12/12/2018

Mira como nos ponemos, éste es el fuego feminista

Ayer en una conferencia de prensa el colectivo de Actrices argentinas acompañó la denuncia de Thelma Fardin contra el actor Juan Darthés, por una violación ocurrida cuando la joven tenía 16 años. A nosotras, las mujeres, no nos sorprende ni escandalizan estos hechos, porque no es ni mas ni menos la violencia que experimentamos todas en alguna etapa de nuestras vidas. Nuestra sociedad es violadora y nos ha enseñado a codificar este hecho como violencia cuando la agresión es por medios sexuales. Esta denuncia de Thelma no es individual, es una denuncia colectiva, porque nos interpela a todas y a todos. Cada mujer es un espejo donde todas podemos reflejarnos. A veces ese reflejo es doloroso, pero al transitarlo grupalmente se vuelve comunitario. La sororidad feminista no es verso, y es mi única esperanza de cambio. Por Leticia Corral para ANRed


La primera vez que vi un pene en mi vida tenía 6 años. Estaba jugando en la calle con mi vecina, recolectábamos florcitas silvestres para hacer ramilletes y simular que eramos floristas. Esa tarde, paró un auto cerca nuestro y nos dijo: acérquense, ¿quieren ver un pajarito?. Tenía aspecto de papá, como el de nosotras y nos acercamos. Cuando me asomé por la ventana del auto me dijo: ¡mira el pajarito, mirá como se pone!. El hombre se estaba masturbando, yo en ese momento no entendía nada, ni siquiera que me estaba mostrando, solo recuerdo que nos asustamos al ver que no había ningún pajarito y salimos corriendo. Mi amiga me hizo jurarle, que no le iba a contar a nadie lo que había pasado. Pero al llegar a casa, después de meditarlo decidí contárselo a mi mamá, quizás necesitaba entender que había pasado. Mi mamá enseguida llamó a mi viejo, aún recuerdo su cara de desesperación preguntándome: ¿te tocó? ¿te hizo algo? ¿pasó algo mas? y lo vi salir de la casa para buscar al tipo, muchas horas después de haber ocurrido el hecho. Pobre mi viejo, ¡que ridículo!.

De este evento aprendí una cosa, la primera ley que toda niña debe saber: estar en la calle «sola» es un peligro. Ese suceso me costo semanas de encierro,ya que no me dejaron salir a jugar hasta que todos nos olvidamos de lo ocurrido.

Pasaron los años y ya siendo una joven estudiante universitaria, me encontré con el chico que me gustaba en el bar que frecuentaba. El era un pibe común, estudiante de medicina. Estuvimos charlando, coqueteando y de ahi nos fuimos a su casa. Comenzamos a besarnos, pero la forma en que lo hacía no me gustaba. Comenzó a incomodarme su manera de tocarme y le dije que no quería que pasara nada mas. El me respondió: «te hacés la hippie, la liberal y al final sos una histérica.» Me sentí derrotada moralmente, porque había desaprendido la primera regla: una mujer no debe andar «sola» y menos en la casa de un hombre. Cedí a su presión y tuvo sexo conmigo. Años despues comprendí que esa situación había sido un abuso, ya que yo no había dado mi consentimiento. Siempre me culpé por haber ido a su casa y arrepentirme luego. Solo se lo conté a mi mejor amiga, quien al día siguiente me acompañó a la ginecóloga porque tenía miedo, falta de información ya que había sentido mucho dolor en mi vagina. Pero algo muy sencillo me habia ocurrido, había tenido sexo contra mi voluntad, por eso sentí dolor.

A los 37 años, ya autoproclamada militante feminista, una mañana como muchas de mi vida, me tomé el Roca para ir a trabajar. Estaba apretadísima y comencé a sentir que algo duro tocaba mi pierna. Pensé que era el bolso de alguien, casi no podia moverme. Hasta que sentí el movimiento extraño y me asusté. Comencé a empujar y me  bajé del tren en cualquier estación. Al bajar descubrí que tenía semen en el pantalón. Llegué tarde al trabajo, me fui directo al baño y mientras me limpiaba no podía parar de llorar de la bronca, otra vez no había podido defenderme.

No pretendo hacer un monólogo de hechos lamentables, sino mas bien dar cuenta de situaciones comunes que las mujeres vivimos a lo largo de nuestras vidas. Cada una es un espejo donde puede reflejarse la otra, y comprender que somos objeto de violencias, es un trago amargo al que ninguna escapa.

“El violador no es un ser anómalo, solitario, raro. En él irrumpen valores que están en toda la sociedad. Es el actor protagonista de una acción que es de toda la sociedad, una acción moralizadora de la mujer (…) Es un sujeto vulnerable que se rinde a un mandato de masculinidad que le exige un gesto extremo, aniquilador de otro ser para poder verse como un hombre, sentirse potente”, afirma la antropóloga argentina Rita Segato, especialista en violencia contra las mujeres.

Mucha gente que se considera moral, incluso muchos varones señalan a Darthés como el chivo expiatorio, salvándose y diciendo: ¡yo no soy eso!. Sin embargo, aquel último gesto que es una violación, es producto de una cantidad de gestos menores que están en la vida cotidiana y que no son crímenes, pero son agresiones también. Y que hacen un caldo de cultivo para causar este último grado de agresión que sí está tipificado como crimen, pero que jamás se sucedería si la sociedad no fuera como es.

El feminismo expuso de manera contundente que el violador es un hijo sano del patriarcado, ya que como relaté al comienzo de la nota, la mayoría de las agresiones que sufrí no fueron hechas por ningún psicópata, sino por personas que están en una sociedad que practica la agresión de género de mil formas pero que no podrán nunca ser tipificadas como crímenes. Por lo tanto para que la sociedad cambie y no aparezcan mas Darthés, es necesario un profundo trabajo reflexivo al desterrar todos esos gestos que no son tipificados como delitos, pero que van formando la normalidad de la agresión. No se trata de una cultura de la violación, porque el culturalismo afirma Segato, en estos temas le da un marco de costumbre, y se corre el riesgo de asumir que como son parte de una costumbre, no pueden desarraigarse.

No quisiera dejar de mencionar, que ademas del trabajo profundo que exige una reflexión de toda la sociedad, los estados deben ir cambiando a la altura de las discusiones que se van sucediendo. Por lo tanto seguir prohibiendo el derecho al aborto legal seguro y gratuito, también es una forma de violencia que en éste caso impide a cada mujer el control decisión y deseo sobre su propio cuerpo. Al fin y al cabo como también lo afirmara Segato la prohibición del aborto es una violación de estado, y es la peor de todas: «obligar a una mujer que lleve dentro de sí algo que no desea»

El movimiento feminista avanza transformando la atmóesfera, y nos exige a todos y a todas un esfuerzo mayor  de reflexión al exponer las violencias. Nos obliga a tomar cartas en el asunto, a cambiar, a dejar de dar círculos y abandonar la prehistoria patriarcal.

Nada me resulta mas poderoso que ver un grupo de mujeres sosteniendo a otra. De toda la jornada de ayer, me guardo esa imágen … el fuego feminista que se experimenta cuando estamos juntas.

 

 



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