«El Senado se transforma en una máquina femicida»
«¿Acaso nadie las ve ahí, desnudas, el pelo recogido en un rodete o llovido sobre las 40 bancas de los funcionarios? Elizabeth está sentada con los brazos abiertos en la cómoda silla de Silvina García Larraburu, senadora de Unidad Ciudadana. La rodean en idénticos asientos Claudia, María, Lara. Unas hileras más allá están Rosmary, Judith, Teresa, Belén; unas cuantas desplegadas en las bancas de varios partidos políticos. También en los pasillos se amontonan cuerpos, y más cuerpos de mujeres sangradas en la vagina, y las manos con sangre seca. Afuera del recinto, ya estamos en movimiento, la calle es nuestra y es verde, porque ante esa escena mórbida nos cosemos los pañuelos verdes a la piel, o al piloto que nos ataja la lluvia». Por Manuela Wilhelm.
¿Acaso nadie las ve ahí, desnudas, el pelo recogido en un rodete o llovido sobre las 40 bancas de los funcionarios? Elizabeth está sentada con los brazos abiertos en la cómoda silla de Silvina García Larraburu, senadora de Unidad Ciudadana. La rodean en idénticos asientos Claudia, María, Lara. Unas hileras más allá están Rosmary, Judith, Teresa, Belén; unas cuantas desplegadas en las bancas de varios partidos políticos. También en los pasillos se amontonan cuerpos, y más cuerpos de mujeres sangradas en la vagina, y las manos con sangre seca. Alguna que otra manchita en la alfombra que luego se limpiará, pero las ropas y uniformes de los empleados del Senado «están salvadas».
Pasan las horas y hace más frío mientras me doy cuenta que cada vez somos más las que las vemos allí, los cadáveres de las mujeres reposan junto a cada burócrata como trofeos o presas. Algunos hasta les colocan un pañuelo celeste ajustado en el tobillo derecho. El Senado se transforma en una máquina femicida.
Afuera del recinto, ya estamos en movimiento, la calle es nuestra y es verde, porque ante esa escena mórbida nos cosemos los pañuelos verdes a la piel, o al piloto que nos ataja la lluvia.
Ellas no murieron ni morirán «en su ley»,
La sangre derramada es y será la decisión de 40.
Funcionarios públicos, senadores y senadoras
de un Estado cada vez más privatista.
Entonces cuántas son.
Me pregunto, nos preguntamos.
Las mujeres a las que les violaron los deseos.
Para que mueran
después del perejil,
la percha,
la espirulina, el gancho atravesando las vaginas,
después de tomarse la ruda o comerse los golpes en el útero
las mujeres angustiadas porque la sangre no baja
y después el chorro rojo que no corta
Las mujeres que ingresan al hospital así,
obligadas a pagar la clandestinidad
Así,
entregadas a la muerte violenta del aborto ilegal
porque las vemos, las sentimos, el vacío
Yo me pregunto,
también nos preguntamos:
a dónde irán los senadores,
cómo irán a donde van
con tantas mujeres muertas a cuestas
Cuando Esteban Bulrrich se sienta en un restaurant junto a su madre para comer pescado, ¿podrá digerir bien las papas con perejil?
A las 2.30 am Michetti arrastró por los pies a Elizabeth hasta el asiento de Presidenta. Acomodó la cabeza morena hundida entre los brazos apoyados en la mesa, como agarrando el micrófono que ya no amplifica nada. Nada respira en la sala de Senadores.
La sangre sí, grita
Gritamos todas
Arrastramos la sangre hasta la calle y por todos lados
Porque depende de nosotras
que no seamos más,
que esto se detenga.
Los femicidios por aborto clandestino y las violaciones a nuestros deseos