción y de las relaciones sociales».

La mujer en la óptica de dominación del capital productivo

En medio de la conmemoración de las conquistas manifiestas por el Día Internacional de la Mujer, ocho de marzo, el debate a ser profundizado es sobre la particular funcionalidad de la diferenciación entre hombre y mujer en el modo de acumulación capitalista.

Algunas preguntas serán sugeridas como forma dialógica sobre el tema.

¿Cuál es el sentido del trabajo para el capital?

El trabajo para el capital es la fuente generadora de parte expresiva de su riqueza. Es por medio del trabajo, más bien, de la apropiación privada del trabajo ajeno, que el capital avanza, se reproduce, a lo largo de su desarrollo histórico. Así, el trabajo en todas sus dimensiones es quien genera el valor de aquellos, que en el capitalismo, poseen sus riquezas materiales.

Sin producción apropiada no hay capitalismo. Su fuente entonces es apropiarse del trabajo ajeno, consumir parte creciente del tiempo cotidiano del trabajador. Y ese es un elemento central. A lo largo del desarrollo de las fuerzas productivas, el trabajo va a ser amoldado, en cada época histórica, para ampliar su productividad, sin que con eso mejore, todo lo contrario, la situación de supervivencia de gran parte de los trabajadores mundiales.

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¿Es el capital quién crea las diferencias de género, raza-etnia y edad?

No. Estas diferenciaciones son anteriores a ese modo de producción y también forman parte de los procesos históricos de cuño diferente del capitalista, como las sociedades latinas anteriores a la colonización, así como las sociedades orientales.

Lo que el capital hace es apropiarse de estas diferencias como potencial de su poder de transformar la diversidad en diferencia comercial, mercantil. Esto significa decir que el oportunismo del capital provoca, para el trabajo, distinciones que generarán conflictos en la comprensión de la clase trabajadora, a las diferencias de remuneración, ocupación de los puestos de trabajo, y proyección entre trabajo intelectual y manual. Con la apropiación de estas diferencias, transformadas en negocios, lo que el capital provoca es la producción de un poder aún mayor en su construcción ideológico-cultural, frente a los sujetos que poseen solamente su fuerza de trabajo como condición de supervivencia.

Las diferencias se transforman en clasificaciones y potencían negocios para aquellos que se apropian privadamente de ellas. Es así como la división entre el trabajo femenino y el masculino; y relacionado a ella, el ser hombre y el ser mujer, gana, en el capitalismo más avanzado dimensiones importantes tanto para la valorización del capital en la producción (con remuneraciones cada vez menores del trabajo femenino y una informalidad mayor para la mujer), cuanto en el consumo (políticas de marketing y venta para grupos diferenciados). Para el consumo, la distinción es esencial para caracterizar grupos, segmentos, individuos con la producción de necesidad comportamental de consumir para ser. Esto es muy importante: en la sociedad capitalista de producción individualizada, fragmentada, sólo es ciudadano aquel que, más que posesión, tenga el antojo de consumir.

Es la consolidación diabólica de transformar en antojo aquello que no es realmente necesario. Ahí entran en escena, en vez de las clases y de sus luchas, grupos sociales reducidos a grupos consumidores, con formas específicas de consumo, con base en diferenciaciones étnico-raciales, de género y edad. Esas diferenciaciones tienen como función concreta, disponer de una sociedad que, al estar esclavizada en una punta (producción), no puede estar libre en la otra (consumo). Por eso para el capital, el ser mujer, implica y no implica diferencias. Implica diferencias que, al precarizar aún más el mundo del trabajo, presionan para que agudicemos el conflicto en la lucha de clases, con el objetivo de superarlo. Y, no implica diferencias en la producción de valor de ese modo particular de acumulación, que, con esto, requiere que estemos en la lucha, como clase organizada, hombres y mujeres.

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¿Pero esto significa que la lucha de la mujer es menos importante?

No. Todo lo contrario. Al aprovecharse de forma oportunista de diversidad, transformándola en diferenciación, competencia, mercancía, lo que el capital hace es transformar el mundo del trabajo en grupos fragmentados que disputarán entre sí posiciones a partir de aquello que, aparentemente, están dispuestos a recibir. Aquí entra en escena el tema del trabajo asalariado «libre» para parte de la sociedad. Otra parte, más numerosa, clasificada como descalificada para el trabajo formal, es lo que en el mundo del trabajo se queda caracterizado, por el capital, como trabajadores informales. Estos están fuera de los derechos y deberes de la orden burguesa, inmediatamente, necesitan ser vigilados y castigados.

Por eso y mucho más, la lucha de la mujer, como clase que vive del trabajo es imprescindible. Es a partir de la forma como somos encaradas, por el capital, como mercancía aún más precaria que la mercancía trabajo en general, que la potencialización de nuestra lucha gana dimensiones aún más expresivas. En otras palabras, la particular forma de opresión y explotación vivida por nosotras las mujeres, tanto en el mercado de trabajo (formal e informal), cuanto en el proceso de producción de valores politico-culturales, trae hacia la clase organizada, elementos sustantivos, al comprender los mecanismos generados por el capital contra el trabajo, luchar organizada y colectivamente por su superación.

Nuestra histórica tarea revolucionaria es la de trabajar por una estrategia que supere ese modo de muerte en vida, ora protagonizado por nuestra clase, bajo el dominio del capital. Nuestra táctica, como mujeres pertenecientes a la clase trabajadora, se vincula a la estrategia de, al frenar la extracción de valor, luchar por otro proyecto de socialización de la producción y de las relaciones sociales que dan vida.

Roberta Traspadini

Economista, educadora popular e integrante de la Consulta Popular/ES.

Consulta Popular: En diciembre de 1997, en una reunión realizada en la localidad de Itaicí (Sao Paulo) se constituyó formalmente una coordinación de diversos movimientos sociales de Brasil, en el cual participaron unos trecientos delegados/as del Movimiento Sin Tierra, la Central de Movimientos Populares, la Articulación de Mujeres Trabajadoras Rurales, el Movimiento de Pequeños Agricultores, el Movimiento de Afectados por las Represas, agentes de pastoral, sindicalistas y estudiantes.


Artículo publicado en Radioagência NP

www.radioagencianp.com.br

Las fotos que ilustran esta nota son de:

www.flickr.com/photos/reinadelascoronas



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