04/11/2018

Así no hay Posadas que aguante

Hace más de dos años que el Hospital Posadas, de Morón, atraviesa una situación crítica: 1300 despidos y cada vez menos recursos para asistir a un área de influencia de alrededor 6.000.000 de habitantes de distintos partidos bonaerenses. Un retrato del hospital por dentro, sobre la incertidumbre y resistencia de los y las trabajadoras. Ulises J. para ANRed. Fotos Prensa Obrera y Martín Kraut.


El aire caliente y concentrado del ascensor del Hospital Posadas se asemeja tanto al baño turco que se hace en pequeñas cabinas y donde la gente transpira a mansalva. Entran cuatro personas apretadas y en un costado viaja en una banqueta la ascensorista con un ventilador de pie a su lado, que también tira aire caliente. “Hoy me toca de 15 a 17, por suerte un turno cortito”, comenta mientras rompe con los dedos una plancha de burbujas, esas que se usan para embalajes. Bajan las cuatro en planta baja y preguntan por la guardia de adultos. En este laberinto de siete pisos, el que no conoce y no pregunta se embroma y termina en cualquier parte.

La guardia de adultos tiene más de dos entradas posibles. El hall es un espacio amplio y cuadrado con bancos largos de madera. Un anciano está sentado en su silla de ruedas y sostiene un periódico con las dos manos. Tiene una joroba en la espalda que lo hace más diminuto de lo que es. Levanta las pestañas y mira a una mujer con guardapolvo que está detrás del mostrador.

–Nena, ¿falta mucho? Hace media hora que estoy acá como un tonto, le dice el viejo con una voz aguda y esforzada.

–Señor, por favor, tenga paciencia. El doctor lo va a llamar en breve.

–Siempre lo mismo. De tanto esperar en todos lados se me va la vida.

Quebrar la historia

En el Hospital Nacional Profesor Alejandro Posadas trabajan alrededor de 4.500 personas, una cifra similar a las de muchas fábricas de la provincia de Buenos Aires. Jimena Lettieri fue una de esas personas hasta junio de este año, cuando se encontró sorpresivamente con un telegrama donde se le agradecía por sus 17 años de servicios prestados. Esto no determinó que ella dejara de ir al hospital. Cualquier persona que hoy vaya la puede ver caminando por los pasillos con su guardapolvo blanco o dando una mano en el famoso kiosquito de la resistencia, que está en el hall central. Aunque su último sueldo fue en junio, Jimena sigue yendo y asiste en lo que puede.

 “Entré a trabajar en el 2001, me contrataron para hacer el relevamiento de las obras sociales. Y hace un par de años empecé a estudiar higiene y seguridad, y pedí que me muevan a esa área. Considero que es una carrera que puede ayudar a que los trabajadores cuiden de su salud. En este último tiempo, estaba haciendo tareas administrativas generales y también hacía apoyo técnico de lo que tenía que ver con el área: relevamiento de riesgos, la estadística de las enfermedades y los accidentes, las charlas de capacitación, la entrega de los elementos de protección persona. Estaba trabajando realmente”, cuenta Jimena mientras empina una botella de agua.

En una recorrida que hizo por los medios de comunicación, contó en varios canales de televisión que le habían cambiado la cerradura de su oficina el mismo día que recibía el telegrama, y cuando pidió al personal de seguridad que le abriera la puerta, éste le impidió el ingreso. “Un despido de una forma muy violenta”, aclara ella con cara de bronca y amargura.

Jimena sufrió de cerca la muerte de un compañero de trabajo en el 2014. Se trató de un enfermero que intentaba salvar a un paciente que amagaba con tirarse de la terraza: cayeron los dos. “Es lo peor que te puede pasar, perder un compañero en su lugar de trabajo. Es lo más horrible e indefenso”. También recuerda que en la época de la gripe A perdió compañeros enfermeros que trabajaban en internación. “Faltaban barbijos para atender a los pacientes”.

Trabajó ocho años en la demanda espontánea de pediatría, que es lo previo a la guardia. “No aguantaba más. Venían nenes con problemas de nacimiento, epilepsia, las mujeres sufriendo por sus chicos con discapacidades, mamás que te decían que no podían comprar el medicamento para hacerle el tratamiento. Después de tanto tiempo se me hizo difícil. Hay una relación estrecha con el dolor, la enfermedad y la muerte”.

Jimena Lettieri nació en el 78 y de muy chica conoció el hospital, porque su madre, que fue la tesorera durante más de 30 años hasta que se jubiló, venía a trabajar acá y la dejaba en la guardería. También hizo el jardín de infantes. Prácticamente me críe acá y encima viví siempre a siete cuadras, todavía hoy”. Después, fue ella quien entró a trabajar y repitió lo de su madre: hijos en la guardería y en el jardín. “Como que parece una frase muy hecha eso de tu segunda casa, pero en mi caso es verdad. Aparte de un trabajo, hay una carga afectiva y de pertenencia, que es también lo que esta gestión intenta borrar”. El Posadas se caracterizó históricamente por ser como una familia, con una relación fuerte con la comunidad. Dice que “no en vano ocurre la historia trágica de los once compañeros desaparecidos durante el golpe del 76”. Su madrina estaba trabajando también en esta etapa. No era militante y estuvo secuestrada unos días hasta que la liberaron. En palabras de ella, “el hospital formaba parte de un proceso que se amalgamaba con la comunidad, con el barrio Carlos Gardel, y eso era justamente lo que la dictadura pretendía quebrar. Como que hay que quebrar esa historia hoy acá, también”.

“No me importa que se vaya Kreutzer”

El Hospital Posadas surgió como iniciativa de la Fundación Eva Perón y fue proyectado por el doctor Ramón Carrillo, el primer Ministro de Salud que tuvo el país. Fue un instituto nacional de salud, funcionaron centros de investigación científica y servicios técnicos especializados, tareas de investigación experimental y clínica. Luego pasó a ser un hospital general de agudos para convertirse más tarde en policlínico. Se ubica en el área oeste del conurbano bonaerense, en la localidad de El Palomar, partido de Morón. Tiene una extensiónde 22 hectáreas y 72.000 metros cuadrados de superficie cubierta distribuidos en siete pisos (divididos en cuatro pabellones agrupados por sectores y el hall central). Su área de influencia alcanza a unos seis millones de habitantes y comprende los partidos de Morón, Ituzaingó, 3 de Febrero, Hurlingham, La Matanza, Merlo, San Miguel, José C. Paz y Moreno. También cubre, aunque en menor medida, algunas zonas de General Rodríguez, Marcos Paz, General Las Heras y General San Martín.Miles de pacientes argentinos y hasta de países limítrofes son derivados a este lugar, dado que es un centro de referencia nacional para el tratamiento de patologías que requieren de alta complejidad.

Pablo Bertoldi y Juan Ignacio Leonardi son las autoridades más conocidas de una gestión que está en el ojo de la tormenta. El primero es el director nacional ejecutivo, un médico especialista en otorrinolaringología y ex-jefe de residentes del Hospital Evita de Lanús. El último es el director general de recursos humanos, un abogado que pasó por el Congreso Nacional como asesor parlamentario. En una oportunidad, Leonardi dijo una frase bien significativa: “No me importa que se vaya Kreutzer, porque tengo más de cien médicos latinoamericanos para traer al Posadas”.

Hace un tiempo que llegar a sus despachos en el tercer piso se hizo muy difícil. Donde antes había una recepción con dos chicas en un escritorio, en ese puesto hay un tipo de seguridad, un gendarme y un policía. “Te digo más, –agrega Jimena, que regresa al kiosquito en el hall– el director sale custodiado por estos tres. Si no dio la cara antes, menos lo va a hacer ahora”.

El kiosquito de la resistencia

Todo arrancó con las enfermeras del turno nocturno en medio de una pelea contra la intención del director Leonardi de imponerle 12 horas de trabajo. Hubo un fallo a favor de un amparo que presentaron los defensores de las trabajadores, pero al director no le importó lo que dictó la justicia y metió las 12. Ellas hacían menos horas y les empezaron a descontar el sueldo compulsivamente hasta que las echaron. El kiosquito tiene más de un año y es una forma de subsistir y seguir peleando. Ofrecen desde sándwiches de milanesa hasta brownies a precios accesibles. Se trata de cubrir desde el desayuno hasta la cena, pero a veces cuesta porque la mayoría anda en busca de otro trabajo. Ahora con los más de 1000 despidos, el kiosquito se hizo grande y lo manejan entre muchos más con un grado alto de organización.

–Hoy es viernes, Ana, averigüá si viene tu cuñado con las tortas de dulce de leche –le dice una compañera a otra mientras despliega un mantel colorado sobre un mesón de madera en la entrada del hospital.

–Ya me escribió que estaba en camino. Fijate cómo está la heladerita, a ver si no necesitamos más bolsas de hielo.

¿Hacia dónde va el hospital?

Jimena, igual de preocupada que el resto de sus colegas, alerta sobre la situación del Posadas. “Desde que inició esta gestión casi que las cesantías se multiplicaron. Y venimos de un septiembre con esta ola de 41 médicos despedidos, de profesionales que eran contratados de hace muchos años. El caso de Cristian Kreutzer es fenomenal: era el jefe de servicio de cirugía cardiovascular infantil. Despidieron a dos profesionales de su equipo, pidió que los reincorporaron y como no les dieron bolilla, se fue con todo su equipo. El hospital queda prácticamente en manos de los más de 300 residentes y sus 40 jefes. Así no hay Posadas que aguante”.

Si Jimena camina un rato por los pasillos, es seguro que alguna de las tantas cámaras que hay, la registran y desde el centro de monitoreo avisan al personal de seguridad.

–Disculpame, quieren saber qué estás haciendo por acá, dice un flaco alto con un handy en la mano.

–¿Por qué? ¿Quién quiere saber? ¿Monitoreo? –atina a repreguntarle Jimena sin pelos en la lengua. Para la gestión ella es una revoltosa, como tantos otros, que politiza absolutamente todo.

 Si esta gestión continúa con esta idea de desmantelar el hospital, las más de 13.000 intervenciones quirúrgicas, las 18.000 internaciones y los más de 3.500 partos anuales pasarían a ser la mitad o incluso menos. Si esta gestión continúa así, Jimena no recuperará su trabajo, la ascensorista va a trabajar cada vez en condiciones más inhumanas y el anciano de la silla de ruedas no va a poder tratar el problema de su joroba. Pero Jimena está segura de que acá hay una intención más fuerte. “Lo que te quieren quitar es esa pertenencia, esa historia y ese lugar que cumple un rol social y que vos como trabajador sos parte de ese lazo con la comunidad”. De un lado están quienes defienden sus puestos de trabajo y la salud pública y del otro, quienes anhelan un hospital modernizado y a tono con los cambios del siglo XXI. Cada uno se ubica donde quiere.



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