17/08/2018

«Hogar», o una obra perfecta

Los viernes a las 23.00, en Espacio Sísmico, cuatro actrices y dos actores ponen todo y nos dejan con ganas de volver a verlos cuanto antes. Cada cual encarna su propia contradicción. Construye y demuele haciéndonos reír y reflexionar antes de dejar la escena, antes incluso de tocar la “línea de llanto”. Emoción, risa y transformación aseguradas. Actuaciones impecables con una dramaturgia que no para de sorprendernos en una ficción que se desmarca de todos los géneros. Por Andrés Manrique, para ANRed.


Todo comienza y termina en otra parte mientras estamos distraídos. Hasta que advertimos que comienza alguien en uno” (Nancy Ullman)

En escena un hombre de ambo toca el bajo sentado sobre un amplificador. A su izquierda hay un teclado sobre un pie. A su derecha, un charleston, un bombo y un redoblante esperan callados: buena parte de la música va a ser producida en vivo.

En el piso y las paredes, en tiza, están las siluetas y apodos de las posiciones que cada cual va a ir ocupando y borroneando a través de la puesta en escena y el movimiento de su propia narración. Como si ahí mismo, frente a nuestras narices, los personajes se descubrieran y se fueran curando en el proceso de contarnos y asumirse a través de la palabra. Pero hay más en esas marcas blancas sobre fondo negro: además de anticipar el modo en que los cuerpos van a ocupar la escena para desenmascarar los restos de un pasado que sigue vivo, habitándolos, las siluetas circunscriben el lugar del crimen.

¿Y cuál sería el crimen en este caso? Quizá el asesinato de aquel pasado que pesa por incómodo, incomprensible, impredecible o vergonzoso.

De todas formas, lo interesante es que a los fantasmas no se los puede matar. Ellos caen pero siguen. Susurran, aprenden a hablar y crecen. Siempre. Por ese motivo somos testigos del modo en que cada función se vuelven a plantar, germinan y se quedan ahí con el rouge corrido, la camisa arrugada, la panza escrita. Burlados, transformados, golpeados, y tan vivos en el modo en que cada intérprete supo apropiarse de su historia.

Si los personajes son o se hacen, si les pasó o inventan, si se presentan o interpretan poco importa cuando cada una de esas seis historias que terminan siendo siete, vuelven a circular, a nutrirse y desparramarse entre todxs y por adentro de cada unx. Un médico descubre su secreto, una mujer discute y burla sus mandatos; un hombre se enfrenta con el propio aislamiento de clase; una chica, cuyo mayor riesgo sería disolverse en alguno de sus encuentros pasajeros, baila su intimidad y deshoja su diario en un tequiero/notequiero desopilante. En la “asistente” se cifra el lugar del técnico y del trabajador ninguneado; y la bailarina nos acerca a la niebla para instalarnos frente a la crueldad y encarnar la herida.

Sus historias íntimas se convierten en historias de muchxs que reímos y nos dolemos en partes iguales. ¿Porque quién no ha sentido el rechazo, la soledad, el desamor, pero sobre todo quiénes se animan a habitar el miedo de haber descubierto estos rincones?

Pequeñas tragedias de la vida cotidiana que, en la medida en que se las puede volver a recorrer y desmoldar, inundan la “u” del trauma para dejar a flote la trama que permite otorgarle nuevos sentidos. Y es increíble ver cómo regresan del peligro con más fuerza, dominando el temblor en la entrega.

En Hogar, los bordes de lo real vuelven a ceder ante el pulso de una compositora como Marina Otero que, desde sus primeros trabajos, investiga la frontera real-ficción y recorre ese territorio. Acaso desde la hipótesis de que a ciertas experiencias que nos configuraron sólo podemos conferirles el sentido profundo entrando por la puerta del símbolo. En la medida en que, protegidos por la fuerza de los signos, logramos entregarnos y desentrañar su significación para entendernos un poco más. Acaso porque si no lo hiciéramos moriríamos sin habernos enterado. Quizás porque para lo que no podemos soportar la ficción no sólo habilita cierto grado de redención, sino que nos permite volver sobre ello con aguja e hilo de oro para cosernos a lo difícil y transformarlo; para convertir la experiencia individual en rito común que nos vuelve a reunir a la orilla del agua donde podemos mirarnos y beber de nuevo juntos, juntas. Juntes con menos miedo. Con más confianza.


FICHA TÉCNICA

En escena: Lucas A, Agustina Barzola Würth, Candelaria Gauffin, Paloma Roldán, Rosario Ruete, Tomás Ruiz Guiñazú Vestuario: Chu Ferreyra Diseño de espacio: María Laura Valentini Diseño de luces: Lucia Feijoó Fotografía: Matías Kedak, Andrés Manrique, Marina Otero, Alejandra Rovira Ruiz Diseño gráfico: Matías Kedak Asistencia de dirección: Matías Kedak Producción ejecutiva: Marina D´Lucca Dirección: Marina Otero Agradecimientos: Miriam Pizzería, Eugenio Reynal De Estudio Panacea, Lobo Libre, Roseti Espacio, Fernando Xavier Ibarra, Juanfra López Búbica, Lucas Sanz, Pina Veron

HOGAR surge como resultado del taller el cuerpo como obra y destino coordinado por Marina Otero durante el año 2017.

Lugar: Espacio Sísmico (Lavalleja 960 – CABA)

Fotos: Andrés Manrique



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